4. mal querer

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Te quise mal.

Te quise como Ícaro quiso al sol. De manera agresiva, imprudente.

De manera ardiente.

Mis sentimientos eran la cera que cubría mis brazos desnudos y a ella, adheridas las plumas que con la magia de la poesía, me elevaron por encima de cualquier persona, de cualquier sentir corpóreo.

Y así de simple fue, lo tenía todo.

Tenía el cielo y todas las constelaciones en la palma de mi mano.

Me impulsaba por el mundo y me sentía dueña de él.

Todo porque te tenía a ti.

Y me advirtieron en tu contra, "quien quiere con más pasión que cabeza quiere de manera efímera. Querer solo con el corazón nunca es suficiente."

Pero les ignoré. A todos y cada uno de ellos, porque estabas conmigo.

¿Y qué hay más importante que el sol?

Tus ojos, tu sonrisa y tu corazón eran míos, míos como el universo entero, que parecía estar a una distancia donde mis dedos lo podían acariciar de manera eterna.

Sentía que estaba tan cerca, que me llamaba cuál reto, cuál prueba de fe y de tontería.

Atrévete, susurraba.

Pero siempre me repetían lo mismo: "No te acerques demasiado".

Más nunca comprendí que tenía de peligroso.
Que tenías tú, de peligroso.

Muchas noches más tarde, cuando la cera de mi espalda es tan solo una reminiscencia de nuestro amor de fuego, lo comprendo.

El sol eras tú, y el sol arde día y noche sin descansar. Ajeno a su condición.

Tus palabras derritieron la cera que sostenía mis plumas.
Y nunca vi estas ceder, ciega ante la luz que trasmitías.

Por supuesto que vi caer alguna que otra en la inmensidad del mar, pero no pensé nada de ello.
No imaginé que mis alas se caían a trozos y que pronto, yo caería con ellas.

Me esperó un destino inevitable, una lección ante mi imprudencia que mirando ahora hacia el pasado, fue una tremenda estupidez.

Choqué contra el mar antes de darme cuenta, y tardé unos segundos en entender qué había sucedido.

Mis arterias carecían de oxígeno y mis brazos no funcionaban, mi cuerpo permanecía frío.

La sensación era tan abrumadora que me hubiera robado un escalofrío de haberme podido mover.

Era gélido.

El agua me arrastraba y entumecía mis manos, que ardían frígidas, irreconocibles al calor que me habías trasmitido durante lo que me parecieron años.

Al cerrar los ojos noté los restos de cera, enfriados en mis hombros. Qué tonta, qué tonta he sido.

Una vez más he perdido.

Eventualmente -y a diferencia de Ícaro-, pude salir a la superficie.

Pero no había nada.

Olas silenciosas que llenaban, en un murmuro suave, kilómetros de mar.

Había una paz tan abrumadora que el silencio me ardió en los tímpanos.

Incertidumbre. ¿Y ahora qué?

¿Cómo vuelvo a lo que era antes?
¿Podré vivir de nuevo entre mortales, sabiendo que he estado por encima de la comprensión de cualquiera?

Cómo regreso a una vida de suspiros cadavéricos, sabiendo que he besado el sol.

de amor y angustiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora