5

1.5K 229 40
                                    

5

Sus interacciones nunca habían sido así de tensas, ni tristes. Jaebyu y él se habían conocido hacía unos once años cuando Minki recibió una clase de defensa personal demasiado ruda. Por ese tiempo, él apenas llevaba un año en la academia y se había enamorado de uno de sus compañeros de clase.

Sin embargo, ese día de prácticas, odiaba tanto a su compañero que podría fácilmente aniquilarlo con la mirada. Nunca nadie lo había hecho sentir tan miserable como ese chico. Minki todavía sentía ganas de llorar cuando se recordaba desnudo en aquella cama, mientras intentaba cubrirse con las sábanas blancas. Porque ese chico que alzaba el mentón con arrogancia, aunque también con una inocencia que lo hacía cuestionarse su propia versión de la historia, era la misma persona que se había recostado a su lado en aquella cama estrecha y le pidió que se marchara porque quería dormirse temprano.

Lo odiaba.

Pero más se detestaba a sí mismo por haber cedido, recogido su ropa del suelo y haberse ido sin protestar.

Por suerte, había recuperado parte de su dignidad. Y no iba a permitir que también lo avergonzara en esa colchoneta, donde era Minki el que siempre ganaba.

Alzando los puños a la altura de su barbilla, se ubicó frente a él. Eran rodeados por los gruñidos y quejas del resto de sus compañeros que seguían entrenando. La mirada de Jongin se arrastró por su cuerpo, su ceja inclinándose en interrogación cuando llegó a su rostro.

—Estabas desaparecido —dijo de forma casual.

La ira se sintió como lava en su estómago.

—Comencemos con esto.

En respuesta, Jongin lo observó como si se hubiera vuelto loco.

—Pero qué intenso...

El golpe que le dio Minki fue directo a su rostro. Jongin alcanzó a esquivarlo haciéndose hacia un lado, pero no calculó bien y su pie aterrizó fuera de la colchoneta. El profesor lo recriminó gritándole que a la siguiente falta sería sacado del circuito y, por tanto, reprobado. Su compañero hizo crujir los hombros y recuperó su posición frente a él.

Lanzó un segundo golpe, su puño tocó la mandíbula de Jongin mientras este lo tiraba al suelo tras un toque en sus tobillos. Luego, el chico se posicionó sobre él y le enterró algo más que la rodilla en su espalda baja.

—No seas tan sensible —le susurró al oído—. Tú fuiste el que me buscó.

Minki intentó zafarse haciendo presión para levantarlo. Sus piernas lograron enganchar los muslos de Jongin en una llave que lanzó a su compañero a la colchoneta. Pero Jongin nunca soltó el agarre en su brazo. Su hombro estalló de dolor.

—Tranquilízate —dijo Jongin.

—¡No me digas que me calme! —gruñó, rodando por la colchoneta hasta ponerse de pie. Su brazo izquierdo no reaccionaba.

Minki alcanzó a dar una patada que dio directo en la entrepierna de Jongin cuando alguien lo sujetó por la cintura. Intentó soltarse, no obstante, el dolor en su hombro fue tan intenso que tuvo que cerrar los ojos, calmarse y apretar los dientes. Había
empezado a sudar frío.

—¿Duele mucho? —escuchó que le preguntaba la persona que lo afirmaba. No era una voz familiar, debía ser alguien menor que él.

—Suéltame —pidió Minki.

—¿Intentarás golpearlo?

Su profesor ya corría hacia ellos para ver qué sucedía.

—No te importa.

Minki movió su brazo derecho hasta estrellarlo en el estómago del chico, quien jadeó producto del codazo.

—No te soltaré hasta que te tranquilices.

—Estoy calmado —aseguró respirando con irregularidad—. Soy la calma hecha persona.

El profesor de defensa personal se detuvo a un costado de Jongin, quien se recuperaba del dolor afirmándose la entrepierna.

—¿Qué sucedió? —cuestionó, su atención fue al brazo izquierdo de Minki que colgaba en una extraña posición.

—Un error de cálculo —replicó Minki.

Jongin se puso de pie todavía inclinado por el dolor.

La cintura de Minki fue liberada. Más tranquilo, aunque todavía enojado, fue a encarar a quien lo había sujetado. Era un chico vestido con uniforme escolar. A unos metros de ellos, se ubicaba un grupo de estudiantes. ¿Era real? ¿Lo había detenido un adolescente sonriente? Estaba harto de esas visitas mensuales del jardín de niños.

—Minki, ve a la enfermería —ordenó su profesor—. Y ruega para que ese hombro no necesite cirugía.

—Si quieres puedo ayudarte —se ofreció el estudiante que, si la memoria no le fallaba, era dos o tres años menor. Minki lo conocía de lejos, habían compartido uno que otro recreo en la es- cuela. Se llamaba Junghwan, Sungguk o algo así, no le interesaba recordarlo.

—¿Me ves cara de lisiado? —replicó.

—Veo la cara de alguien que se dislocó el hombro —contestó el chico.

—Estoy bien, no moriré.

Dos horas más tarde, no estaba seguro de eso. Sentado en una silla plástica y pequeña ubicada en la sala de emergencias de uno de los hospitales de Daegu, se mordía las uñas con nerviosismo.

Hospitales.

Lee Minki siempre los había detestado. También odiaba todo lo referente a ellos, es decir, las pastillas, las jeringas, las férulas y, principalmente, los doctores. Por tanto, ir al hospital por zafarse el brazo, no era una aventura que considerase divertida.

Ni amena.

Ni siquiera interesante.

Sobre todo porque la academia de policías donde Minki estudiaba se ubicaba en el centro de Daegu, pero lo habían llevado a un hospital localizado en otro distrito.

Estaba de malhumor y se iba a permitir estarlo. Por eso, cuando apareció un joven que aparentaba su misma edad, vestido con un traje verde claro, que indicaba que estaba realizando el internado de enfermería, Minki se puso de pie de un brinco y se le acercó. Frenó a un metro, posicionando su brazo bueno sobre la mesa de la recepción. Esperó a que lo mirara. El estudiante de enfermería estaba concentrado en unas hojas sujetas a una tabla metálica.

Perdiendo la poca paciencia que le quedaba, tosió con brusquedad. Lo observaron unos ojos oscuros, y no demasiado grandes, que quedaron escondidos detrás de un flequillo azabache. Tras ello, el chico dejó la tablilla metálica bajo su brazo.

«Yoon Jaebyu, residente de enfermería», leyó en su credencial. Bajo ella colgaba un prendedor con hojas plastificadas de variados colores.

—¿Puedo ayudarte en algo? —cuestionó el enfermero. Minki se rio con poco disimulo.

—Hola, mi nombre es Lee Minki —dijo, de pronto había recuperado el buen humor—. ¿Me darías tu número de teléfono?

 ¿Me darías tu número de teléfono?

اوووه! هذه الصورة لا تتبع إرشادات المحتوى الخاصة بنا. لمتابعة النشر، يرجى إزالتها أو تحميل صورة أخرى.
Still with us (Still with #3)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن