Capítulo 12.

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Kaena

Resoplé cuando los rayos del sol me despertaron.

¿Por qué mierda hacía tanto calor?

Me removí en la cama, notando un peso en mi cintura.

Mierda.

Los recuerdos volvieron a mi cerebro. Me giré lentamente temiendo verlo, deseando que hubiera sido un sueño.

Pero no lo fue.

A mi lado, dormía plácidamente un italiano ya no tan odioso, con un brazo en mi cintura. Observé sus largas pestañas por las cuales cualquier chica asesinaría, reprimí el impulso de recorrer con mis dedos sus espesas cejas, decidí bajar la mirada a su mandíbula marcada, mala idea, ahora reprimía el impulso de recorrerla a besos hasta llegar a su barbilla y de ahí subir a sus finos labios.

Contuve la respiración cuando bajó un poco su mano y a la vez abría los ojos intentando adaptarse a la luz.

-Buenos días.-Murmuró, su voz era más ronca de lo normal.

Mierda, ¿Desde cuándo yo era tan calenturienta por las mañanas?

Desde siempre, solo que ahora tienes una tentación muy placentera.

Tú cállate.

Tan temprano y ya me mandas a callar.

-Para quién los tenga.- Me incorporé.

Sonrió mientras se pasaba una mano por su pelo castaño claro, por un momento quise ser yo la que se lo acariciara.

-Obvio que tú los tienes, has despertado a mi lado.

-Maldito egocéntrico.- No puedo contener la sonrisa.

Por un momento su sonrisa flaqueó, como si recordara algo que no le sentará muy bien.

-Oye, siento lo de ayer.-Sus disculpas me pillan desprevenida.

-¿El qué sientes?

-Ya sabes, me pase de copas y fui un poco pesado contigo, te puse en un compromiso y...-bajó la vista.

-Para el carro, no tienes nada por lo que disculparte, no me pusiste en ningún apuro, de hecho si alguna vez vuelve a pasar me gustaría que fuera la primera persona a la que acudas.- No sé de dónde vinieron esas palabras, si supuestamente no lo soportaba.

Sus ojos volvieron a subir y se fundieron con los míos color avellana. Tragué grueso al observar ese brillo que hacía burbujear todo mi interior.

-¿Te vas a quedar a desayunar?-Pregunté levantándome para apartar la mirada.

-Si insistes...- se levantó felizmente y antes de que me diera cuenta estaba haciendo la cama.

-¿Qué haces?

-Hacer la cama, ciega.-Me miró con su sonrisa tan mítica.

-Quita.-Le di un manotazo.

-He dormido aquí, es lo mínimo que puedo hacer.-Lo miré de forma asesina y soltó las sábanas automáticamente.

Hice un desayuno normalito un poco de café y tortitas, ya que la ocasión lo requería.

Tener invitados es la excusa perfecta para cocinar antojos.

-Leilani dijo que habías sido mamá de tortugas.- Tanteó el italiano.- ¿Están por aquí?

Una ráfaga de ilusión recorrió mi cuerpo.

Siempre me encantaba cuando me preguntaban por mis pasiones, y los animales eran una de ellas, sobre todo los marinos, por eso estaba estudiando biología marina, aunque creo que ese detalle Araziel todavía no lo conocía.

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