Capítulo 14 Jason

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Me dejé llevar como nunca creí que lo haría por ninguna otra mujer... Y es que, con Carolina, era fácil hacerlo sin pensar. Estaba decidido a hablar con ella para dejarle claro que con Cristina no había nada de nada, sino que solo la tenía a ella en mi cabeza en cada minuto, cada segundo de mi vida... Su olor, su piel, el hecho de tenerla a mi lado casi sin ropa. ¡Bff, joder! Mis manos se pegaban a su cuerpo como un imán mientras mi mente no dejaba de pensar en todas las posturas, las guarradas y las perversiones que deseaba hacerle.

En el callejón, me di cuenta de su inocencia. Ella se ruborizaba mientras yo empujaba mi cuerpo contra el suyo. De hecho, aún recuerdo que le reclamaba su boca con vehemencia y que sentía su piel irradiando calor y desesperación. Sonreí al verla y respiré hondo, tratando de controlarme. Escondí mi cabeza entre su cuello, sabiendo que el dolor de mi entrepierna duraría horas. Sin embargo, no quería fastidiarlo; no quería llevarme lo mejor de ella de esa forma. Carolina no me entregaba sumisión u obediencia como había vivido hasta ahora con otras mujeres, sino que se entregaba siendo ella misma. Y justamente eso era lo que me contenía... He vivido qué es la sumisión en una mujer, pero nunca la entrega. La entrega es diferente: no reclama, solo desea. Ama por devoción y quiere disfrutar sin ser sometida. Por eso, yo quería hacerlo bien: quería que ella sintiera que yo no la reclamo, sino que la deseo; que quiero sentirla por lo que es y no por lo que pueda ofrecerme. Quiero verla igual que la vi en nuestra cama esa tarde: descubriéndose, descubriéndome, y buscando su propio placer. Estaba tan jodidamente sexy encima de mí...

-Chico, ¿¡en qué estás pensando!? Esa sonrisa de enamorado no te salvará de tus obligaciones, muchacho.

Bajé de mi propia nube y giré la cabeza hacia Dani. Llevé una mano hacia mi cara, para cubrirme. No quería que mi compañero de trabajo se diera cuenta, pero inevitablemente una sonrisa se dibujó en mi cara. La culpa la tenía una melena rubia de piernas infinitas que me hacía volver loco... Es que, ¿cómo no iba a hacerlo, con ese cuerpo? Y con ese carácter fuerte y terriblemente dulce a la vez... ¡Joder! Estaba empezando a perder el control.

Dani inclinó la cabeza, esperando que le contara algo de mi vida íntima. No obstante, yo no soy muy hablador y no quería hacerme amigo de él; y menos en la situación en la que me encontraba. Dentro de poco llegarían los italianos con el cargamento de armas, y él y yo dejaríamos de ser compañeros de trabajo. En el fondo de mi corazón, me daría pena. El trabajo allí era agradable y se ganaba un sueldo razonable. Y Dani era como un padre pesado, pero me caía bien y era un tío genial. Siempre estaba contento y traía comida que su mujer preparaba con mucho cariño para los dos: un táper para él y otro para mí.

-¿No vas a contarme quién es la afortunada que tiene babeando a un tío como tú?

Dani alzó la ceja. Yo sonreí y, tras un breve silencio, respondí:

-Chica de dieciséis años: guapa, dulce, inocente, complicada, risueña, insoportable... De quien no sé si huir o si abrazar -suspiré.

Dani soltó una carcajada y me hizo reír a mí:

-Estás completamente jodido, muchacho... -dijo mientras posaba su mano en mi hombro-. Esa chica tiene un completo cóctel molotov del que no podrás escapar.

-Lo sé -asentí.

Sabía perfectamente que Carolina era como una droga de la que dependía. Nunca me había enamorado y no sabía si era eso lo que sentía por ella, pero de lo que sí que estaba seguro era de que empezaba a ser imprescindible en mi día a día.

-Venga, muchacho. Hora de irse a casa -dijo Dani con un leve gesto de cabeza.

Nos levantamos de nuestras mesas, cerramos los ordenadores, trituramos la ruta de vigilancia del día, y nos dirigimos a la puerta. Me despedí de Dani y abrí la puerta.

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