Capítulo 17.

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Aslan
Era una madrugada de sabado, llovía muchísimo. Estaba de camino a mi casa cuando escucho unos sollozos, me detengo de inmediato y le presto más atención. Parecen maullidos.

Empiezo a buscar por la basura a pesar de la tormenta que cae sobre mi, cada vez me acerco más al lugar en donde proviene el sonido. Agarro sin querer una botella de cerveza rota y me corto la mano, sin embargo sigo buscado y por fin encuentro una bolsa negra que se mueve.

La abro y de ella salen dos pequeños gatitos uno naranja y el otro atigrado de apenas unos días. Casi rompo todo de la impotencia. Están prácticamente moribundos. Los agarro con mi campera y empiezo a correr hacia mi departamento.

Abro la puerta del edificio y subo al ascensor como un huracán. Por fin llego y no se que hacer, nunca tuve mascotas, por mis padres. No quiero que se mueran y si no hago nada rápido estoy seguro que lo harán.

Piensa. Piensa. Piensa.

Empiezo a marcar a la única persona que se me viene a la mente que me pueda ayudar. Ama a los animales y supongo que debe saber algo.

Tres pitidos y contesta.

-¿Hola? Es la una de la mañana.

-Renna, se que me has estado ignorando- innecesario- pero necesito tu ayuda. Urgente.

-¿Aslan, qué pasó? ¿Estás bien?

-Yo si, pero encontré unos gatitos y no se que hacer, creo que están muriendo- oí un gritito por el otro lado de la línea- necesito tu ayuda, por favor.

-En diez llego.

Renna tocó el timbre y yo abrí la puerta.

-¿Donde están?- preguntó apenas entró.

-Los deje en una caja de zapatos- le digo mientras la guío hacia mi habitación en donde están los gatitos.

Renna baja la cabeza y agarra a los pequeñitos, veo como se le ponen los ojos lloros.

-Quien puede ser tan mierda, que mundo asqueroso- dice mientras acaricia a los gatitos que de inmediato dejan de llorar- hay que secarlos, poner una media con arroz y calentarla. También hay que darles leche durante dos horas, son muy pequeñitos. Mañana cuando habrá el veterinario los tendremos que llevar, no sé si tienen parásitos o algo.

Obedezco cada una de sus ordenes, mientras pongo la media a calentar, Renna se sienta en el sofá y coloca a los gatitos envueltos en una toalla sobre su regazo.

Me acerco a ella y me siento a su lado.

-¿Pueden existir personas tan malas?- dice mientras se seca una lagríma con el puño de su buzo.- No les cuesta nada llevarlos a un refugio o darlos en adopción. Son tan pequeñitos, no se si sobrevivan.

Me sentía mal por los gatitos, si. Pero ver a Renna llorar eso me destruye el doble, el triple.

-Van a estar bien, ya verás, soy un padre gato. Los cuidaré bien- digo mientas acaricio al gatito naranja.

-¿Me puedo quedar?- vi que se avergonzaba al decirlo- para ayudarte a cuidarlos.

De la nada me dieron ganas de empezar a rescatar animales de la calle.

-Por apuesto que si, mi casa siempre está abierta para ti. Y más si me ayudas, no sé nada de animales.

Renna seguía mirando a los gatitos con tristeza. No sabía que hacer para que no estuviera triste. Que se pusiera tan mal por unos animalitos mostraba lo buena persona que era, amaba cada vez más partes de ella.

Ya por fin lo admites campeón.

-¿Te los quedarás verdad?

La pregunta me sorprendió, no tenía pensado quedármelos, solo los cuidaría por hoy y mañana los llevaría a algún lugar o algo así. Vi la ilusión en los bonitos ojos de Renna, como si me pudiera negar a algo que ella me pidiera.

Las cartas de mi vida.Where stories live. Discover now