Capítulo 11

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Fueron a una fiesta. Era el baile anual que organizaba el alcalde de Taormina. Incluso asistió Alfredo. Llegaron los tres en la limusina.

Fluke llevaba un traje de seda negro de diseño exclusivo que se deslizaba por su cuerpo como sólo la seda puede hacerlo. Por primera vez desde que habían vuelto a estar juntos llevaba el anillo de diamantes de compromiso y el colgante a juego.

Alfredo se comportaba con discreción. Ocupaba un segundo plano en los asuntos de su hijo desde que había vuelto de Suecia. No bromeaba con él.

Fluke no podía dejar de preguntarse qué estaría tramando. No comprendía su nueva actitud. La fiesta se celebraba en un hotel, una antigua villa. Fluke perdió enseguida a Ohm entre la multitud, pero veía a Alfredo de vez en cuando. Pronto se cansó y decidió ir a buscar a Ohm para pedirle que volvieran a casa. Lo encontró en una de las terrazas abiertas de uno de los salones, pero en una actitud que acabó con la paz que habían estado construyendo durante las últimas semanas de convivencia.

Estaba con una mujer, con una extraña. Una mujer hermosa con una espesa melena negra. Era alta y delgada y llevaba un exquisito vestido de seda azul. Estaba de pie con las manos sobre los hombros de Ohm mientras él lo rodeaba por la cintura y se miraban el uno al otro. Sólo se miraban, pero aquello era suficiente. Era Anastasia, pensó Fluke, tenía que ser Anastasia. Y entonces ocurrió lo peor. Ohm se inclinó sobre ella y la besó en la boca con un ligero roce.

Fluke no quiso ver nada más. Se dio la vuelta y se marchó a través de la multitud hasta llegar al vestíbulo de entrada en el que se quedó parado sin saber qué hacer, desorientado.

— ¿Fluke? ¿Qué ocurre? — le preguntó Alfredo extrañado por su expresión.

— No me encuentro bien. Quiero volver a casa.

— Iré a buscar a Ohm — dijo haciendo un gesto con la mano para llamar a un camarero que fuera a buscarlo.

— ¡No! — gritó Fluke — Pre...fiero irme so...lo. ¿Quie...res llamar al co...che? — rogó con los ojos llenos de angustia.

— Por supuesto — contestó Alfredo suspicaz. — ¡Camarero, que traigan mi coche! ¿Te ha insultado alguien Fluke?

— Sí — susurró.

— ¿Quién?

Fluke no contestó.

— Su coche está en la puerta, signore Thitiwat.

— Bien, gracias. Busque a mi hijo y dígale que su esposo no se encuentra bien y que me lo llevo a casa. Fluke, apóyate en mi hombro.

Sin casi darse cuenta de lo que hacía Fluke se apoyó en Alfredo y ambos salieron.

Un camarero empujaba la silla de Alfredo.

— Ocúpese primero de que entre el señor Thitiwat — ordenó Alfredo.

Fluke entró en el coche sin decir palabra, temblando. Luego entró Alfredo y lo tomó de la mano volviendo a preguntarle — ¿Y ahora querrías explicarme qué ha ocurrido ahí dentro? Dijiste que alguien te había insultado. ¿Quién ha sido?

— Ohm.

— ¿Ohm? ¿Mi hijo Ohm te ha insultado? — repitió incrédulo.

— Estaba con Anastasia — explicó Fluke y comenzó a reír — Supongo que la situación te divierte. Los pillé besándose en una terraza. ¿Es que no vas a reírte?

— No, no tiene ninguna gracia.

— No, no la tiene.

— ¿Estás seguro? ¿Seguro de que era Ohm?

Anillo de traición Där berättelser lever. Upptäck nu