Capítulo I

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En el mes de Junio, verano de 1.774, finalizando el siglo de las luces (siglo XVIII), en el octavo siglo del II milenio en el calendario gregoriano, La reina Isabella Lambert de Francia dio a luz a una pequeña y encantadora niña.

El nacimiento de la pequeñita fue motivo de gran alegría y festividad en todo el reino, todos celebraban el nacimiento de la princesa. Las campanas de la catedral de Paris repicaron durante horas, el pueblo entero se unió a la gran celebración, Sin duda alguna fue considerado el milagro de la época. Ya que su majestad cristianísima, el rey Antoine XVI y la reina Charlotte llevaban cinco años de matrimonio y se especulaba que la reina no podría dar un heredero a la corona francesa, rumores que fueron extinguidos tras el nacimiento de la princesa Alice Carole Lambert.

–¡Es una niña!, una hermosa niña.– Gritó la partera.

–Una hermosa flor,– dijo el rey.
Aunque el rey esperaba que fuera un niño, Se sentía feliz, no le cabía el corazón en el pecho, después de todo su esposa al fin le había dado un heredero, en este caso una heredera. Cargo entre sus brazos a la pequeña, y desde ese momento puso todas sus esperanzas en ella, esperaba grandes cosas de su pequeña hija.

La pequeña princesa era realmente hermosa, su belleza sin duda alguna era deslumbrante, Aquel día no solo nació Alice, también con ella nacio la esperanza, la risa, y la alegría, en todo el reino. La linda princesita fue una gran bendición, inundó de risas cada rincón del palacio, esto hacia muy feliz a su majestad el rey y por supuesto también a la reina.

Cuando tenía tan solo cuatro años de edad, el rey consideró que era hora de comenzar a pulir su diamante.

–Aún es demasiado pequeña,– Exclamó la reina.

–Tonterías,– dijo el rey en tono condescendiente,–nunca es demasiado temprano para iniciar a educar a una princesa.

–Quiero que disfrute de su niñez.– habló de nuevo la reina.

–Una princesa no puede darse el lujo de perder el tiempo en tonterías .– habló el rey, esta vez con más severidad.

Desde ese momento se le comenzó a educar para ser una excelente monarca. Subordinada a las estrictas normas de la realeza, normas exigidas e impuestas por el rey, modales, valores, estudios, horarios, educación, y mucho más. Las normas eran más de lo que una niña pueda resistir, constantemente un perceptor le enseñaba, corregía con firmeza, puesto que se esperaba mucho de la pequeña. No obstante a todos los deberes que cargaba sobre sus hombros, nunca le reprochó nada a su padre, o al menos así fue hasta su doceavo cumpleaños.

Los años transcurrieron con total normalidad, El rey estaba pasando por una buena racha, el pueblo lo adoraba, buenas noticias en el palacio, había abundancia por doquier; sin embargo, había algo que no marchaba conforme a su voluntad, ese algo era su hija. El rey le exigía cada vez más haciendo la carga demasiado pesada para la pequeña Alice, Para entonces la princesa ya no era la misma niña sumisa de antes, se sentía demasiado abrumada, al punto que su comportamiento dejaba claro lo harta que están de todas las imposiciones.

–¡Dios santo!,– exclamó el rey horrorizado por la rebeldía de la joven princesa,–¿Qué he hecho yo para merecer esto?.– se lamentó.

–Ten paciencia, aún es muy joven.– defendió la reina.

–¡Joven!, dices, tiene doce años, ya debe alcanzar la perfección.– dijo el rey.

–Ya verás que antes de lo que crees se convertirá en una señorita ejemplar.

Era el mejor de los tiempos para el rey, pero también el peor, preciso por su hija. La princesa estaba atravesando la edad de la locura, del despertar de nuevos sentimientos, edad en la que no se piensa en nada más que en correr, dar saltos de emoción, cometer imprudencias, experimentar nuevos pasatiempos de manera festiva, conocida también Como la edad de la rebeldía.

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