Deterioros

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     Lara se despertó con una suavidad plena, el cuerpo relajado y una paz tan propia de las mañanas cotidianas en el Templo Jedi de Coruscant. Los cálidos rayos del sol matutino se escurrían entre las rejillas de la ventana formando líneas rectas en el suelo. La noche había sido fresca, silente, preciosa; colmada de todos los encantos iridiscentes de la gran ecumenópolis de la República.
     En sus sueños ella había estado junto a Dans disfrutando de un refresco helado en la gran plaza donde se encontraba su antiguo trabajo. La gente a su alrededor iba y venía, pero parecían sombras multicolores borrosas que se contrastaban con el nítido rostro del hombre que había cautivado su corazón. Era una imagen idílica.
     Con lentitud notó cómo Dans la invitaba a dar un paseo, dejaron los refrescos a medio terminar y se levantaron de la mesa. Pasaron frente al puesto en el que se conocieron por primera vez, dejaron atrás una larga fila de negocios y se adentraron entre las vastas calles del nivel 1812 tomados de la mano.
     De repente la imagen cambió y ya no estaban más a un costado de la acera. El amplio espacio de la calle se transformó en cuatro paredes muy familiares: estaba de regreso en su antiguo cubículo departamental y no estaba sola.
     Hacía calor, mucho calor. El sudor le recorría la piel formando ríos húmedos que caían hasta perderse en las sábanas de terciopelo de la cama. Casi como si fuese un hálito, las manos de Dans le recorrieron la cintura, disfrutando de su silueta con una delicadeza intensa que la transportó hacia los más dulces parajes del placer.
     Lara se dejó fluir en el vaivén que el bosque de cicatrices le producía al tocarlas con la yema de los dedos. Aun estando en sueños, la sensación que todas esas marcas le producían era simplemente única: rezagos de dolor y de pasión, no se decidía por cuál de las dos decantarse. No perdió ni un momento más y comenzó a dejarle un sendero de besos en las cicatrices más grandes del joven teniente. Sintió cómo Dans se aferró a ella antes de que la acomodara por completo por debajo de él. Sus ojos se encontraron. Las miradas se entrelazaron entre brisas de cariño incólume.
     Los labios de su hombre se movieron, le estaba susurrando algo, Lara no podía escucharlo, pero sí entenderlo, era como si ya no necesitase del sonido de las palabras para poder saber lo que Dans le estaba diciendo. Solo asintió, posó sus manos en los fuertes pectorales que tenía encima suyo y separó las piernas.
     Él la tomó. La hizo suya durante toda esa noche.

     Fue así hasta que la brisa fresca del exterior le acarició el rostro y despertó. Casi por instinto, se meció entre las sábanas y se giró hacia un costado extendiendo el brazo para poder aferrarse a algo, pero no encontró nada, la otra mitad de la cama estaba vacía. Estaba sola.
     Refunfuñó como una niña pequeña y abrazó la almohada que él usaba; esta aún tenía su aroma y ese fue su único consuelo. Divagó en sus pensamientos preguntándose en dónde estaría ahora, qué era lo que estaría haciendo, si estaría bien o no.
     Las ideas le revolvieron la mente como una vorágine de dudas punzantes.

     Al cabo de un rato el reloj digital en la pared emitió una alarma matutina. Era hora de trabajar así que no podía seguir más tiempo recostada ni envuelta entre las suaves sábanas que Dans había buscado específicamente para ella, para que durmiera más cómoda. Una tierna sonrisa se le dibujó en los labios al recordarlo.

     Se vistió tan rápido como pudo, lavó los dientes y acomodó su overol gris lleno de bolsillos. Iría a desayunar algo en el comedor oeste antes de volver al hangar SV-12 a reparar los cazas jedi pendientes. Si bien la vida era tranquila en el templo, también era aburrida. En el fondo extrañaba un poco los ruidos abrumadores y caóticos de los Niveles Bajos, la emoción, buena o mala, de desplazarse entre el ajetreo diario de un barrio lleno de negocios, talleres, burdeles, puestos de comida, estaciones, espaciopuertos y demás; no eran pocas las veces que había conversado con Dans sobre ellos y él se había mostrado empático con ella, y compartía hasta cierto punto su postura, pero sus constantes misiones impedían que planearan juntos una salida divertida.
     Ese era otro problema. La sombra de la incertidumbre no era fácil de tratar.
     Salió de su cabina a paso firme, como todos los días, tan rutinaria que incluso podía recorrer el camino con los ojos cerrados.

Fuego Estelar: A Star Wars Fan History IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora