Capítulo seis

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Un recuerdo llegó a mi cabeza.

Recostada sobre mi cama, con la mirada fija en el techo, escuché a mi estómago rugir. No era de extrañar, me acostumbré a ese sonido a tal punto que en un momento llegó a gustarme. Mi última comida fue hace 24hs y no me decidía si mi ayuno iba a ser terminado con media manzana verde o un par de claras de huevo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me decidí a ir por otra manta. Al pasar por delante del espejo, la sábana blanca que lo cubría se desprendió y dejó al descubierto una niña consumida por su enfermedad. Comencé a tocar los huesos de mi espalda, mis costillas y mis brazos. Me volteé hacia un lado y hacia el otro, observando cada rincón de mi escuálido cuerpo.

Tomé las sábanas del suelo y volví a cubrir el espejo, negándome a una realidad en la que estaba sumergida. El pequeño recorrido de mi cama a mi armario, me habían dejado agotada. Sin embargo, en ese momento yo sentía un agotamiento mucho peor; el mental. Mi mente, mis días y mi vida entera giraban alrededor de la comida. Planificar lo que iba a comer y en qué momento, buscar excusas para evitar reuniones familiares y con amigos que involucren comer, aprenderme las calorías de cada alimento. Mi vida estaba siendo caótica y llegué a pensar que la solución a todos mis problemas estaba en ser delgada. Mi único objetivo de vida en ese entonces era tratar de consumir cada vez menos calorías.

Dolía. Dolía perder amigos, dolía ver a mi abuela rogarme que comiera por lo menos un bocado, dolían las miradas de lástima. El cuerpo me dolía y la mente... mi mente estaba a punto de colapsar.

Hasta que toqué el fondo por primera vez. Caí a mitad de la carretera y cuando desperté me encontré en la habitación del hospital. Un médico fue a verme y lo primero que me dijo cuando pisó el lugar fue "Te vas a morir, has algo o vas a morir". Directo y con frialdad en su voz, pero fue exactamente aquello lo que me hizo despertar.

¿Y me recuperé? Yo creo que no. Empecé a creer que las enfermedades mentales no tienen cura, sino que aprendes a vivir con ellas. O mejor dicho, sobrevivir. Hubo un momento donde sentí que mi enfermedad y yo ya no éramos una, y podía comer lo que quisiera y cuando quisiera. Sin embargo, este último tiempo algo cambió.

Me encontraba frente a un plato de espaguetis enorme mientras peleaba contra mi mente con el objetivo de no recaer.

—¿Te sientes bien? —sonó la voz de mi abuela quien se encontraba sentada frente a mí.

Levanté la mirada y me percaté de que su plato ya estaba casi vacío, mientras que el mío se encontraba completo. Fue en ese momento donde se desató el caos dentro de mí. Tenía hambre, no había dudas de eso, mi cuerpo lo pedía y quería escucharlo. Pero mi cabeza se encargó de impedirlo, una vez más.

—Me duele el estómago, lo guardaré para esta noche ¿Si? —mentí.

Como muchas otras veces cuando mi mente me traicionaba, la mentira aparecía. Eso me hacía odiarme aún más, mentirle me destrozaba, pero en esos momentos no tenía otra alternativa. ¿Cómo le podía explicar que la recuperación fue solo un cuento?

Debía confesarle que todavía la comida me aterraba y que nunca dejé de luchar contra mí para no pensar en calorías. Debía decirle que la supuesta recuperación fue solo un momento en mi vida donde mi trastorno se durmió, pero que nunca desapareció. Claramente no era como antes, no me pasaba días enteros sin comer, ni hacía ejercicio hasta sentir que moría, pero nunca volví a comer en paz. Nunca volví a mirarme con ojos de amor.

Me levanté de mi lugar una vez que ella terminó de comer, agarré mi plato y lo llevé hasta el lavadero donde se encontraba Honey. Ella al verme comenzó a mover su cola con emoción. Me senté en el suelo y dejé el plato con los espaguetis frente a ella. Fue increíble verla disfrutando de esa deliciosa comida. Pensé en lo lindo que sería comer sin que esas voces te saboteen el momento y lo afortunada que era ella de poder hacerlo.

Hasta que sanesWhere stories live. Discover now