Me pongo de pie y camino hasta mi parte favorita de la línea del tiempo. Cojo la foto en las que sale una versión mía de seis años al lado de mi mejor amiga en el parque, ambas tenemos un helado de chocolate que está apunto de derretirse entre nuestras manos y le mostramos a la cámara nuestra mejor sonrisa. Yo no tengo dos dientes porque esa fue la epoca del ratoncito Pérez, pero a esa edad no me preocupaba mucho mi apariencia... Ese día conocimos a Ethan, y desde entonces somos inseparables.

Avanzo un par de años hasta llegar a la foto que nos hicieron el día el papá de Ethan nos enseñó a andar en bici. Ese día me caí tanto que me cansé de ser el hazme reir de mis mejores amigos.

Al día de hoy sigo sin entender esos aparatos del demonio, pero vivo una vida plena y feliz sin saberlo.

En la foto estoy sentada en el manubrio de la bicicleta de Ethan, mientras el "conduce" y Daniela está sentada detrás de él poniendo una cara loca. Si, vamos los tres en la misma bicicleta y no entiendo cómo nos aguantó. Por obra y gracia del espíritu Santo no nos caímos de la dichosa bicicletita.

Y cómo esa hay muchas más. De los cumpleaños, de los primer días de clases, de la primera fiesta sin supervisión, etc. Un montón de recuerdos que a los ojos de los demás no tienen sentido, pero para mí tienen toda la lógica del mundo.

Justo cuando vuelvo a colgar la foto, la puerta de la habitación se abre de par en par y mis hermanas entran como perro por su casa... El huracán Miller en toda su regla.

Se sientan en la cama y me miran. Alma se hace a un lado y me hace un gesto para que me siente en el hueco que hay entre ambas. Lo hago porque no sé que otra cosa hacer y me quedo, ahí, en silencio, con la mirada perdida en la ventana. Si mi hermana mayor se ha tomado el tiempo de dejar la universidad para venir quiere decir que el tema de esta noche es bastante serio.

-¿Que hacemos?- pregunta Astra.

-¿Cambiarnos el nombre e irnos del país?- propongo. Suena a broma, pero no lo es.

Aunque la situación no sea la más grave del mundo, hablar con mis padres sobre mis problemas no es lo mío. Me atrevo a decir que ni siquiera hablar con ellos es mi estilo, solo nos dirigimos la palabra para lo necesario. No es que estemos molestos, es solo que están tan ocupados siendo los mejores abogados del condado, que los problemas de sus hijas pasan a segundo plano hasta que ya no pueden seguir ignorandolos.

-No- niega-. Seamos sinceras y tomemos el toro por los cuernos.

-Este toro tiene muchos cuernos y yo solo tengo dos diminutas manos.

Me da una mala cara y yo sonrío inocentemente. De las tres, Alma y yo somos las que más nos parecemos a mamá, tanto física como psicológicamente.

-No seas así- Astra me da un palmada en el muslo derecho-. Te queremos, y vamos a estar aquí contigo aunque tengamos que luchar contra un toro multi cuernos.

-Mamá es mucho peor que un toro multi cuernos- suspiro con todo el positivismo del mundo. Ellas protestan y me llevo más de un manotazo en mis pobre muslos desvalidos-. ¿Y que se supone que vamos a hacer?- les paso la pelota a ellas para que vean que no es tan fácil decirlo.

-La cena- responde mi querida hermana mayor al tiempo que se pone de pie. Se para frente a mí y me da la mano -. Vamos, te ayudo.

-¿Tu me vas a ayudar a cocinar?- inquiero, incrédula-. Perdóname, pero hasta el agua se te quema.

-¡Auch!- exclama ofendida.

De camino a la cocina seguimos bromeando sobre la comida de Alma, las adoro. Cuando entraron a la habitación me sacaron de hueco emocional sin tan siquiera saberlo, estaba hundida, y ellas cavaron hasta encontrarme.

Prohibido Enamorarse Where stories live. Discover now