Capítulo III: Antes del comienzo

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Oscuridad, frío y un goteo constante lo acompañaban desde el momento en que despertó. Sentado en una esquina oscura y húmeda, Goen reflexionaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared de piedras. Sentía como si miles de agujas entraran a través de su cráneo, abriéndose paso hacia su cerebro. Casi como si estuviera ensayado, un relámpago iluminó el calabozo, seguido de un trueno ensordecedor que dio paso a una fuerte lluvia.

Goen levantó la cabeza de entre sus rodillas. Por la ventana cercana al techo comenzaba a formarse una pequeña cascada que caía a la celda dirigiéndose hacia el desagüe, justo en el centro de la celda. Allí olía a moho y a humedad.

– ¿Te recuerda a algo? –Goen levantó la cabeza en el momento en que otro relámpago iluminó la estancia. La luz blanca reveló por momentos a una persona de unos cincuenta años, muy parecido a él.

–Vete. No te quiero aquí, papá.

–Ah, sabes que no puedo hacerlo –dijo desde la oscuridad–. Ni aunque quisiera –Otro relámpago volvió a iluminar la estancia. Su padre se había acercado, y en esos instantes de luz, Goen vio cómo le sonreía maliciosamente a unos pocos centímetros de él con una boca demasiado amplia y con demasiados dientes.

[...]

Aquella mañana, Goen se había despertado inusualmente emocionado, repitiendo el mismo ritual de siempre. Se visitó, desayunó y salió de casa; luego esperó a Buri y juntos partieron hacia el cuartel. El día había amanecido cubierto por nubes oscuras que parecieron retrasar el amanecer hasta que llegaron al cuartel, momento en el que los rayos del sol atravesaban débilmente las nubes. Tras revisar el tablón, bajó al sótano y se vistió con su armadura y salió al patio de entrenamientos.

Había comenzado a caer aguanieve, y las nubes seguían igual de densas que en el momento en que salió de casa. El patio estaba vacío, y le dio la extraña y lúgubre impresión de que el mundo estaba en silencio y abandonado. Entonces, se sintió incómodo. En dirección opuesta a los muros de la ciudad, se extendía un campo y, a unos metros hacia el norte, se extendía uno de los brazos del bosque. Desde el límite del bosque, podía ver claramente una silueta y, a pesar de la lejanía, sentía cómo la silueta lo observaba a él. Sintió un escalofrío mientras ambos se observaban.

–Veo que llegaste a horario –la voz de Eyra lo arrancó de sus pensamientos desde detrás de su espalda, haciendo que se gire demasiado rápido–. Lamento la demora –por suerte, Eyra no estaba prestando atención; se estaba estirando y tenía los ojos cerrados.

Goen, sobresaltado, notó que había llevado la mano a la empuñadura de su espada. Disimuló su sobresalto y, luego de revisar de nuevo y ver que la figura se había marchado, se volvió hacia Eyra.

–Buenos días –notó que Eyra ya no llevaba el dije que compró ayer.

–Si buscas el dije –comentó notando su mirada–, ayer me lo quité y no recuerdo dónde lo dejé. Si estabas mirando otra cosa, te recomiendo que mantengas la vista en alto, recluta –al parecer Eyra estaba de buen humor esa mañana.

A juzgar porque aún no llevaba la armadura, el cabello desatado y su expresión; Eyra aún no terminaba de despertarse. Goen esperó a Eyra afuera.

–Ten, ponte esto sobre la armadura –Eyra le lanzó una capa negra y pesada–. Es piel de oso recubierta con cera.

El día no parecía mejorar. De hecho, Goen diría que empeoraba por momentos. Ese tipo de cambios de clima no era inusual, sobre todo en los alrededores de Jerme. Hacia el mediodía comenzó a caer aguanieve y, como sería natural, el mercado estaba menos atiborrado que el día anterior. Como dos sombras negras, patrullaban el Mercado al igual que el día anterior; a veces en silencio, a veces conversando y riendo.

Constelación: Skart (Acto I. La península)Where stories live. Discover now