Epílogo

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8 años antes.

-Así que aquí vivias- dijo Javier dándose la vuelta desde el asiento del coche, mirándome a mí y a Ibiza.

-Lo recordaba más pequeño y todo- respondí.

Un nudo se estaba formando en mi garganta cada vez que Javier se acercaba más con el coche al aparcamiento. Nos bajamos del coche y montamos a Ibiza en el huevo de coche. Javier empezó a andar con el huevo en la mano hacia la casapuerta. Empecé a andar detrás de él, con el corazón encogido en un puño, me di la vuelta mirando como todo habia cambiado, vi la moto de color negro mate que me hizo recorrer el mundo con el dueño, me tembló el cuerpo al verla y un escalofrío me paralizó, la moto estaba llena de polvo, al parecer hacia tiempo que nadie la usaba.

-Gordi, ¿Vamos?, Ya nos ha abierto- me llamó Javier desde la puerta del piso.

-Voy, voy- contesté corriendo hacia la puerta.

La aguanté para que él pasará bien y empezamos a subir hacia casa de Marisa, la cual nos había invitado al enterarse que había tenido una niña, nosotras aún nos llamábamos de vez en cuando para hablar de cómo nos iba y tal. Estábamos en la puerta de su casa, me giré mirando la que era mi casa y pasé la mano por la cerradura dorada, aguantando mis lágrimas, cerré los ojos y no pude evitar acordarme de él, cada paso que había dado subiendo las escaleras hacia que me acordará de él. Marisa nos abrió la puerta, con una sonrisa en la cara. Hacia tiempo que no la veía, ocho años para ser exactos y había cambiado, y tanto que si había cambiado, estaba muchísimo más mayor, pero su cara seguía teniendo esa sonrisa que tanto admiraba. Me hice paso entre Javier y me acerqué a ella sin decir nada la abracé y ella me devolvió el abrazo tan rápido como sintió que rompí en llanto.

-Ya está cielo, ya está- dijo sobando mi espalda- Naomi estás igual.

-Que sentimental estás Naomi, es tan solo una casa, ya está- dijo Javier.

Me separé de Marisa con una sonrisa en la cara y ella pasó sus dedos por mi mejilla, limpiando mis lágrimas. Yo me di la vuelta ignorando lo que había dicho Javier y agarré el huevo donde estaba Ibiza entrando dentro de la casa.

-¡Ay...!, Que niña tan preciosa Naomi, tiene tus ojos- susurró Marisa.

Nos habíamos sentado en su sofá. Ella a mi lado, cuando vio que saque a Ibiza del huevo. Javier se había sentado en el sillón que había al lado del sofá.

-Esto me trae tantos recuerdos- dije mirandola.

Ella dejó de mirar a Ibiza y me miró a mi, su mirada era una mirada triste, apretó un poco los labios y ladeó la cabeza.

-Ninguno de los dos lo hicisteis bien Naomi, erais jóvenes...

-Marisa- abrí los ojos para que no siguiera hablando, ya que Javier estaba sentado detrás mía.

-Estoy muy contenta de que hayas venido a verme de verdad- dijo cambiando de tema.

-Marisa, una pregunta, ¿La azotea está abierta?

-Tienes que cojer las llaves, están...

-En la cestita de la entrada- dije antes de que acabara,  ella sonrió asintiendo con la cabeza.

-Voy a subir un momento, quédate aquí con la niña, no tardo- dije mirando a Javier.

Le di la niña a Marisa y andé hasta la entrada, agarrando las llaves de la cestita, abrí la puerta y subí las escaleras hasta el piso de arriba, donde vivía con Ander. Mi corazón bombeaba a toda prisa, todo el cuerpo me temblaba y volvieron a salirme unas lágrimas de los ojos, me llevé la mano a la boca para no hacer ruido y seguí subiendo, llegué a la puerta de la azotea y miré la llave para meterla en la cerradura. Vi que después de tanto tiempo seguía siendo la llave que hice el primer día que me monte en moto con Ander. Intentaba aguantar las lágrimas, pero todo me recordaba tanto a él, a mi primer y único amor. Salí a la azotea y lo primero que noté es que la habían cambiado de color, ya no era roja, ahora era color blanco y tenía algunas macetas decorandola, dándole color a todo aquello que parecía muerto.  Saqué de mi bolsillo del vaquero un paquete de tabaco Camel y me llevé un cigarro a la boca, lo encendí y me senté donde me solía sentar con Ander después de ver el atardecer. Me quedé mirando un punto fijo, pensando, pensando en él, en mí, en nosotros. En todo lo que soñamos ser y nunca fuimos. Las lágrimas caían por mis ojos sin poder evitarlo. Le di la última calada al cigarro y lo tiré hacia abajo. Me levanté del suelo y me asomé dejando mis brazos caer en el muro.

El imbécil de mi vecino Where stories live. Discover now