Tras el chasquido de Thanos, Matt Murdock desapareció junto a la mitad del universo. Sin embargo, la valentía de los héroes más poderosos del planeta logra traerlo de vuelta. Pero al regresar cinco años después, el Diablo de Hell's Kitchen deberá ha...
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15.despedida
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Sus manos temblaban; era difícil armar el nudo apropiado para su corbata en un momento como aquel. Ni toda la poca fuerza que aún residía en su cuerpo era suficiente para mantenerlo en pie. Debió sentarse unos largos minutos en la esquina de su cama, intentando recuperarse del dolor en su corazón, pero no parecía funcionar.
Era el funeral de Felicite. El último funeral al que Murdock asistió había sido el del Padre Lantom, unos cuantos años atrás. Incluso, estaba seguro de que sus amigos habían hecho uno para él tras desaparecer. Probablemente, un poco más conmemorativo ante el chasquido. Pero no podía igualarse, pensaba. Ni siquiera por un poco.
Foggy dio unos suaves toques sobre la puerta para indicarle su arribo, y fue cuando tuvo que recomponerse lo suficiente para abandonar su hogar. Estaba listo para salir; sin embargo, no se sentía listo para enfrentar lo que estaba por venir.
La familia de Felicite había viajado desde distintos puntos del país para asistir. Tíos, primos, incluso algunos amigos de su tiempo en la universidad. Era más que durante la celebración de su matrimonio, y no pudo evitar desear que todos hubieran estado allí en ese momento tan especial.
Murdock se detuvo justo en la puerta con cierta indecisión. Foggy lo notó rápidamente, y decidió quedarse justo a su lado mientras Marci buscaba su lugar. Ni siquiera debía decir nada. La compañía del otro era lo suficientemente reconfortante para ambos. Una palmada en su espalda, una pequeña sonrisa entristecida, y se sintió mejor, al menos para dar los pasos esenciales en el interior de la iglesia.
Solo unos metros adentro y la sintió. Josephine estaba recibiendo a la familia de la rubia con pequeños apretones de mano. Algunos la conocían —le decían «Jo» con cierto cariño—; otros se presentaban entre pequeños susurros. Pero Jo casi no decía nada. Solo asentía e indicaba los asientos disponibles para cada uno. Estaba apagada; se sentía como una llama a punto de extinguirse. Su corazón daba latidos acelerados, pero tan dolorosos que sabía bien cómo se sentía.
Josephine miró en su dirección poco después, dispuesta a seguir recibiendo a la familia de la rubia. Pero su corazón pareció cambiar en cuanto notó su presencia. De latir tan entristecido, ahora parecía que algo lo sostenía y compartía ese dolor, lo volvía leve. La castaña lo estudió un instante, con su cuerpo lleno de indecisión. Sus ojos estaban cubiertos de lágrimas mientras lo veía avanzar con su bastón metálico delante suyo. Y luego, y sin previo aviso, comenzó a caminar.