2- Carolina (Hogar)

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Entré detrás de Jasón. Él encendió las luces, y a primera vista pude comprobar que era un piso pequeño, con un suelo de mármol antiguo y un aspecto confortable. Las paredes y los zócalos parecían desgastados por el tiempo, aunque no olía a humedad y el piso se veía limpio. La esencia de la casa me recordaba a un hogar, se respiraba paz... Fuimos entrando poco a poco: él delante y yo detrás, respirando su perfume. Me invadía completamente.

Llegamos al comedor y observé que apenas había muebles en toda la estancia: solo un sofá grande, un televisor colgado de la pared, y una mesa lo suficiente grande para que seis o siete personas comieran. Entre el sofá y el televisor había una alfombra de color gris, y del techo colgaban un par de lámparas de cristal viejas de estilo vintage. En las paredes, había infinidad de cuadros de una señora con el pelo corto y una mirada dulce, quien supuse en el acto que era Abu. Todas las fotos eran de Abu: Abu sola, Abu con Jasón, Abu con dos niños que debían ser los hermanos de Jasón... En ese momento, después de ver las fotografías, me di cuenta de que no eran hermanos de sangre...

Me fijé en un par de cajas de juegos de mesa que había en una estantería. Uno era un juego de cartas, y el otro era el conocido Quién es quién. Las mantas que cubrían el sofá eran tan antiguas que seguramente deberían tener algún que otro agujero. Es cierto que era un lugar humilde, pero ese pequeño piso tenía alma de hogar. Era dulce. Cálido. Tranquilo.

Escuché una voz que venía de lo que intuí que tenía que ser la cocina. El olor a comida inundó mis fosas nasales e hizo rugir mi estómago. La verdad es que había estado tan nerviosa por llegar que se me olvidó comer en todo el día.

—Tú debes de ser Carolina, ¿verdad? –preguntó una voz dulce y suave que pertenecía a una señora mayor.

La mujer llevaba un plato lleno de comida que dejó encima de la mesa. Jasón sonrió al verla, y yo también. Se acercó a ella, le dio un casto beso en la mejilla, y ella lo acunó en sus brazos. Parecía una mujer transparente, sin trampa ni cartón; se le reflejaba en la mirada. Cojeaba de la pierna derecha, llevaba unas gafas grandes y tenía el pelo corto y blanco, igual que en las fotos. Era la perfecta combinación para encariñarte de ella. Se acercó a mí, cojeando un poco, y me sonrió. Fue una de esas sonrisas que te obligan a sonreír de vuelta. Sus ojos se clavaron en los míos con dulzura, hasta que me hicieron sonrojar. En ese momento, no supe qué hacer con tanto cariño; me sobrepasaba.

—¿Te fue difícil encontrar el lugar, pequeña? Envié a Jasón a buscarte. Habíamos quedado hace una hora y estaba preocupada por ti. A veces el barrio es un poco oscuro y cuesta distinguir las calles.

—La verdad es que no me he perdido. Estaba a la vuelta de la esquina, señora.

—Mentirosa... –susurró Jasón en voz baja.

—Abu. Llámame Abu. Señora me hace sentir mayor –me dijo mientras me guiñaba el ojo y me sonreía.

Abu se quitó el delantal que llevaba puesto sobre un vestido de color negro, y retiró la silla de la mesa para que me sentara delante del plato que había preparado. Me miró, de esa forma en la que los ojos te rasgan para entrar en tu alma y mirar aquello que tienes dentro del corazón. Hasta que por fin lo hice. Me senté delante de ese plato de comida: pan con tomate y un poco de embutido. Jasón se sentó en el sofá como si le diera exactamente igual mi presencia, como si no existiera. Le insulté mentalmente cuando recordé que me había llamado mentirosa delante de Abu. No soportaba que me mirara con esa indiferencia que no merecía. En el orfanato, pasé mucho tiempo permitiendo que la gente me callara con esos silencios que incomodan, así que cogí fuerzas de mi interior y levanté el mentón. Hice una mezcla con el pan y el tomate, y un poco de jamón dulce. Le ignoré y fijé mi mirada en Abu para hablar con ella.

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