El rescate

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Hay ciertas cosas en la vida que no se pueden comprar con dinero

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Hay ciertas cosas en la vida que no se pueden comprar con dinero.

Julia sabía cuáles eran, al igual que todo el mundo. El amor, la salud... Y, aunque algunos opinen lo contrario, tampoco la felicidad se resuelve con billetes.

En aquellos momentos, mientras intentaba digerir un trozo bastante pequeño de ternera, se preguntaba si había que añadir a esa lista tener una cita con un psicópata que estaba claramente planeando cómo descuartizarla eficientemente mientras la luz de las velas y la música clásica del restaurante más prestigioso de la ciudad invitaba al romance. 

A nadie se le ocurriría añadir eso a la lista, la verdad, pero es que a ella efectivamente le habían pagado con dinero, y no poco, para acudir a aquella cita a ciegas. 

Había ocurrido todo de la siguiente manera: la madre de Iris, su mejor amiga, le había concertado una cita a ciegas a su hija, pero Iris no quería ir porque odiaba las relaciones y el romance como concepto general. Julia, que tenía una debilidad por apostar, le había retado a jugar una partida al Cluedo y, si ganaba, tenía que ir a la cita. Iris había perdido, le tocaba cumplir con su parte, pero, de la nada, le propuso una compensación monetaria que Julia no podía rechazar a cambio de ir ella a la cita. Prácticamente, la había salvado de la bancarrota total.

—Entonces, ¿qué grupo sanguíneo eres?

El trozo de carne pasó por fin, y Julia se quedó mirando esos enormes ojos azules que no pestañeaban nunca mientras intentaba pensar en una vía de escape y le respondía con un grupo sanguíneo cualquiera. ¿Para qué quería saber su grupo sanguíneo, su historial con alergias, su tendencia a beber y si algún pariente suyo había tenido cáncer? No le había hecho una sola pregunta normal desde que se sentara y pensara que parecía un chico formal y educado.

—Perdona, tengo que ir al baño —musitó rápidamente. 

No se le ocurrió otra cosa, y se levantó mientras el hombre ponía un gesto contrariado y se pasaba la mano por el cabello engominado. Seguro que ya tenía otra pregunta preparada que nada más que los médicos y los que se encargaban de donar órganos le harían. 

En el baño, sacó su móvil. 

TÚ, 10:14

«Tu madre no te quiere. Nunca te tenía que haber retado. Y jamás hubiera aceptado tu dinero de saber que este hombre está loco»

IRI$, 10:14

«Sí... Me dijo que solo quería sentar la cabeza y formar una familia, pero mi hermano lo conocía y me avisó de que era un poco peculiar»

TÚ, 10:14

«¿Peculiar? »

IRI$, 10:15

«Mira, ponle cualquier excusa, y sal de ahí corriendo»

TÚ, 10:15

«¿Estás segura?»

IRI$, 10:15

«Sí. No me debes nada, tranquila. Ya has cumplido tu papel ;)»

Julia no necesitaba más. Su benefactora le había dado el visto bueno para hacer bomba de humo y desaparecer. Y se le había ocurrido la excusa perfecta.

Salió del baño con gesto abatido y desolado, preparada.

—Lo siento —comenzó a decir, al llegar a la mesa—. Me acaba de llamar mi madre, resulta que le han detectado una extraña enfermedad sanguínea. A lo mejor es hereditaria. Tengo que ir con ella y hacerme pruebas también. 

Cogió su chaqueta del asiento, sonriéndose por dentro ante su genialidad. Le dijo adiós rápidamente, disculpándose de nuevo, pero él se levantó de su silla y la agarró del brazo. 

—Te acompaño, si quieres. 

—Gracias, pero solo puedo entrar yo, y .... 

—Déjame llevarte por lo menos, así no tienes que coger el bus. 

¿Cómo sabía que había venido en bus? 

No sabía qué responderle, se quedó congelada. Su genialidad había sido pisoteada fuertemente en el suelo de mármol por una oferta generosa que no tenía sentido rechazar.

Entonces, de repente, un hombre que no había visto en la vida le tocó el hombro con un gesto tan falsamente abatido como el que ella había configurado en su cara. ¿Podía ser? ¿Cómo en las películas? ¿Un salvador inesperado? 

—¡Julia! ¿Lo has oído? Es horrible —le dijo, afligido. 

—S-sí. Me acaba de llamar —respondió ella rápidamente, siguiéndole el juego. 

El hombre, que en realidad era muy atractivo, con traje además, y rostro bronceadamente mediterráneo, de ojos castaños, hizo un gesto triste con la cabeza y miró a su cita:

—¿No me vas a presentar? 

—Claro. Él es Rubén. Rubén, Daniel. 

El psicópata la dejó ir del brazo para estrechar la mano que el desconocido le había tendido.

—Si quieres te llevo yo —dijo Daniel—. Tengo el coche fuera y me han dado permiso para irme. 

—Sí, por favor —respondió ella con urgencia. 

Volvió a despedirse del psicópata, que se había quedado sin armas y sin oportunidad de decir nada más, y siguió a su salvador entre las mesas del restaurante y los camareros ocupados. Solo cuando salieron hacia el aparcamiento y Julia se cercioró de que no los había seguido, se paró y soltó el aire que había aprisionado en su pecho. 

—Muchísimas gracias, de verdad —comenzó a decir—. No sé de dónde has salido, ni cómo has podido saber lo que ocurría, pero me has salvado de un posible secuestro. 

El hombre se rio. 

—Rubén es un poco rarito... Pero nunca ha secuestrado a nadie. 

—¿Lo conocías? 

—Sí. Hacemos turnos para salvar a sus citas... No sé cómo todavía no se ha dado cuenta.

Por eso llevaba aquel traje oscuro. Debía ser maître. Aunque Julia pensó que quizás había un uniforme de superhéroe debajo. 

—Bueno, no me han dado el turno libre, así que tengo que volver y esconderme un rato hasta que él se vaya. Pero, encantado. 

—Igualmente. 

El hombre le sonrió una última vez y comenzó a andar de vuelta. Pero, mientras Julia observaba su ancha espalda pensando que le iba a hacer un altar en su casa, él se giró y le dijo: 

—Me llamo Carlos, por cierto. Pásate alguna vez por aquí, pero no los viernes. Rubén siempre tiene cita los viernes.

Julia le sonrió, y pensó que cuando tuviera dinero invitaría a Iris a cenar allí y le presentaría al futuro padre de sus hijos. 

Antología: Joyas de Chick Lit Where stories live. Discover now