Capítulo II: Trabajo de campo

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El sol ascendía lentamente por el cielo por encima de los altos tejados inclinados en dos hojas de las casas de Jerme, y las tonalidades rosadas de la ciudad fueron aclarándose para pasar a ser de un blanco deslumbrante. Allí, las casas tenían normalmente dos pisos de altura y un altillo. A excepción de las capillas, todas las edificaciones habían sido construidas con las oscuras maderas del bosque al norte del pueblo, y los techos estaban cubiertos por tejados negros.

Eyra y Goen estaban llegando al anillo intermedio, que comúnmente llamaban "El Mercado". La ciudad ya había despertado, y los comerciantes que tenían plazas en El Mercado ya habían abierto sus locales y quienes estaban de paso o no tenían un edificio estaban exhibiendo sus mercancías en los puestos libres a la intemperie.

–Como seguramente ya habrás deducido, hoy vamos a patrullar el mercado. No esperes grandes problemas, últimamente las cosas han estado bastante tranquilas por aquí.

–¿Iremos juntos?

–También puedo llevarte de la mano, si lo prefieres –contestó Eyra mientras observaba un collar cuyo dije era una piedra color aguamarina incrustada finamente en un aro de plata.

Así que por aquí van los palos, pensó Goen mientras observaba alrededor y esperaba a que Eyra le pagase al mercader dos monedas de plata, quien insistía en rebajar el precio mientras Eyra se negaba rotundamente. A unos pocos metros, cuatro niños jugaban a arrojarse bolas de nieve. Goen sonrió mientras veía cómo un niño recibía una en la nariz. Éste, furioso, tomó una cantidad especialmente grande de nieve y arrojó la bola hacia el otro niño, pero esta fue a parar a la cabeza de un calvo mercader quien, desmedidamente, se acercó a ellos y comenzó a gritarles.

–¿Hay algún problema? –Goen se acercó, interrumpiendo al mercader en medio de una grosería mientras sostenía a uno de los niños por el brazo y con el rostro rojo. Era un hombre de estatura media, posiblemente de unos cincuenta años y con cejas prominentes.

–Pequeños rufianes, eso es todo –escupió el mercader sin soltar al niño.

–Solo estaban jugando –respondió Goen. En su cabeza, su voz era más grave de lo que en realidad le salió.

–Le sugiero que suelte al niño –la voz de Eyra sonó autoritaria. Al girarse, Goen vio que se había puesto el dije en el cuello, que resaltaba particularmente al tener el cabello atado, y que estaba parada detrás de él, observando severamente al mercader.

El mercader soltó al niño y, maldiciendo por lo bajo, volvió a su puesto, donde tenía varias piezas de carne de venado exhibidas en cajas con nieve y hielo. Por su parte, los niños salieron corriendo en dirección opuesta. Eyra hizo un gesto con la cabeza, indicándole a Goen que la siguiera. Caminaron por la calle que formaba el anillo central, observando los mercados, los mercaderes y los clientes. A la izquierda de la calle, en el borde interno del anillo, se encontraban todos los "puestos libres", donde cualquier mercader podía llegar allí y exhibir sus mercancías; y a la derecha tenían los distintos edificios de mercaderes más adinerados que podían permitirse alquilar aquellos edificios para utilizarlos como sus locales.


–Lindo, ¿no? –comentó Eyra mientras tomaba el dije con una mano.

–Bastante –respondió Goen.

–Entonces, ¿dónde aprendiste a bailar? –preguntó Eyra. Goen tardó unos segundos en entender a qué se refería.

–Cuando era pequeño, nos gustaba jugar a las luchas con mi hermano. Usábamos palos como espadas, y gran parte del tiempo lo dedicábamos a magullar las manos del otro simulando que éramos soldados. Al ser un palo lo único que nos preocupaba, nos movíamos mucho y dábamos pequeños golpes para tratar de golpear al otro –mintió Goen. Cuando era pequeño no jugaba con sus hermanos. De hecho, Goen siempre fue una persona bastante solitaria a excepción de Buri, la única persona fuera de su familia que le caía bien.

Constelación: Skart (Acto I. La península)Where stories live. Discover now