CAPÍTULO 45

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El silencio solo era interrumpido por el crepitar de las cortezas de los árboles y por mis pasos cansados. Las hojas carbonizadas, suspiraban con fuerza conforme mis piernas se acercaban más y más a la que era mi antigua residencia. Casi como un miedo primigenio, mis ganas de salir corriendo de allí eran aun mayores de las que pensaba que tendría. Y, por si fuera poco, mi cuerpo no era lo único que estaba exhausto.

Mi mente no paraba de viajar una y otra vez a mi hermana o a Karma; si mi madre se empeñaba en dejarme encerrado por un tiempo entre sus paredes, ¿Quién se encargaría de todo el asunto de ella y en demostrar su inocencia? Porque por mucho que Masaru me jurase fidelidad, hacer algo así requeriría no seguir una orden, sino más bien, el camino de lo que se supone que se debe hacer.

La poción en mi bolsillo era un regalo de él y la pregunta a la cuestión de cuál era su efecto, me era un misterio. Confiaba mi vida en sus manos a ojos cerrados, así que la tomaría antes de entrar por la puerta de la casa de Madre.

Ni todo mi entrenamiento mental podía doblegar la voluntad de ella cuando deseaba saber algo. Y si te negabas a responder, una fuerza aplastante te asfixiaría y quebraría los huesos hasta que tu boca le diera lo que ella quería. Y no, nunca mostraba sentimiento alguno en su rostro o en sus acciones.

Como si eso no existiera en sus fibras, pero no podía culparla cuando era la Diosa del Infernum, uno de los Dioses creadores del mundo tanto terrenal como espiritual. Padre, por su parte, era más despreocupado, pero no por ello más sensible.

Compartía esa nula sensibilidad hacia los demás, pero a diferencia de ella, prefería esconderse del mundo y no aportar nada además de su ausencia. Nunca supe como esos dos lograron traernos al mundo a mi hermana y a mí, porque era evidente que no se amaban en lo más absoluto. Apenas estaban juntos, quizás un par de veces cada muchos años humanos.

Para mí, el concepto de pareja no era precisamente ese. No es que tuviera experiencia sobre el tema, pero si dos personas se quieren, se supone que deseen estar juntos el mayor tiempo posible. Y aunque no se amasen, mi hermana y yo sufrimos la frialdad de ambos durante toda nuestra etapa de niños. Cuando se detuvo mi envejecimiento, comencé a odiar mi reflejo que parecía más a un adolescente que un adulto.

Y no, ninguno de mis progenitores se molestó en explicarme que ni yo ni mi hermana seríamos niños normales porque, para empezar, éramos descendientes de deidades y la humanidad era algo que no se encontraba en nuestras venas. Aun así, pudimos desarrollar una devoción entre nosotros que nunca vi en los ojos de mis padres.

Porque a grandes rasgos, era un maldito adulto de muchos años de vida a mi espalda, al igual que mi hermana, pero ella tenía un aspecto un poco más adulto que yo, para su fortuna. Otra ventaja era su ausencia de alas, por lo que no tenía que esconder nada de nadie. Por lo menos, podía transformar mi aspecto a ojos humanos y así pasar desapercibido.

Y si algo odiaba mi madre es que escondiera mis alas ya que era una seña de poder, de lo que yo realmente era. Y ese pensamiento no estaba relacionado con el amor maternal sino porque yo representaba sus logros. Si presumía de mí o de Destina, era porque de esa forma, daban la imagen de padres perfectos.

Maldita sea, cuanto más visible era ese castillo, más ganas tenía de echar a volar de vuelta a casa. Pero tenía que hacerlo, tenía que lograr acceder a los Archivos Terrenales para conseguir la ayuda de Amanda. Si, esa idiota se había buscado las formas de que, en algún momento, tuviera que recurrir a ella desesperadamente. Su linaje era tan especial que le daban carta blanca para hacer lo que se le diera la gana.

Tan sólo había un lugar que ella no podía entrar; los Archivos Terrenales. Las razones no estaban del todo claras pero mi intuición me dijo que contrabandeó información de personas muertas para conseguir beneficios. En el Inframundo, jamás podías dar información a las familias acerca de sus allegados muertos o sobre la existencia de la vida tras la muerte. Ningún humano vivo estaba preparado para entenderlo y saberlo podía disparar los suicidios en masa.

Y no, no quería añadir más problemas a mi interminable lista. Aun tenía mi teléfono operativo, el cual había apagado para evitar ser acosado a llamadas y mensajes y que, con ello, mis ganas de volver fueran aun mayores. Pero debía de decir algo, al menos, a Masaru. Apenas tenía idea de qué decir o cómo decirlo; no se me daban bien ese tipo de cosas.

Pero fue quizás el miedo a que Karma se quedara desprotegida el que me infundió el valor para saber qué decir. No leería la respuesta, tan solo enviaría un aviso y listo.

He marchado a ver a Madre, pero creo que eso ya lo sabes. Protégelas, sé que eres el indicado para hacerlo. Intentaré volver lo antes posible.

Pain

Y quizás fue estúpido, pero al resbalarse mi teléfono de entre las manos y agacharme a cogerlo, visualicé aquella noche en la que fui a por el alma de Karma. Casi me hace reír por su manera de expresarse y el cómo reaccionó al saber que su vida había acabado. No lloró ni una sola lágrima ni tampoco me imploró que la dejase vivir.

Me había sorprendido, demasiado diría yo. Su madurez era algo inusitado, incluso entre las personas mayores que habían vivido una vida mucho más larga. Y si, le decía cosas que no eran las más educadas del mundo, pero con ello probaba la pasta de la que estaba hecha.

Siempre me sorprendía, lo lograba y cada vez me costaba más evitar sonreír ante sus ocurrencias. Pero no era el momento de rememorar todas esas cosas. Si deseaba protegerla de las garras de mi madre y salir de su casa cuanto antes, no mostraría aquello que me importaba. No me manipularía como el pérfido ser que era.

No quedaba mucho para llegar a las enormes verjas de hierro forjado que rodeaba la enorme mansión, así que tomé la poción de Masaru e imploré porque funcionara. Con la mente en blanco y mis defensas lo más altas posible, salí del árbol donde me había escondido, topándome con una escena extraña. Saliendo de la puerta del jardín, un grupo de encapuchados llevaban a alguien encadenado. Sabía que no era el momento de meter las narices, pero si había alguna emergencia, Madre podría echar mano de mi presencia para cualquiera de sus sucios trabajos.

Deseaba estar preparado para cualquier cosa.

―Buen día tenga el señor del Infernum. Su madre se alegrará profundamente de su visita―dijo uno de los encapuchados. Es entonces cuando reconocí la voz y me percaté de que era uno de los miembros del Nihil, de hecho, todos los eran.

―Me gustaría saber las razones de su visita, ¿Alguna emergencia que deba saber? ―pregunté. Pero aquello pareció alterar levemente a uno de ellos, el que parecía ser el que mandaba más sobre todos ellos. Sus ojos brillaron maliciosamente antes de dirigirse a mí de nuevo.

―Le recomiendo que se centre en su reunión con su madre y no en los asuntos que tengamos que resolver con ella. De esa forma, tendrá más tiempo para completar la misión que se le encomendó. ¿Recuerda que tiene menos de tres meses? El tiempo vuela y es una lástima que, en Inframundo, el tiempo no exista. Es tan...complejo de medir, ¿verdad?

No me dio tiempo a contestar, pues tiró del apresado para continuar con su marcha. Sus pasos no eran precisamente lentos, por lo que tenían relativa prisa de irse de allí. Por mucho que intenté, no llegué a ver el rostro de la persona que se llevaban, pero por la forma de su cuerpo y su aroma dulce, parecía ser una mujer joven.

Desgraciadamente, no podía hacer más por saber lo que Madre se traía entre manos. Imponente e inquebrantable, se levantaba ante mí mi antigua residencia. Un lugar de pesadilla que todo el mundo halagaba sin saber los horrores que acontecieron en su interior. El dolor de Destina y mío se olisqueaba en el ambiente, en cada enredadera y piedra desgastada. No hacía falta mirar directamente a la ventana de la planta baja para sentirla, para saber que ella estaba allí.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt