1. el chocolate amargo que endulza tus labios

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Takemichi conoció a Akashi-san en el metro de camino a hacer algunas compras de último momento. Iban en el mismo vagón, y, por la cara del sujeto de cabello rosa, no estaba acostumbrado al gentío que había en el transporte a ésa hora.

Le dió tanta pena —pues el tipo parecía a punto de sufrir un colapso— que lo jaló de la manga de su sudadera, expectante a que los ojos de espesas pestañas le prestaran atención. Tenía barbijo, algo bastante normal. Lo llevó a una esquina del vagón, entre unos asientos en los cuales cabían exactamente ellos dos.

Lo puso contra la pared, tratando de que la atención de él se centrara en sus amplios ojos azules. Sabía lidiar con ése tipo de ataques, él los solía tener con normalidad, y su terapeuta le dió algunos consejos sobre cómo lidiar con esos mismo.

“Tranquilo, ya va a pasar. Respira conmigo” el sujeto, cuyo nombre le fue dicho después (Akashi), le miró con los ojos muy abiertos y las manos temblorosas. Poco a poco y con ayuda de los apretones constantes a las manos de pianista de Takemichi hacia Akashi, el último se calmó.

La siguiente era la parada de Takemichi, al tratar de separarse para bajar al andén,  el pelirosa le tomó de la mano, siguiéndolo como un niño pequeño.

Takemichi soltó una risita, conforme con llevar a pasear al hombre. La ligera plática unilateral que tuvieron en el vagón fue suficiente para que, con el complejo de héroe que tantos problemas le había dado, le dieran ganas de adoptarlo.

Continuó hablando, le habló sobre su trabajo, sobre las compras que haría y también sobre su gato blanco que era demasiado cariñoso y confianzudo. “Te lo digo enserio, Akashi-san, le puedes ofrecer una galleta y él te seguirá hasta la muerte mientras te ronronea. Es un traidor.”  esnifó con pesar.

La voz del más alto era gruesa, gutural, baja y muy relajante. A Takemichi se le antojaba para que le contara cuentos mientras le hacía piojito.

Sus frases eran cortas pero profundas. Cuando hablaba era magnífico y aquello eclipsó la atención completa de Takemichi, viéndolo con la boca abierta mientras caminaban por los negocios.

Supo entonces que Akashi-san estaba en aquella horrible situación por una apuesta perdida con uno de sus compañeros de trabajo que sabía de su fobia a las personas y a la suciedad. Para Takemichi aquello fue un acto cruel y malvado, nadie con alguna fobia merecía enfrentarla si no era por iniciativa propia.

Pronto, cuando terminaron con los mandados de Takemichi, se dirigieron a cumplir los de Akashi. Era muy interesante compartir tiempo con él. Una persona con la cual merecía la pena conocer más.

Recoger el automóvil del azabache fue como un milagro para Akashi, que estaba pensando ya en tomar un taxi de ida. “¿Te gustaría ir a visitar mi negocio? Yo invito. Algo tendrá que complacer su exquisito paladar, mi señor.” La burla en la vocecilla de Takemichi, pues le salió algo aguda, era obvia. Sin embargo Akashi no se lo tomó a mal, incluso le siguió en sus payasadas. Aquel día Takemichi encontró una amistad invalorable.

Al llegar al MicchiCoffee los ojos llenos de pestañas de Akashi se movieron con entusiasmo. Pero rápidamente su entusiasmo se vió opacado por la preocupación de qué pensaría el hombrecito al ver sus cicatrices. Probablemente le asquearía. No quería pasar ese trago amargo rodeado de gente, así que decidió decirlo en la seguridad del coche.

O mostrárselo. Con una mirada tensa se quitó el barbijo, observando con cuidado las reacciones de Takemichi, que en ningún momento hizo alguna expresión de asco o repulsión. Vió su cara y, el primer comentario que dió lo hizo enrojecerse por primera vez en años —concretamente desde Mūto—, a Akashi.

“Eres muy apuesto, Akashi-san. Tengo unos bollos rellenos de chocolate amargo que juro amarás. ¿Te gusta el chocolate amargo, verdad?” Y Akashi sólo pudo asentir, embobado.

Joder, tenía que darle las gracias al maldito de Ran Haitani por obligarlo a subir a aquel asqueroso vagón. Le besaría las patas al muy maldito.

Encontró su tesoro, y no esperaba que nadie se lo quitara. Su pequeña joyita en bruto.

Siguió llendo, con pocas o nulas excusas. Takemichi siempre lo alimentaba, y le cobraba muy poco. Algo que hacía rabiar al mayor, él tenía dinero para pagar. Para algo trabajaba. Kokonoi, el muy imbécil, aprovecharía por supuesto aquellas rebajas que tan amable  el azabache le hacía. Era un solecito.

No quiso decirle su nombre. Sanzu no sonaba correcto si salía de los pomposos labios del menor. Era un nombre que estaba asociado a su sufrimiento y sus llantos. No quería mostrarle esa parte al buen de Takemichi.

Incluso sus ganas de drogarse disminuían al comer comida del menor la simplemente al estar en su presencia. Era su ancla.

Guardaba para sí sus encuentros. Sin decirse a nadie a dónde iba ni qué hacía. Igual a nadie le importaba particularmente. Eso cambió sin duda en aquella ocasión en la cual se encontró una lacra particular en la Mansión de Bonten.

La comida de su rey había aparecido con veneno colocado de forma estratégica. Y si Rindou Haitani no hubiera estado en la misma habitación, pudiendo darle un antídoto a su rey, muy probablemente no hubiera sobrevivido.

El culpable fue rápidamente encontrado: el Chef personal de su rey, esa rata que había pagado osar lastimar a su rey de la forma más cobarde y rastrera posible.

Lo había pagado, por supuesto.

Pero entonces un nuevo problema llegó: ¿A quién podría confiarle algo tan importante e invaluable cómo la sanidad alimentaria de su rey? Que si bien apenas comía, lo hacía.

Ahí recordó al pequeño hombrecito que tanto cariño se había ganado de su parte con comida y buenos tratos, noches de películas y pláticas largas por las noches.

Había jurado mantenerlo alejado de ésa parte de su vida, y cumpliría con su palabra. Sin embargo, estaba desesperado, con la vida de su rey escapándose de sus cuencas. Tal vez, no sería tan malo compartir a su sol con su rey. Al menos una parte de él.

cherry cream || allxtakemichiTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon