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Hacía una década, Minki había pensado que la voz de Jaebyu era bonita. Aunque sonaba rasposa era cálida, modulada, calma y atenta, a pesar de que sus palabras, al igual que las dichas en el presente, no estaban siendo para nada amenas.

—No —había contestado el residente de enfermería a su solicitud—. ¿Algo más en lo que pueda ayudarte?

¿Acababa de ser rechazado?

—Creo que no me entendiste —Minki tuvo la osadía de parecer aún más idiota.

—Pediste mi número y dije que no —especificó el enfermero con tranquilidad. Había vuelto a agarrar la ficha e intentaba estudiarla mientras le hablaba—. Ahora, si me disculpas, tengo pacientes.

¿Acabo de ser rechazado? Sí, pensó observando a Yoon Jaebyu desaparecer tras las puertas abatibles que separaban la sala de espera de Urgencias. He sido rechazado.

Fue humillado por segunda semana consecutiva, ¿ahora se iba a convertir en rutina? Esperaba que no, porque no le agradaba esa sensación.

Tampoco sabía gestionarla.

Así que, entre todo lo ridículo que podía hacer, eligió la peor opción.

Sus piernas se pusieron en movimiento. Cruzó a Urgencias y alcanzó al enfermero, cortándole el paso con el cuerpo. Con un gesto de barbilla se apuntó el brazo, que mantenía sujeto al pecho gracias a una banda amarrada al cuello.

—¿Eres ciego además de idiota? —cuestionó irritado. Las cejas de Yoon Jaebyu apenas se alzaron un milímetro—. Estaba bromeando contigo, no te creas tanto. Te hablé más bien porque tengo el hombro dislocado —el chico no reaccionó, así que continuó con un hilo de voz—. Y, verás, llevo esperando dos horas.

—Ok —dijo Jaebyu.

Genial. Su orgullo yacía a sus pies como un monstruo pisado y derrotado.

—Quisiera saber cuándo me van a atender —prosiguió con la humillación.

—Dentro de dos horas —contestó el enfermero con voz seca.

Yoon Jaebyu se dirigió a una camilla ocupada y desapareció tras la cortina.

Minki no solo quedó como un tonto en medio de la habitación, sino que además estorbaba. Tras casi ser aplastado por una silla de ruedas, una enfermera mayor le pidió que regresara a la sala de espera.

—Hay casos más graves que atender —informó la mujer cuando Minki se atrevió a quejarse.
Sonrojado, por la rabia que se mezclaba a ratos con la vergüenza, regresó al otro cuarto y tuvo que buscar un nuevo puesto, porque incluso le habían quitado el asiento.

Y esperó.

Y siguió haciéndolo mientras se comía las uñas y no apartaba la vista del corredor que llevaba a emergencias. El enfermero Yoon reapareció un par de veces en la sala. Voceaba un nombre, esperaba a la persona, o lo trasladaba en silla de ruedas sino podía moverse, y se marchaba.

La escena se repitió en un espiral infinito. A Minki le supo a milenios.

En su octava aparición, el enfermero llevaba la mitad del rostro cubierto por una mascarilla, quedando expuesta su astuta y cansada mirada. Continuó mordisqueando su dedo. Jaebyu llamó a alguien. Entonces, Minki saboreó el metal en la boca. Alejó su mano. Un hilo escarlata descendió por su dedo medio. Se había hecho una herida con los dientes. Sintió que se iba a desmayar.

Porque otra cosa que Lee Minki no toleraba era su sangre. No la ajena, ni la de sus familiares, ni de sus amigos. La suya, solo la suya.

Los músculos le temblaron.

Still with us (Still with #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora