Capítulo 12

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12.- Bajo tierra en una semana.


Alcé la mirada nada más bajar del coche. El Edificio Alfa era igual de imponente que el de la Capital. Y allí dentro nos esperaba Jane. Observé la mueca de asco que se dibujó en el rostro de Blake. Era totalmente comprensible que no quisiera estar en un lugar que era exactamente igual a su antigua casa. La marea de recuerdos negativos que se estaría sucediendo en su cabeza debía ser horrible.

Decidí dejarlo a solas con sus posibles reflexiones y me acerqué a Henry.

- ¿Adónde vas? – Pregunté. Por su reacción supe que no me esperaba tan cerca de él.

- Eh... Bueno, justo aquí. Tengo que ir a hablar con... Una amiga – contestó él.

Antes de que nuestra conversación se alargase, Sheryl y Blake se acercaron a la entrada del Edificio Alfa. Miré a Henry instantes antes de seguir los pasos de mis compañeros al interior de la edificación.

Jane nos esperaba apoyada contra las puertas del ascensor. Somnolienta. Incluso daba cabezadas. Dadas las horas que eran, era normal que estuviera casada. Incluso yo estaba molido y tenía mucho sueño. Lo que me llevó a preguntarme dónde dormiríamos esa noche. No pensamos ni en la mitad de cosas que nos harían falta cuando huimos de la Capital. Quizás nos precipitamos demasiado e hicimos las cosas demasiado deprisa. Pero... ¿Quién tenía tiempo para pararse a pensar?

Jane nos miró mientras bostezaba. Después se tomó su tiempo para estirarse. Apoyó ambas manos sobre las puertas y se impulsó levemente hacia delante. Nos miró a todos; ni un atisbo de sonrisa.

- Os habéis retrasado bastante, ¿no creéis?

- Lo sentimos... Quizás tengas razón – contestó Sheryl tan complaciente como siempre.

La mirada de Jane se deslizó hasta el pianista. Él le contestó con una escueta y educada sonrisa.

- ¿Y tú eres...?

- Un simple pianista. Un placer – comentó-; debes de ser amiga de Shapphire.

- Acertaste – respondió y llamó al ascensor-. ¿Subirás con nosotros?

Henry asintió. Jane parecía enfadada. Por un momento tuve miedo. ¿Y si habían ido mal las cosas?

Los tres la seguimos al interior del ascensor.

El ambiente estaba tenso. Todos sabíamos qué nos jugábamos aquella noche. Y supongo que Henry estaba nervioso por nuestra culpa, por como nos sentíamos y por cómo actuábamos. Paramos en la última planta. Alcé la mirada cuando las puertas se abrieron. Un pasillo dorado se extendía ante nosotros. Era sencillamente majestuoso. Supongo que aquella era una de las ventajas de vivir en la Urbanización Central. El piso de Blake también era bastante impresionante. Y, ahora... Ya no existía.

Seguimos a Jane a lo largo de aquel pasillo en el que habían varias puertas doradas. Me pregunté a dónde llevarían pero preferí no manifestar mis dudas en voz alta. Al fondo del pasillo yacía una de aquellas puertas, exactamente igual a las que flanqueaban el estrecho pasaje. Y, de pronto, dicha puerta fue abierta con fuerza. Un hombre de alborotados cabellos rubios, con el rostro descompuesto en una terrible mueca de horror, salió corriendo en dirección a nosotros. Inmediatamente Blake y Sheryl se colocaron al frente del grupo, preparados para hacer eso que tan bien se les daba a los dos: eliminar cualquier amenaza.

Un golpe. Un ruido estremecedor que nos ensordeció a todos. El hombre se detuvo por completo. Pudimos comprobar como la pared del fondo del pasillo, la que rodeaba la puerta dorada, había sido reducida a escombros. Una mujer de largos y ondulados cabellos oscuros, negros, avanzó sobre los escombros de la pared. Su mirada del color del mar se clavó en el hombre que, aparentemente, huía de ella. La maliciosa sonrisa que yacía pintada sobre su rostro no anunciaba si no algo malo.

Seguía sin poder creerlo. Miré a Blake; él me miró a mí. Y el hombre nos rodeo, precipitándose por las escaleras.

-Asqueroso cobarde -susurró la mujer.

Henry avanzó mientras aplaudía. Se acercó a la mujer. Aquella leve sonrisa no abandonaba su rostro y yo seguía sin saber qué estaba pasando.

- Deberías controlarte un poco más – comentó el pianista observando los destrozos que la mujer había ocasionado en un momento.

- Cuando empiece a aceptar tus consejos iré o muy borracha o muy colocada – respondió ella.

- Entonces nunca cambiarás. Aunque así es más divertido.

Me asombré por la complicidad que demostraron. Así que la conocida de Henry era aquella mujer... La verdad es que no parecían congeniar a simple vista. Henry hurgó en uno de sus bolsillos, tendiendo posteriormente la mano a la mujer. No vi bien lo que le estaba dando. Pero ella lo cogió y lo guardó en su caja de almacenamiento. No quería volver a confiar nunca más en nadie relacionado con el Gobierno, pero, realmente, no teníamos muchas más alternativas.

- Espero que eso te sirva. Trata de no meterte en muchos problemas, ya sabes que no te los puedes permitir – dijo Henry.

- Tranquilo. Sabes con quien estás hablando – contestó ella.

Henry río, hizo un leve gesto con una de las manos y deshizo el camino por el pasillo hasta llegar a nosotros. Nos miró uno a uno. Tras analizar nuestras expresiones, chasqueó la lengua y volvió a reír. Cómo se notaba que él no tenía tantos problemas como nosotros en aquel momento.

- Vamos, Sapphire no muerde. No mucho – ironizó, dándome una pequeña palmadita en el hombro-. Suerte.

Y, con aquella última palabra de ánimo, desapareció tras las puertas del ascensor. Deslizamos la mirada de nuevo hacia Sapphire. Así que ese era su nombre, ¿no? Todo empezaba a cuadrarme, más o menos. Aún no sabía exactamente quien era o en qué nos podía ayudar. Y, por lo que parecía, tendríamos que preguntarle directamente a ella. Jane no parecía estar por la labor de querer hablar más de lo necesario.

Sapphire, evitando tropezar con los escombros, dio media vuelta y volvió a su aparente despacho. Con paso torpe seguí a los demás al interior de este.

Fui el último en sentarme, obviando el hecho de que sólo habían tres sillas para invitados y que Jane prefirió quedarse de pie. Sapphire yacía sentada en su cómoda silla acolchada tras el escritorio dorado que ella misma presidía. Sus labios se entreabrieron y los nervios volvieron a brotar en mí.

- La habéis armado buena, ¿sabéis? - Dijo mirándonos uno a uno-. Los rumores empiezan a crecer; el Gobierno nunca deja que se les escape nadie. ¿Qué tipo de autoridad demostrarían si cuatro rebeldes pudieran campar a sus anchas delante de sus narices? Sin mi ayuda, acabaríais bajo tierra en menos de una semana.

Y nos dedicó una maliciosa sonrisa que no me inspiró nada bueno. 

El Ángel de Lucifer [Completada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora