La fuerza en mí

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Ghostylunar

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Ghostylunar

Me agarré fuerte a la baranda de ensayo respirando hondo y recordé lo que había escuchado.

—¿Has escuchado lo de Adelaine? —preguntó una de mis compañeras de ballet.

—Sí, y es comprensible —comentó con tono burlón— ya no es lo que era. Por eso mismo no tendré hijos.

—Lo mismo digo —dijo su amiga—, encima ni logró tenerlo.

Una corriente de rabia me recorrió todo el cuerpo ante la burla sobre mí y el bebé que había perdido. Levanté la mirada observándome en el espejo de la habitación.

A pesar de llegar a la edad de treinta y dos años, mi cuerpo se mantenía firme como el primer día que pisé este lugar, hace ya casi una década.

Desde que era pequeña el mundo del baile me pareció fascinante, tal fuerza y gracia eran dignas de admirar y supe que quería ser como aquellos bailarines que tanto admiré de la academia que había al lado de mi casa.

A los trece años había logrado escaparme por unas horas de mi casa, total, nadie me extrañaría e hice la misma rutina de los últimos dos años; colarme en la academia, ver a los bailarines y cuando se fueran practicar lo que había observado.

Sé que sonaba muy loco, pero vivía con una familia narcisista que pensaba sólo en sí misma, por lo que mis deseos y sueños eran puras molestias que no querían escuchar.

Justo aquel día, hacía unas piruetas mientras recordaba la coreografía, escuché unos aplausos que hicieron que me asustara. Era el director del lugar, un tal Jared Hans. Comentó que nunca había visto una elegancia como la mía y me preguntó porqué había estado colándome, al parecer uno de los conserjes me había visto. Al principio me mostré negativa a responder, pero en cuanto dijo que si le decía no iría con las autoridades, me convenció. Estando un tanto en pánico, me hizo la oferta que me cambió la vida: aprender ballet.

Desde ese momento, mi vida se convirtió en una mezcla de ensayos, presentaciones y mucho esfuerzo. Cada tarde que no tenía que lidiar con mi familia, me dirigía al estudio de ballet, donde pasaba horas perfeccionando mi técnica y aprendiendo nuevas rutinas.

Me sentía feliz aún cuando era la más pequeña del grupo, pero eso nunca me detuvo, y mucho menos cuando años después me ofrecieron la oportunidad, tras una presentación en donde fui protagonista, la posibilidad de asistir a una de las mejores compañías de ballet.

No fue fácil, puesto que no disponía del dinero para mudarme a la ciudad, pero el director decidió que él sería quien me pagaría cualquier gasto que necesitará. No lo entendí al principio, ya me había dado lo mejor del mundo al permitirme aprender lo que tanto me apasionaba, ¿porqué seguir esforzándose conmigo? Entonces Jared me dijo:

—No pienso quedarme sentado viendo como una estrella tan inmensa pierde su luz — comentó mirándome como un padre orgulloso—. Brilla aún cuando la mayor oscuridad te quiera apagar.

Me había aferrado a esas palabras tan fuerte que había llegado a donde estaba, siendo una de las mejores bailarinas de todo el país.

El camino había sido difícil y había conocido a personas que eran la viva imagen de esa oscuridad de la que se me había advertido, pero al igual que todos los ensayos en punta, con jeté, piruetas, y demás, los había superado. Era consciente del tiempo, esfuerzo y sacrificio que se me pedía, ese era el precio por formar parte de este mundo, y no fue hasta que me sentí completamente plena que di paso a otra nueva fase de mi vida: ser madre.

Mi pareja, Thomas, y yo decidimos dar ese gran paso tras cinco años de relación. Muchos nos recordaban que no estábamos casados, como si fuese algo que ni supiéramos o como si fuera un requisito, pero para nosotros no.

Tras varios meses de intentarlo quedé finalmente embarazada.

Estábamos muy felices, y no me importó en absoluto no tener tiempo para hacer ballet, no con la enorme dicha que sentía, pero no todo es un camino de color de rosas.

Una mañana acostada en la cama con mi pareja, donde ya tenía tres meses, sentí algo entre mis piernas, y tras comprobarlo preocupada verifiqué que se trataba de sangre. Fuimos corriendo al hospital, aunque nada pudieron hacer, tuve un aborto.

A pesar de la gran tristeza que me recorría, traté de volver a mi gran pasión buscando un consuelo que no lograba en los brazos de Thomas. Me había sentido arropada por algunos

compañeros y por Jared, quien había venido a visitarnos, pero era notable que mi mente no estaba al cien por ciento.

Hoy teníamos una función muy importante y había estado dando de todo de mí para demostrar que me merecía el protagónico, el cual se me dio con dudas, causando que me cuestionara si estaba siendo demasiado testaruda, pero fue escuchar lo que dijeron mis compañeras que hizo que algo volviera a mí tras tanto tiempo perdido: la confianza en mí.

Tú puedes, Adelaine, demuéstrales a quién están juzgando.

Y con una sonrisa salí de la sala dirigiéndome a prepararme.

En cuanto entré en el vestuario me topé con la visión de todas las bailarinas nerviosas y emocionadas. Algunas practicaban sus pasos o calentando, otras repasaban mentalmente sus coreografías, mientras que otras se concentraban en calmar sus nervios.

Yo, por mi parte, me centré en mi preparación. Me puse mis puntas, me estiré cuidadosamente ignorando las miradas dirigidas hacia mi figura y me concentré en mi técnica. No iba a dejar que mis inseguridades me hicieran cometer errores en un día como hoy.

Entonces, llegó el momento. Las luces se apagaron y la música empezó a sonar. Salimos al escenario, en perfecta sincronía, y en cuanto estuvimos listas empezamos a bailar.

Mentiría si no dijera que me sentía aterrada, era algo que me pasaba en cada presentación, pero también lo haría si no dijera que me sentía como en casa. La vibración de la música, el ritmo que me envolvía con cada paso me transportaban a un mundo nuevo, uno donde era capaz de todo. El sentimiento de nostalgia, aquel que sentí en mi primer día de ballet en la academia de Jared me dejaron claro una cosa, y es que era yo quien sabía a dónde pertenecía, no los demás. Así que se lo demostré a todos los de mi alrededor, tanto a mis compañeras, como al público, desde que los compases tranquilos, hasta cuando se aceleraban.

No iba a permitir que mi estrella fuese apagada. Ni ahora.

Ni nunca.

Finalmente, llegó el final de la función, y las bailarinas de a mi alrededor hicieron algo que no había previsto. Empezaron a aplaudirme junto con la ovación atronadora del público y sonreí completamente agradecida sintiendo ganas de llorar.

Había vuelto.

Antología: Joyas de Chick Lit Where stories live. Discover now