4 Jasón (Contenido +21)

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Fruncí el ceño. No me gustaba tenerla en casa, y mucho menos en mi habitación. No soportaba dar explicaciones sobre las noches en las que me quedaba a dormir en casa y las que no. Nunca lo había hecho; pero ahora que ella estaba en casa, Abu descubriría que pasaba más de una noche fuera y querría saber el porqué.

Recuerdo que cerré los ojos un momento y me la imaginé... Me volví a imaginar a Carolina desnudándose para ponerse ese ridículo pijama... Recordé su cicatriz. Su piel se veía suave sobre esa herida que parecía vieja. Cuando vi la cicatriz por primera vez, en el callejón, quise preguntarle cómo se la había hecho. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que me había fijado, la escondió con la manga de su sudadera. Con ese gesto, simplemente sentí y entendí que cada uno de nosotros esconde las cicatrices como puede; o como quiere. Tenía la sensación de que era una chica buena; de hecho, parecía demasiado buena para vivir entre nosotros. Me asustaba que no fuera capaz de comprender mi forma de vida...

Carolina era la típica niña de casa adinerada: vestía con ropa recatada, llevaba el pelo largo y recogido, era bien educada, y tenía cierto nivel de estudios. Sí, su aspecto la delataba. Sin embargo, precisamente todos esos atributos hacían que en el fondo nadie fuera inmune a sus encantos. Lo supe cuando Alex quedó prendido de ella en el instante en el que la besó en la mejilla y ella le dedicó una sonrisa, con esos labios ideales para ser mordidos... Esa sonrisa dulce que, sin pedírtelo, deseabas proteger a toda costa de todo lo malo que hay en el mundo. Junto a Alex, Abu analizaba como mis dos hermanos quedaban encantados con ella; o, mejor dicho, embobados. Deseaban tenerla en casa aun sabiendo que causaría problemas.

Alex y Matt son los hijos buenos de Abu; en cambio, a mí me mira con un cierto recelo que nunca llegaré a comprender. Yo siempre les había cuidado, me preocupaba por ganar más dinero para arreglar la tienda, y siempre me había preocupada de que a Abu, Alex y Matt no les faltara de nada. Sin embargo, Abu nunca confiaba en mí al cien por cien.

En fin...

Después de dejar a Carolina en la puerta de casa y bajar un par de calles, llegué a la casa del viejo Rafael Aguilar: el traficante de armas más importante de la ciudad. Vivía en el tercer piso del número trece de la calle. Aunque todo el edificio era de su propiedad, él no se movía del tercer piso. No era casualidad: ese hombre tenía una verdadera obsesión con el tres y el trece.

Su esposa había muerto en un tiroteo con la policía hacía muchos años, y desde entonces había querido seducir a Abu. Sin embargo, ella siempre se había negado a tener cualquier tipo de relación con él. Muchos afirmaban que Rafael estaba loco, pero evitaban decirlo explícitamente porque era esa clase de hombre que no se pensaba dos veces si tirarte o no un tiro en la cabeza. Aun así, curiosamente Abu nunca le tuvo miedo y hasta le advirtió que no debía acercarse a nosotros.

Meneé la cabeza de lado a lado pensando en la vieja Abu, y una sonrisa salió de mis labios. Tengo que decir que mi madre tiene los ovarios bien puestos. De hecho, supongo que ese era el motivo por el cual a Rafael le gustaba: siempre te gusta lo que no puedes controlar o dominar, te pone cachondo. Y aunque Abu ya era una mujer mayor, siempre fue coqueta y elegante.

En el fondo, yo no creía que el viejo Rafael estuviera loco. Solo se cubría las espaldas. Al final, en estos barrios no puedes confiar ni en la sombra que te sigue; es una de las cosas que he aprendido con los años. La pobreza trae desesperación, y la desesperación atrae el delito. Quizá lo que sucede es que la pobreza y el delito se entienden porque todos buscamos la oportunidad de ser mejores algún día. Este camino es largo y nada fácil; y aunque pareciera fácil, se puede complicar fácilmente. La parte de la sociedad que no vive como nosotros no puede entender la delincuencia si nunca ha tenido necesidad de usarla para poder vivir dignamente. Ese el problema de la gente que con convencimiento dice que puedes salir de la pobreza si te esfuerzas. Lo he visto y vivido de forma personal: a veces, ser honrado y trabajador no es suficiente para sobrevivir.

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