CAPÍTULO II: VI de copas

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Capítulo II: VI de copas

Reaparición de alguien que nos hace gradualmente felices; de todas formas debes plantearte bien si es que quieres que permanezca en tu vida o se mantenga en una simple colisión de mundos. Es importante estar en contacto con esa niña soñadora que fuiste, ella te ayuda a revivir, es necesaria, recuerda y entiende eso que estás dejando pasar...

Y entonces ya era domingo. Hay algo de melancolía los domingos, que incrementaba con el desagradable sabor de su ausencia. La casa, nuestra casa, estaba sola, casi que abandonada a pesar de tenerme dentro. Era una casa embrujada, cada rincón me regalaba algún recuerdo. Yo el espíritu vagando, que esperaba ilusamente a ser liberado de su condena.

Y es que era una mierda. Cualquier otro domingo estaríamos maratoneando con alguna serie animada y pidiendo nuestra comida favorita del local de la esquina. Pero este domingo simplemente estaba conteniendo las lágrimas; en esto se había transformado mi día favorito de la semana. Que patético saber la cantidad de cosas que puede arruinar un amor. Seguro siquiera podría ver mi serie favorita sin pensar en su sonrisa cuando se la enseñé.

El amor lleva sí o sí a la pena. Siempre termina. No me refiero a un sentido pesimista -un poco- pero, si no termina porque se termina, seguro termine con una muerte, lo que inevitablemente lo termina, ¿y qué hay más doloroso que amar durante ochenta años y perder todo casi que al final? Si es que no muere antes. ¿Qué consuelo puede encontrar uno a la ausencia eterna de esa calidez? ¿Cómo podría alguien encontrar más amor si ya se cruzó con el más grande?

Es una ruina. Y una misma -estúpida- lo empieza sabiendo que termina.

Allí estaba la luz del mouse de su computadora, parpadeante, invitándome, esperándome. No quería caer en la tentación de revisar otra vez, de saber cuánta tristeza le generaba mi risa o si le deprimían los cuadros que había colgado en nuestra habitación. ¿Hace cuánto había dejado de ser nuestra? ¿Se había enamorado de aquella compañera del trabajo? Seguro ella era más divertida, menos malhumorada, y le alegraba el día con su presencia, como solía hacerlo yo, hasta hace unos meses, ¿o años?

Llevé la almohada del sofá a mi rostro y aguanté mis ganas de gritar, solo para no espantar a mi gato, que dormía sobre mi estómago. Lo contemplé por un segundo. Mi gato. Al menos algo de aquel lugar no se sentía suyo. Inclusive yo era suya.

—¿Y qué pasó con Romeo?

—Nada. Fuimos a la playa.

Caminamos de la mano, como si nada, como si siempre lo hubiésemos hecho. Ni siquiera encajábamos. Él era demasiado alto, demasiado grande. Tenía que doblar mi brazo para que pudiésemos estar al menos algo "cómodos". No encajábamos. Nacho estaba hecho a mi medida y yo a la suya. Muy pocas cosas en la vida se complementan tan bien como nosotros solíamos hacerlo.

Esa noche estaba tranquila; lo noté tan rápido como salimos de aquel bar. Las estrellas tintineaban sobre nosotros, la luna nos acompañaba expectante y el sonido de las olas nos encerró en la armonía. Es sencillo engañar a un pobre corazón agujereado.

—¿Y qué andás haciendo por acá?— preguntó mientras caminábamos.

No sabía hacia dónde íbamos. esa es la chispa que hay en la paya durante la noche. Podríamos rodearla entera sin siquiera notarlo, al menos hasta que quisiésemos volver, o simplemente podríamos sentarnos y reír hasta el amanecer.

—Ahora vivo acá— resumí.

Desde que nos conocemos con Nacho habíamos hablado de vivir justo ahí. Cerca del oceano, lejos de la gente. Hablábamos de salir a correr por la playa durante las mañanas y ver el sol caer desde nuestra terraza, mientras él tomaría algún café y yo quizás un té, o yogurt, o chocolate caliente. Todo dependía del día y mi humor, que no siempre era perfecto a pesar de tenerlo al lado. Nos acostumbramos a la presencia del otro y dejamos de sonreír tanto. Aún así supongo que nos amamos. Yo lo amaba.

ÓsculoWhere stories live. Discover now