Capítulo VIII

47 15 15
                                    

Resultó muy irónico que, después de cuatro semanas consecutivas deseando que, Alexandre Fontaine desapareciera de su vida, ahora, al fin su deseo se había hecho realidad, pero lo extrañaba. Había pasado poco más de dos semana desde que Fontaine fue enviado a la periferia, y para Alice parecían años, Deseaba fervorosamente su regreso.

Había decidido visitar a la marquesa, había preparado su mejor sonrisa. Había caminado hasta la habitación donde ella se encontraba, seguramente triste por la partida de su muy querido hijo.

Y, ahí se encontraba, cara a cara con la puerta de roble tallado, pensado en ¿cómo lograría obtener algo de información sobre Alexandre, sobre su repentino viaje?... tenía que hacerlo, era imposible quedarse sentada junto a la ventana sin saber la razón por la que él se había marchado, sin saber dónde estaba, o si volvería a verlo pronto.
Así que tomó valor, y sin pensarlo un segundo mas tocó a la puerta; pero no obtuvo respuesta, decidió volver a tocar, esta vez mas fuerte y acompañó con unas palabras temblorosas.

–Marquesa,– soltó simulando toser,–Lady Fontaine, soy Alice, la princesa.– dijo con más claridad.

Pero tampoco obtuvo ninguna respuesta, ¿debería tocar de nuevo?, se preguntó. Alice encogió los hombros, hace unos segundos se sentía tan entusiasmada, pensando que, al fin conseguiría saber algo sobre Alexandre, pero ahora se encontraba bastante desanimada... Bueno, en realidad, ya se lo esperaba. Aunque quería pensar que su idea tendría éxito. A lo mejor solo quería engañarse con una falsa esperanza, ignorar que la marquesa estaba tan deprimida que lo menos que querría es hablar con ella.

Miró el picaporte de la puerta. Por su mente pasó abrirla, y estuvo apunto de hacerlo, apunto de cometer una de sus imprudencias, abrir la puerta sin permiso. Pero, antes de poder hacerlo la puerta se abrió. Alice levantó la mirada y vio a la marquesa, confirmó lo que María le había dicho. El rostro de Marie solo reflejaba una excepcional melancolía, melancolía que intentó simular con una leve sonrisa.

Antes, Había preparado su sonrisa más amplia, sin embargo, consideró que en ese momento no era apropiado sonreír, así que, solo la miró con compasión. Era lo mínimo, lo correcto, o eso esperaba.
Aún que siendo sincera con ella misma, no sabía cómo actuar frente a una situación como esa, ¿cómo se supone que se consuela la tristeza de una persona?, la melancolía le aterraba, era lo que más le aterraba en el mundo, la idea de hundirse en la tristeza, de llegar a sentirse como la marquesa. En cierta medida la entendía, ella también se había sentido mal desde que Alexandre se marchó; Sin embargo, lo de ella era por cómo lo había tratado. Lo de la marquesa, era... había algo más, si, Marie era su madre, normal que se sienta triste, pero ¿a tal nivel?, no lo creía, debía haber un motivo más fuerte que causara tanta melancolía, y, ella estaba ahí para averiguarlo. Quería una explicación, la necesitaba, al menos para justificar esa inquietud que parecía que se había apoderado de ella.

Cerró los ojos, aunque no supo si era para buscar una palabra para decir y disipar el silencio.

–Alteza, –dijo Marie.

Para Alice, escuchar esa palabra de parte de Marie le dio alivio, al fin alguien decía algo.

–Lady Fontaine,– saludó Alice, quiso sonreír, pero mejor no lo hizo.

–Nunca espere que, usted... es decir, no...–
Marie parecía no saber que decir, cómo organizar las palabras, muy raro en una persona tan parlanchín como ella, o quizás, le había sorprendido mucho la visita de Alice, después de todo no tendría sentido pensar que una jovencita quería pasar un rato hablando con una mujer madura como ella.– Quise decir, me alegra verla.– simuló de nuevo una sonrisa,–Hace un día soleado,– dijo mirando hacia la ventana, Alice hizo lo mismo.

PEONÍA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora