Capítulo 23 Jason

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—¿Qué relación mantenía con la Sra. Carolina Ricci? –preguntó el policía.

Llevaba más de media hora sentado delante de ese policía con aires de grandeza. Tenía las manos enmanilladas detrás de la silla, como un delincuente peligroso... En fin, es lo que tiene nacer en un barrio con mala fama. Ante todo, culpable; luego, Dios dirá.

Me preguntó reiteradas veces sobre la relación que mantenía con Carolina. Desde el mismo instante en el que entré en comisaría, supe que no podía decirle la verdad. ¿Qué iba a decir, que me había enamorado como un tonto? ¿Que cada pensamiento, emoción y molécula de mi cuerpo llevaban su nombre escrito? ¿Que los meses que ha pasado durmiendo conmigo han sido suficientes para que me hiciera suspirar? ¿Que la deseaba de una forma casi enfermiza? ¿Que sabía dibujar la forma de su cuerpo con los ojos cerrados? ¿Que tenerle cerca y no tocarla era una puta tortura...? No, no podía decirle nada de eso a ese policía.

La gente que nos criamos en el barrio del Raval sabemos que la policía nunca va a creerse nuestra versión; y menos cuando Úrsula, la "encantadora y buena" directora del orfanato, también conocida como el mismo diablo vestido de ángel, les había contado su propia versión de los hechos. Según ella, Abu había incautado a una menor de un orfanato para explotarla laboralmente en su negocio. Somos uno de los peores barrios de toda Barcelona, donde la delincuencia ronda un noventa por ciento del día; así pues, tenemos el estigma marcado en la piel. La sociedad entera nos juzga a todos los que nacimos, crecimos o vivimos allí, sin importar la causa. De hecho, solo hace falta ver la cara de la mayoría de gente cuando dices que vives ahí: miedo, asco y rechazo.

En el fondo, el ser humano es así: generaliza sin profundizar en el individualismo de cada persona. Sus conciencias se sienten más limpias y seguras al pensar que todos estamos diseñados con el mismo patrón. Se equivocan completamente en hacerlo, porque hay gente que vive en el infierno sin estar condenado. Pero yo había nacido en él, y era completamente injusto juzgarme. Muchas veces cegamos nuestros ojos a una realidad que nuestro cerebro da por buena. La sociedad se creó para generalizar y no profundizar; y, así, lo único que hacemos es destruirnos en vez de amarnos.

—¿Sabe que, si llegamos a corroborar que mantuvo relaciones sexuales con ella, lo podemos meter en la cárcel? La Sra. Ricci era menor –insinuó en tono de amenaza.

Levanté la cabeza despacio y lo miré a los ojos. Cuando ese policía intentó manipularme, con esos juegos psicológicos de mierda, no cedí en su trampa. En cambio, simplemente me dediqué a sonreírle. Luego meneé la cabeza de lado a lado, y me mantuve en silencio sepulcral, intentando tener la cabeza fría. No tenían nada contra mí, y Carolina nunca haría ni diría nada que pudiera perjudicarme; eso lo tenía claro. Tenía total confianza en ella: me amaba y yo a ella. No son solo los te quiero lo que afirman que alguien te quiere con el corazón y el alma. Yo nunca me he fiado de las palabras de nadie: las palabras mienten, pero el cuerpo habla. Contrariamente, lo supe por la forma en la que Carolina se entregaba a mí constantemente. Su piel se eriza cuando mis dedos la rozan, su precioso iris brilla cuando le afirmo que es mía y la follo como un desesperado para que sienta cada centímetro de mí. Aún me acuerdo de la primera vez que la besé y en cómo le temblaron las piernas... Sentí que no solo follaba, sino que le hacía el amor tanto a ella como a mí.

Por todo esto, Carolina nunca diría nada en contra de mi familia ni de mí. Así que, por ley, si la principal víctima no declaraba que yo fuera su "abusador", solo me podían retener un máximo de cuarenta y ocho horas bajo custodia policial.

—No tienen ninguna prueba en contra de mí ni en contra de mi madre –dije con toda tranquilidad.

—Por lo que pone en el informe, Abu no es ni su verdadera madre. ¿O me equivoco, Sr. Jason Brown?

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