Una carta para la secretaria Sho

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El labial carmín esconde sutil pasión, y combinado con una buena copa de vino y unos sugerentes ojos verdes puede llegar a embriagar.

Empleo un poco de dicho tono de maquillaje y me dedico a delinear el contorno de mi boca con el aplicador. El resultado son unos lindos pétalos color cereza brillante que no lucen tímidos en lo absoluto.

El cabello ondulado a punta de esfuerzo y tras horas de batallar con la rizadora de pelo enmarca mi cara, y cae en cascada por mi espalda.

El vestido azul marino ajustado se me antoja corto, aún para la idílica ocasión, no hago más que valerme de las manos para bajarlo a la altura de las rodilla casa dos por tres. Lo cierto es que no me acostumbro a vestir así, candente y sensual, como diría mi amiga Keit. Se me dificulta moverme con esto sin sentir vergüenza, y eso que ni he abandonado la privacidad de la habitación. No es cómodo, y mucho menos es práctico. No soy yo.

Echo un vistazo por los alrededores en pos de hallar los dichosos tacones. Son los nuevos. Esos que me quedan estrechos y que no he usado nunca por temor a caerme de cara al piso, pero cuyo diseño y estilo de temporada estilizan los pies y hacen de la chaparra Sho una chica de estatura promedio.

«Son el último grito de la moda. Exclusivos. Para grandes empresarias. Sólo las mujeres que se jactan de ser alguien en la industria las usan». Palabras de una vendedora experta para vendérmelos por más de la mitad de lo que cobro de sueldo.

Eran preciosos, y me quedaban de infarto los desgraciados, por eso no pude resistirme la primera vez que me los probé.

«Yo lo valgo. Es una inversión». Musité para mí adentros tras hacer sufrir a la tarjeta de crédito. Sintiéndome orgullosa y consumista.

Meses pasaron, y la ocasión que ameritara usarlos nunca llegó. Y los pobres se quedaron en un rincón arrumbados. El mismo destino corrían todas mis compras impulsivas.

Por eso el cuarto lleno de tereques.

Por esa razón nunca encontraba nada y terminaba poniéndome lo primero, y más accesible, que veía.

Por eso mi amiga del trabajo se burlaba de mí de cuando en cuando, argumentando que muy organizada en el trabajo y lo opuesto en la vida personal.

Soy una secretaria cuyo excelente sentido de la organización solo se activa tras atravesar las puertas de la oficina. La anécdota está para llorar y no de risa; por lo real del asunto.

—Con que aquí estaban los bonitos...

Los acaricio y con cuidado los tomo entre mis manos. No los beso solo por temor de arruinar el maquillaje. Y doy tropieces hacia la silla más cercana y libre de ropa que encuentro para ponérmelos.

Mentiría si dijera que la yo que me devuelve la mirada en el espejo es la yo de todos los días. Esa que posa y exhibe con confianza un modelito no se parece en nada a la habitual Sho patosa y de estilo aburrido. He de admitir que no suelo hacer nada para sentirme bien conmigo misma. Y que la razón por la que lo estoy haciendo ahora no es para que me sienta orgullosa tampoco.

Antología: Joyas de Chick Lit Where stories live. Discover now