Cita a ciegas

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El día que el sistema financiero decide otorgarte una tarjeta de crédito automáticamente desbloqueas un logro como adulta

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El día que el sistema financiero decide otorgarte una tarjeta de crédito automáticamente desbloqueas un logro como adulta. La bonita sensación de entregar el plástico y llevarte cositas a casa te hace autosuficiente; y si no tienes cuidado, miserable.

Ya no quería ni mirar los estados de cuenta.

—Emma, tranquila, ya encontrarás trabajo —animó mi mejor amiga, mientras pagaba la cena de ambas.

—Es tu cumpleaños y no pude invitarte, Martina.

—No importa. ¡Cuántas veces me pagaste la comida en la universidad!

—Me alegra que tu licorería sea exitosa.

—No te desanimes, Em. Has tenido jefes turbios, con tal de no pagarte las prestaciones se inventaron faltas. Eres buena contadora. —Acomodó sus cabellos rizados y chocolates detrás de los hombros y nos dirigimos a su auto negro sobre la avenida.

—Las fechas de pago se acercan, ¿qué hago con las deudas? —suspiré. Saqué mi espejo del bolso y encontré una cana entre mis cabellos castaños lisos.
No me asustaba envejecer, pero sí que el proceso se acelerara por mis preocupaciones. Tenía treinta años.

—Lo comenté durante la cena.

—¡Oh, no! Te gané la apuesta en el bingo y ahora debes cumplir con una cita a ciegas que, aunque fue idea de tu mamá, ¿con qué argumento la contradecía si supuestamente no tienes pareja?

—Piénsalo, es un trato que nos beneficia a ambas. Mamá quiere buscarme novio porque nunca le he presentado uno. Sabes que no me interesa. Si vas en mi lugar, gustosa pagaré la deuda de tus tres tarjetas de crédito.

—Son casi tres mil dólares, Martina, ¿estás segura de pagar esa cantidad en vez de ser sincera con la señora Hilda? Está curada de espanto, ¿sabes cuántos programas de problemas familiares ha visto? «Acércate a Rocío» no se lo pierde. Con tantos panelistas y revelaciones tu mamá tiene el criterio suficiente para no juzgarte.   

—Me estresa pensar en decirle que soy lesbiana.

—Piensa en tu novia, Martina, ha estado contigo por tres años y quiere compartir con tu familia.

Esa noche me despedí, esperando reflexionara.

Por mi lado, aunque quería conservar mi dignidad, comprendí que a plazo inmediato no tenía más opción que aceptar el trato.

El prospecto era un joven que regresaba de Chile con título de maestría. El orgullo de doña Patricia, la comadre de la señora Hilda. Vendiendo chuzos* en la vereda de un barrio ecuatoriano, el par de mujeres logró sacar a sus hijos adelante. Agradecida Martina les regaló un local con mejores condiciones.

Aquel día de la cita sentí la buena suerte traicionándome.

Por la mañana llevé a Cereza al veterinario, mi perrita de un año sería esterilizada. Martina me ayudaría a cuidarla mientras la suplantaba en la cena.

Al esperar su salida de cirugía, llegó un perrito de raza grande con fuerte infección sobre el lomo. Los insectos le estaban devorando la piel, provocándole un agujero.

Indignada comenté al doctor, asegurándome que el dueño me escuchara, lo irresponsable que me parecía la tenencia del animalito; que la autoridad debería intervenir por maltrato, porque era una herida por falta de atención médica, no algo que sucedió de pronto.

Elevé la quijada y soberbia giré el rostro. Una se enferma de orgullo cuando siente tener razón.

Los dos caballeros entablaron conversación, ignorándome. El tipo recién llegaba de viaje y había encargado su perrito a un amigo durante su ausencia, el cual, aunque recibió dinero para cuidarlo, fue inútil.

Claro está me esfumé con Cereza en brazos, huyendo de la vergüenza.

Enfocada en cuidarla, apenas logré arreglarme y salir al restaurante. La misión era ser quisquillosa, así el hombre no querría volver a verme, es decir, a Martina.

Él llevaba cabellos castaños abultados sobre la coronilla y los lados a rape. Podía compararlo con un actor de novela: guapo, de musculatura ancha, quijada prominente.

En cuanto la conversación fluyó me cayó mal. Habló del rol de la mujer en el hogar: sometida al hombre, esclava de los quehaceres.

Debí amarrarme las entrañas para no escupirlo.

Habíamos sobrevivido una pandemia por COVID-19, terremotos y ataques delincuenciales. En pleno 2022 no era posible escuchar semejante discurso.

Activé mi modo «tóxico» y expuse lo celosa que era y cómo el hombre debía rendirme cuentas sobre sus mensajes, ubicaciones, llamadas y amistades.

De repente, pareció cambiar de opinión. Se delató animándome a valorarme y dejar a un lado mis inseguridades. No pudo retractarse; intentó disimular entre sorbos de vino.

—¿Qué sucede? —indagué.

Mi cita dejó caer los hombros y al verse descubierto confesó:

—Lo lamento. Quería fastidiar esta cita. Mi amigo me pidió suplantarlo.

Un sorbo de vino salió a borbotones por mi boca. Mis ojos atónitos quedaron asomados por la servilleta que sujeté después.

—Terminó una relación y no quiere otra —explicó—, aunque tampoco quiso hacerle un desplante a su madre, quien lo emparejó.

—¿Es decir que no estás interesado?

—¡Qué va! Tengo novio y estoy comprometido.

Mi garganta se descontroló con tos.

El colmo de mi descaro fue enfadarme al sentirme engañada, aunque esto se esfumó en cuanto un excompañero de trabajo me saludó por mi nombre real al salir.

No pude explicarme, un auto llegó a recoger a mi cita falsa. Mi tos revivió al descubrir al conductor: era el dueño que critiqué en la clínica veterinaria.

Bien dicen que la mentira tiene patas cortas.

Inevitablemente nos encontramos durante tres días seguidos en el centro médico por antibióticos que debían administrarse a nuestras mascotas.

Aclaradas las diferencias, nació una amistad.

Martina finalmente agarró valentía y soltó a su madre con firmeza: 

—¿Qué haría si traigo a comer a mi novia al local esta noche?

Doña Hilda respondió ofendidísima:

—¡Pues no podré conocerla bien! ¡Debo atender a los clientes, mija! La espero en la casa para almorzar el domingo. Pregúntele si le gusta el pescado con patacones.

Fue bueno sustituir a Martina: se liberó del secreto, el banco aumentó uno de mis cupos por pagos cumplidos, monté mi oficina y conocí a alguien, aunque con el corazón todavía roto, dispuesto de a poco a sanar.

*Chuzo: también conocido como carne en palito.

Antología: Joyas de Chick Lit حيث تعيش القصص. اكتشف الآن