Capítulo 11

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La herida que hiere.

Eleonor se despertó bruscamente tomando una inmensa bocanada de aire al incorporarse en la cama, ante sus ojos Enid estaba aturdido observando las nubes negras que abandonaban aquella habitación, no fue hasta que las nubes desaparecieron que Enid pudo verla a los ojos y acercarse a su lado, ella respiraba agitadamente mirando de derecha a izquierda para caer en cuenta del lugar en el cual se encontraba.

—Ey... —acaricia su rostro con una sonrisa apartándole los rubios cabellos —Eleonor, ¿Estás bien?

Ella asentía torpemente frotándose el rostro con incertidumbre y miedo, su cuerpo temblaba. Enid tomó asiento en el borde de la cama para abrazarla contra su hombro.

— ¿Quieres que me quedé a tu lado? Estaré aquí todo el tiempo que necesites.

Ella volvió a asentir acurrucándose contra el cuello del joven mestizo, Enid sonrió consciente de que, aún si solo era un poco, podía brindarle seguridad a esa chica; se acomodaron contra la cabecera de la cama, sentados, sin apartarse del otro.

—En mi infancia... —pronunció suavemente —me sentía profundamente feliz cuando mi hermano dejaba de lado sus deberes reales para venir a jugar conmigo, él siempre sabía dónde encontrarme, —ríe levemente —ahora que lo pienso, quizá Francin era la que se lo decía, pero... no lo sé, sigue haciéndome feliz pensar que sabía la forma de llegar a mi lado, él... en ocasiones se sentaba a mi lado y juntos hacíamos florecer los pastizales...

En algún punto de aquel relato ambos se habían quedado profundamente dormidos, hasta que la mañana llegó con sutiles rayos que iluminaban toda la habitación a los lados de la cama, Eleonor abrió los ojos sintiéndose perdida y bastante inquieta, por un segundo centró su mirada en el rostro a su lado, delicado y con aquellas mejillas regordetas que le causaban una mínima sensación de calma; los últimos días habían causado que el rostro de Enid tomará un aspecto más cansado, sus ojos poseían bolsas oscuras llenas de las noches de insomnio que tuvo que pasar debido a los ataques enemigos y las necesidades de sus pobladores, además de aquellos momentos especialmente dedicados para ella, pero en ese momento lucia revitalizado; las sábanas fueron apartadas con el crujir estático mientras ella se deslizaba por sobre su lado saliendo de aquella cama, Enid apenas y se removió de su sitio sintiendo la ausencia de aquella humana.

Había algo que la seguía llamando cada noche. Anteriormente le había dicho a Lyrie que había algo que faltaba y algo que sobraba en su interior, algo incomprensible y simplemente imposible de explicar por ese mismo hecho, y había algo que la llamaba, algo que la impulsaba a salir de su habitación e ir por el pasillo hasta la habitación de Yvel que en ese momento irradiaba sus sombras hasta el exterior de la recamara. «Te lo ruego... por favor, por favor, por favor... suéltala, déjala... ¡Déjala!» La infantil voz de Yvel seguía presente en su mente con aquella apariencia infantil al borde de las lágrimas y desesperanza, y el rostro de su madre amoratado con sangre corriendo desde varias direcciones. La puerta cedió a su mano y ahí estaba él, sudado, gimiendo y jadeando, contrayéndose en varias direcciones como si tratase de luchar con algo; ella avanzó, y se detuvo a su lado mirándolo desde lo alto.

—Fue la peor elección que pudiste tomar. Eres escoria... —inhala profundamente —eras escoria Yvel, de verdad que lo fuiste. —aprieta los labios conteniendo su llanto prominente —Abusaste de esas pobres chicas que no tenían nada que ver con lo que le paso a tu madre, destruiste a innumerables mujeres cuando los únicos culpables eran los hombres ligados a ellas... elegiste mal a tu enemigo... y te maldijeron por ello.

Su bata de seda tocó el suelo abriéndose sobre las maderas mientras ella se hincaba al lado de la cama, delicadamente tomó la mano de Yvel, y contrayendo su rostro en pena ante la verdad rebelada, acercó aquella mano hacia sus labios hasta poder depositar un beso sobre sus nudillos.

Magia y dolor: TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora