CAPÍTULO 35

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La noche fue pésima y no pude dejar de pensar en lo que Masaru dijo, aunque lo que realmente me había afectado era saber que existía una posibilidad de que tanto mi hermana como yo pudiésemos comenzar de nuevo como seres humanos. La cuestión es que, al aceptar el trato de darme tres meses para investigar el asunto de Karma, yo ya había renunciado a ello.

Y lo que era peor, no podía decirle nada a nadie sobre el asunto.

Quería descansar, pero el deber me llamaba a gritos; no podía desperdiciar ni un segundo más, así que me dispuse a marcharme para volver a la Tierra y observar si la policía había encontrado algo.

En esos casos, mi vestimenta y apariencia debía de ser extremadamente formal para aparentar más edad de la que realmente tenía. Había logrado conseguir una documentación falsa en la que indicaba que tenía 22 años, en caso de que tuviera que hablar con humanos. No es que me hiciera tremenda ilusión, pero era importante ponerme en contacto con la madre de Karma que era la que estaba metiendo más intensamente las narices en lo que le había sucedido a su hija.

Me planteé hacerme pasar por detective privado que había sido contratado para investigar las sucesivas desapariciones de jóvenes que estaban aconteciendo en los últimos tiempos. Si me preguntaban quién era mi contratante, les diría que era secreto, que lo importante era averiguar qué era lo que había pasado.

Mi labia era excelente, así que no tardaría en convencer a un puñado de humanos ineptos. Si quería información y lograr mis objetivos en tiempo récord, debía ir directamente a la fuente y a los aliados correctos. Con bastante información en mi mano que podía usar en mi beneficio, me di los últimos retoques para marcharme del Inframundo.

La casa se encontraba en un total silencio, pero Masaru siempre se encontraba esperándome con su habitual semblante elegante. Sin decirle una palabra, él parecía saber siempre cuando me disponía a abandonar los dominios y eso era ciertamente útil.

―Me marcho y no sé cuándo volveré. En caso de que Karma o Destina necesiten algo, ya sabes lo que tienes que hacer.

Con un saludo silencioso, me abrió la puerta, teletransportándome de un plumazo a la Tierra. Hacía poco que había amanecido, por lo que apenas había clientes en las cafeterías ni coches circulando por la calzada. Para comenzar bien el día, me acerqué a una de las pocas cafeterías que aún seguía en pie. La camarera me miró de una forma demasiado intensa para mi gusto, pero mi experiencia con humanos me tenía acostumbrado a ese empalagosismo.

―Buenos días cariño, ¿Qué te sirvo?

―Un café doble sin azúcar y un sándwich de huevo, por favor.

Asintió sin apenas mirar la libreta en la que apuntaba mi pedido. Por mi parte, intenté sonreírle lo más naturalmente posible para que se largase cuanto antes. Pero la chica no estaba por la labor.

― ¿Eres nuevo no? Si no me acordaría.

―No señorita, soy de aquí―le contesté mientras tomaba el periódico de una de las esquinas de mi asiento de polipiel. Estaba cansado de mantener el contacto visual para ser amable, así que le mandé un mensaje claro de que no estaba interesado en su interrogatorio. Pero era terca, como una mula, como alguien quién conocía bien.

―Pues no te he visto. De todos modos, encantada de conocerte.

Asentí mientras que ella esperaba a que me presentase, pero me limité a sonreírle con gesto altivo. Quería darle la impresión de chico inaccesible para que me dejase en paz, lo que funcionó para que se marchara a la barra, pero no para elevar el rubor en sus mejillas. Podía escucharla cuchichear con el resto de camareras como si se hubiera enamorado del popular de su escuela. Aquel tipo de comportamiento formaba parte de la lista de las cosas que más me sacaban de quicio.

El sonido de una pequeña campanita hizo que levantase ligeramente la vista hacia la puerta del establecimiento. Lo reconocí al instante no sólo por su ropa sino porque lo vi aquella noche en la que estábamos revisando el cadáver de Karma; se trataba del jefe de policía. Aquello me pareció sumamente interesante porque podía seguirle los pasos en cuanto terminase con su desayuno, así que lo único que tenía que hacer era matar el tiempo.

En el rato en el que estuve esperando mi pedido, escuchaba el incesante tono de llamada de su teléfono, pero él no lo cogía deliberadamente, ignorando el sonido unas veces y colgando en otras tantas. Ese comportamiento me escamaba porque alguien como él siempre debía estar disponible para lo que pudiera pasar.

―Aquí tienes tu desayuno, espero que lo disfrutes mucho―me interrumpió la camarera. Asentí con una ligera sonrisa mientras que observaba al tipo que tenía puesta su mirada en la enorme cristalera del local que daba a la calle; estaba claro que esperaba a alguien o que sucediera algo.

La chica se acercó a él para dejarle una taza de café a lo cual él ni respondió. Si yo era seco, aquel tipo era un maldito desierto y encima, para colmo de los males, su egocentrismo se podía oler con la misma facilidad que un cadáver putrefacto.

El tono de su llamada había cambiado y sin mirar la pantalla, descolgó. Era hora de poner la oreja de forma discreta.

―Habla, no tengo todo el día. Sí, sí, veo que lo has entendido. No, hoy me dejé el día libre, no di explicaciones. Voy donde siempre.

Y colgó. Podría ser una conversación trivial, pero mi instinto me gritaba que era algo más oscuro que tan banalidad. Ausentarse de un puesto de trabajo tan importante cuando una investigación estaba en juego y sin dar explicaciones, era de lo más sospechoso. La ventaja es que podía seguirle si jugaba bien mi baza, así que recurriría a mis poderes para poder estar en sus espaldas desde el aire. Me transformaría en un lugar seguro con la mayor celeridad que disponía; no tenía ganas de solucionar problemas humanos recurriendo a ayudas externas que tuvieran que manipular sus mentes.

Tras la llamada, el jefe de policía dio como concluida su visita, tomando su chaqueta y saliendo de la cafetería. Conté hasta veinte, dejando el dinero sobre la mesa y saliendo por la puerta con cierta tranquilidad para que nadie se diera cuenta de mis intenciones. Su coche estaba aparcado atrás, por lo que tenía que encontrar un punto muerto para transformarme.

Corrí hacia los contenedores que se encontraban en un callejón cercano a la cafetería, revisando que no hubiera nadie en la zona. Desde mi lugar, no podía ver al hombre, pero si escuchar el rugir del motor de su coche. Un chirrido de ruedas me indicó que ya había iniciado su marcha. Nada más sentir desplegar mis alas, salté lo más alto que pude para aprovechar el impulso y tomar el vuelo. La distancia debía de ser suficiente para observarle, pero lejos para no ser visto por nadie. Ni aspecto llamaba muchísimo la atención así que tenía que parecer más bien un águila y no un demonio volador.

Había tomado la carretera que lo alejaba del condado de Sagahadoc y no era una bastante transitada si decía la verdad. Pronto, se desvió a un camino de tierra que se adentraba en la espesura de un bosque, ¿Dónde cojones estaba yendo? ¿A un selecto club de golf?

Pero pronto me topé con la realidad; un edificio semejante a un hospital, cubierto de hiedra y cuya fachada no se encontraba de la mejor de las formas. De nuevo, estaba seguro que mi instinto no me había fallado: si el mismísimo jefe de la policía se encontraba aquí, solo había dos opciones, se encontraba en plena operación secreta, o bien estaba enterrado en mierdas muy oscuras.

En cualquier caso, saldría en dudas en breve.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now