Capítulo 7

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Era como ser testigo de la unión más espiritual que la vida puede ofrecer.

Y nadie que lo viera podía dejar de conmoverse.

Ni Alfredo, que bajó la cabeza sacudiéndola como si aquello le doliera, ni la mujer de pelo oscuro que estaba callada en un rincón, cuyos ojos se llenaron de lágrimas, ni Ohm, que tuvo que cerrar los ojos para que no se le rompiera el corazón.

El tiempo fue pasando y nadie se movió.

Por fin la niña levantó ligeramente la cabeza con el ceño fruncido y miró a su padre con una expresión de condena. — No gustan aviones.

Entonces a Fluke le fallaron las piernas, sin previo aviso. Era como si la voz de su hija hubiera funcionado como un resorte que rompiera el control que había estado ejercitando sobre sí mismo y simplemente se desmoronara.

Alfredo lo vio y levantó un brazo instintivamente hacia ellos haciendo un gesto de aviso.

Ohm abandonó su postura de estatua junto a la puerta y se abalanzó hacia ellos de modo que en lugar de caer al suelo su pequeño y delgado cuerpo se apoyó en el de él y los tres quedaron abrazados mientras la tensión llegaba a un punto culminante en su rostro. La niña elevó la vista hacia Fluke y miró por primera vez en su vida las líneas duras del rostro de su padre. El luminoso azul se encontró con el dorado. Y mientras Fluke libraba una batalla interior a su lado tuvo lugar una comunicación entre padre e hija que hizo reír sofocadamente a Alfredo y apretar los dientes a Ohm tras sus labios tensos.

Porque aquella niña era sin ninguna duda de Fluke. Tenía su suave y castaño cabello, sus labios abultados, su piel delicada y pálida y sus enormes y preciosos ojos azules. No había en ella ni rastro de origen siciliano, ni siquiera una sola señal del inglés de cabello oscuro con el que Fluke lo había engañado.

La niña parecía un ángel, cuando lo cierto era que su aspecto hubiera debido ser el de un diablo.

Su primer impulso fue el de soltarlos a ambos.

— ¡Sujeta a la niña, deprisa! — dijo Ohm en un intento por liberarse de la violenta emoción que lo dominaba. Sus sentimientos debieron de reflejarse claramente en la expresión de su rostro, porque la niña torció la boca y abrió mucho los ojos asustada y llena de lágrimas.
— ¡Más hombres malos! ¡No te vayas! ¡No más hombres malos, papi! — lloró abrazando a Fluke.  — ¡Abuelo! ¿Abuelo?

Recapacitó Fluke abriendo de pronto los ojos.

— ¿Qué diablos...? — murmuró Ohm, poniéndose tenso tras él.

— La piccola necesitaba confianza — se defendió Alfredo. — Se la di del único modo que se me ocurrió.

Era un mentiroso, pensó Fluke acusándolo con la expresión de sus ojos. En un brote de ira repentino se soltó de Ohm y abrazó a su hija protectoramente mientras miraba a ambos hombres reflejando en sus ojos la condena.

— Son mala gente — susurró tenso. Luego se dio la vuelta y salió por el balcón hasta la terraza a tomar el aire.

— ¡Fluke! — gritó Ohm con voz autoritaria haciéndole parar en medio de la terraza y agarrándolo del brazo. — ¿A dónde diablos crees que vas?

— Déjame que me marche — susurró.

— ¡No seas estúpido!

— ¡Pero ya lo has visto, Ohm! — dijo volviéndose para mirarlo. — ¡Fue él quien lo hizo! Él fue quien lo planeó todo por razones puramente egoístas. Y...

— ¡Cállate! Te avisé que no volvieras a repetir esas acusaciones.

Ohm no se daba cuenta, pensó Fluke desesperado. Nunca vería a su padre tal y como era. El tono fuerte de su voz hizo que Lía levantara la cabeza y lo mirara volviendo de nuevo a gritar asustada. — ¡Hombre malo otra vez!

Anillo de traición Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt