Capítulo 11

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11.- ¿Alguien quiere bailar?


Agarré la fría lata de refresco que había estado esperando durante todo el día. No podíamos parar mucho a descansar; no podíamos perder tiempo. Había que darse prisa. El tacto gélido del aluminio se propagó por todo mi cuerpo. Al salir de la estación de servicio con la lata entre las manos sentí como me recorría un escalofrío.

Me acerqué a ellos contemplando el paisaje. Aunque no había mucho que apreciar. El mismo páramo sin vida que se extendía a lo largo de todo el Gobierno. De vez en cuando te encontrabas con algún animal o árbol medio seco. Pero no era lo más corriente. La estación se servicio se encontraba en mitad de aquel páramo, a la izquierda de la interminable carretera. No sabía cuanto duraría aquel viaje, pero teníamos que seguir adelante.

Dejé la lata aún sin abrir sobre una de las mesas que quedaban en las afueras de la estación, justo en la que estaba rodeada por los demás. Los miré a todos. Como siempre, nadie tenía nada que decir. Eran pocas las conversaciones que habíamos tenido desde que dejamos atrás la Capital. Todos estábamos asustados.

Forcé una ligera sonrisa.

- ¿Tenemos ya el depósito lleno? – Pregunté.

- Sí – contestó él sin dar más información.

Blake siempre había sido así; una persona muy poco habladora. Supuse que no podríamos pasar mucho más tiempo allí, teníamos que seguir nuestro camino. Me apresuré a abrir la lata y beberla; sabía perfectamente que Blake odiaba que comiéramos en su coche. Tan simple para unas cosas y tan complicado para otras.

Lancé la lata al cubo de basura más cercano una vez estuvo vacía.

No sabía qué hora era exactamente, pero había amanecido hacía muy poco tiempo. Nos habíamos pasado la tarde y la noche entera conduciendo. Estábamos cansados pero no podíamos permitirnos un minuto de descanso. Supuse que aquel era el precio de la libertad.

Jane nos informó aquella misma noche, mientras le tocaba conducir a ella, que lo mejor sería que buscáramos un lugar para instalarnos lo antes posible. Cuanto más tiempo pasáramos dando vueltas sin sentido, más aumentarían las posibilidades de que terminásemos ejecutados en el patíbulo de la Capital. Sin duda, todos estuvimos de acuerdo en que tendríamos que encontrar un muy buen escondite. Y, por suerte, Jane conocía uno. En seguida pusimos rumbo hacía París. Algunos dicen que era conocida como la ciudad de la luz y del amor. Ahora se cuenta que es la ciudad en la que existe más barbarie de todo el Gobierno, en la que los Custodios son los más incompetentes y las bestias más peligrosas. El lugar perfecto para nosotros. Allí no correríamos el riesgo de ser capturados por el Gobierno, al menos en principio, sin contar con los contactos de Jane. No esperaba que aquella sencilla camarera pudiera esconder tantos secretos. Ella misma admitía que sabía tanto porque había viajado mucho, conocido a mucha gente y comprado buena información a precio de ganga. Sin duda, teníamos que agradecerle a Jane lo que estaba haciendo por nosotros toda la eternidad.

Sheryl fue la que peor lo pasó. No pudo dormir en toda la noche. Aún así, se mantenía firme y nos seguía sonriendo como si no estuviera rompiéndose por dentro. Poco a poco nos fuimos conociendo más entre nosotros. En poco tiempo habíamos congeniado mucho. Quizás porque éramos conscientes de que podíamos cavar nuestra tumba mutuamente. Si a alguien se le fuera la lengua, si delatara a otro... Nos podríamos dar por muertos. Comenzaría el caos. Y eso es algo que todos teníamos presente, quizás demasiado presente.

Aún nos quedaba un largo viaje, pero todos teníamos la esperanza de que, cuando terminase, las cosas nos irían mejor. Por lo menos yo sí que tenía esa esperanza. Blake siempre decía que yo era demasiado optimista. Soy de esas personas que prefieren esperar cosas buenas antes que rendirse ante una desgracia. Prefiero afrontar los problemas. Después de ver el tipo de habilidades y la forma de pelear de Blake, me decidí a entrenar. Él no estaba de acuerdo, pero desde que me dijo que mis habilidades podrían ser más grandes de lo que creía, decidí que podría ser de ayuda y que quería estar preparado ante cualquier problema. Aún así, por mucho que le insistía para que, en cuanto encontrásemos un lugar estable en el que residir, me entrenase, él siempre me contestaba que no. Comprendía su preocupación. Pero no me pareció justo dejar las tareas más peligrosas para Blake y Sheryl. Me daba igual que fueran los más preparados y que estuvieran acostumbrados. Sabía que podía ser de ayuda.

El Ángel de Lucifer [Completada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora