CAPÍTULO 27

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Un mensaje al busca me alertó a primera hora de la mañana. Con un peso enorme que apenas me dejaba dejar el colchón de mi cama, tuve que impulsarme como si tuviera que hacer un abdominal. Gruñí varias veces conforme el pito del dispositivo me anunciaba la necesidad de realizar una llamada vete tú a saber quién.

Por fortuna, no se trataba de mi jefe lascivo sino de mi compañero Chase. No me hice de rogar y tomé el teléfono aun con la boca pastosa. La noche había sido infernal.

―Creo que por el tono de tu voz yo seré el que lleve la batuta en la conversación―me dijo intentando poner un poco de calma. Resoplé molesta, pero en el fondo le agradecía que se tomara tal consideración.

―Bueno, dime para qué me necesitas.

―Tengo novedades que contarte, pero no será por teléfono. En la cafetería de siempre, ya tengo una mesa. No tardes demasiado.

Antes de replicar, el silencio de la llamada me hizo darme cuenta que me había colgado. No tenía más remedio que correr veloz a su encuentro para mendigar lo que fuera que hubiera averiguado. Al infierno con mi jaqueca, no tenía ni un minuto de descanso.

Sin apenas mirarme al espejo, me puse lo primero decente que encontré entre mis escasas pertenencias. Tampoco es que me llevara por el más estricto sentido de la moda y menos en estos tiempos. Conduje como un autómata sin haber desayunado absolutamente nada. En el hotel se había instalado un silencio sepulcral casi como si se tratase de una iglesia o un cementerio. Reí sarcásticamente a causa de mis pensamientos, puesto que pensar en la muerte era demasiado irónico dadas las circunstancias.

El coche de mi compañero estaba aparcado en la calle de atrás del edificio. Era una de las cinco cafeterías de la zona, la que más tiempo llevaba abierta y la que mejores desayunos hacía. La gente de mi generación se llenó el estómago cada día antes de ir al colegio o el instituto entre estas paredes cubiertas de nostalgia. No había cambiado nada excepto por la apariencia de los dueños, cuyas arrugas eran más evidentes.

―Dichosos los ojos que la ven señorita Carpenter. Espero que venga con apetito.

Sonreí como buenamente pude a la dueña mientras que me acercaba a la mesa en la que Chase estaba sentado. Ensimismado en su libreta inseparable, no se había dado cuenta de que había entrado en el lugar. Sus ojos escrutadores casi parecían prenderle fuego a las páginas que tenía entre manos.

―Espero que después del caso pidas unas vacaciones.

Sus ojos se posaron en los míos con un brillo pícaro. Su media sonrisa me indicaba que secundaba mi opinión y que yo también debería aplicarme el mismo cuento. Asentí de mala gana, admitiendo que tenía toda la razón, sin confesarle que iba a retirarme de la policía en cuanto resolviera el caso.

―He encontrado cosas acerca de la esclava. Un joyero, el que te hablé, es un gran experto en la materia. Me ha indicado que la caligrafía data de los años 1930 y que probablemente perteneció a una niña pequeña de no más de 10 años. La cosa es que dice que no le suelen traer cosas como ésta, por lo que se sorprendió muchísimo.

―Toda esclava tiene un nombre grabado, ¿Se sabe cuál?

Chase asintió pasando varias hojas de su cuaderno. El nombre de "Mary" estaba apuntado en grandes letras de color negro. Desgraciadamente, era una aguja en un pajar, un nombre demasiado común como para encontrar algo más jugoso.

Y eso mismo parecía pensarlo el propio Chase.

―Es cierto que el nombre no nos dice gran cosa, pero lo que me sorprende es, ¿Cómo demonios ha llegado una pulsera de tal antigüedad a manos de Karma? Eso sí que me tiene completamente helado. Comienzo a creer que pueda tratarse de una pista falsa, pero la realidad es que nada tiene sentido.

Estaba completamente de acuerdo: la ausencia de lucha, de insectos en su carne, ropa que no le correspondía ni en talla ni en estilo y, además, esa maldita pulsera de plata. Cuanto más lo pensaba, menos claro veía todo.

Chase suspiraba mientras se ponía las manos en la cara. Por su aspecto, apenas había dormido al igual que me había pasado la noche anterior. Su preocupación era palpable y se lo agradecía en lo más profundo de mi corazón. Aunque si le mencionaba mi gratitud, él en seguida diría que es sólo trabajo. Pero el tiempo que le conocía era el suficiente como para reconocer su fachada.

Cuando la camarera se acercó a mí, estuve tentada de decirle que no me apetecía nada, pero una mirada severa de mi compañero de fechorías me hizo cambiar de opinión. De nuevo, retomamos la conversación.

―Estamos vigilando los movimientos de la señora Ross porque no queremos que se escape de la ciudad. Sus palabras fueron muy ambiguas y parece que no nos cuenta la verdad.

― ¿Es una corazonada o tienes indicios? ―solté mientras echaba un vistazo a mi alrededor para cerciorarme que no teníamos ningún mirón que quisiera empaparse de nuestra conversación.

―Tengo indicios. El caso es que, durante el interrogatorio, el primero en concreto, se encontraba demasiado nerviosa para ser un simple testigo. Conforme le hemos ido preguntando, la historia que nos contó varió ligeramente en ciertos detalles.

― ¿Cómo cuáles?

―Bueno, en la ropa de la persona que perseguía a Karma. Al principio, dijo que no le vio la cara porque apenas hay luz en la zona. El caso es que pasé por el lugar a la hora que más o menos ella la había divisado y te digo que es imposible no verle la cara si está al descubierto. Otra de las veces, mencionó que fue por culpa de su sudadera y, por el momento, esa historia la ha repetido siempre que la hemos interrogado. Algo me dice que hay algo más, lo siento en las entrañas.

Era cierto que muchos testigos podían confundir ciertos detalles y más cuando eran sometidos a conversaciones tensas con la policía, pero el nerviosismo de ella unido a la revelación de Chase, me hizo replantearme la estrategia que usaría para ir a verla. Hoy era el día, me gustara o no.

Tras un buen rato cavilando, el desayuno nos interrumpió a ambos, tomando posiciones de personas normales y no de polis cuya mera existencia se reducía a oler como un sabueso las pistas de cualquier caso que tuvieran entre manos. Dejamos el tema aparcado para centrarnos un poco en cómo nos sentíamos, en hablar de Karma no como una víctima más sino como mi hija. Ese cambio de aires me hizo más bien que mal y me permitió sonreír ligeramente mientras charlaba con Chase.

Le informé de mi visita de Cassy, a lo que él respondió con un movimiento de cabeza mostrando una gran indecisión. Era cierto que me la jugaba mucho pues mi superior me indicó que no podía ahondar más de lo necesario debido a mi relación de cercanía con la víctima, pero nadie puede impedirle a una madre en meter las narices donde sea para obtener la ansiada clave de su investigación.

Me sequé las manos húmedas por el sudor contra mis pantalones, dándome fuerzas para ir hasta el porche de la señora Ross, una mujer que conocía de toda la vida y que había visto nacer y crecer a mis hijos. Escuchó sus llantos, risas y peleas desde el principio de los tiempos, así que usaría esa estrategia para intentar ablandar su corazón y obtener así una confesión que valiese la pena.

Con un último vistazo, me puse en pie dispuesta a la batalla, a la cruenta ráfaga de palabras que ambas mantendríamos durante un buen rato. Si la policía aun no la había hecho soltar prenda, ¿Yo podría lograrlo?

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora