Epílogo

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Miro la fotografía de nuestra boda, seis años atrás, y todavía no puedo creer que haya tenido tanta suerte

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Miro la fotografía de nuestra boda, seis años atrás, y todavía no puedo creer que haya tenido tanta suerte.

Ella aceptó ser mi esposa.

Veronika no quiso una boda fastuosa, solo un festejo bonito e íntimo en nuestra casa con la gente que más queríamos: Gus, su esposa y los niños; Peyton y Kate; el matrimonio Branson y el del jefe Rogers; la amiga de Roni, Elaine con sus hijos y su nueva pareja; y mi colega Duncan y su compañera Thea.

Los primos Peggy y Randy también viajaron a presenciar esa unión.

Para mí eso era más que suficiente; yo solo la necesitaba a ella diciendo que sí ante un ministro, sin salir corriendo.

Los teléfonos de la estación suenan y suenan sin parar a lo lejos, lo habitual para un Departamento de Policía con tanto volumen de trabajo como este.

Ya no estoy detrás de un escritorio o colaborando como asesor en la división de investigaciones; después del caso del padre de Roni, Branson finalmente se jubiló y me promovieron. Burocracia mediante, hace tres años me ascendieron y conseguí ser el Detective Sargento Venturi, con su propio despacho y nuevas sillas compradas de su propio bolsillo.

El otro retrato muestra una añeja fotografía de mis padres, apenas coloreada. Es una de las pocas imágenes que he llevado conmigo desde que los perdí. Cuando me asignaron este puesto y por ende, esta oficina, le encontré el lugar perfecto.

Desde donde estén, estarán orgullosos.

Miro el reloj, es la hora en que Roni debería estar llegando.

Dos veces a la semana viene a recogerme al trabajo. Bueno, recogerme es una manera de decir, pero hemos hecho de esa bonita rutina algo muy nuestro, ya que soy yo el que termina manejando la SUV que tanto insistió en comprar después del nacimiento de nuestra hija.

―¿Papi, estás ahí? ―La cantarina voz de Maui se filtra por detrás de la puerta.

―No, no estoy. ―respondo y ella, como siempre, abre de todos modos.

―¿Por qué dices que no si estás ahí? ―pone los brazos en jarra como una adulta. Es la perfecta combinación entre Roni y yo: su cabello es rubio hasta mitad de la espalda, ondulado, y tiene unos ojos color avellana a los jamás les puedo decir que no ―. ¿Te gusta mi disfraz? ―por más de dos meses ha estado insistiendo con decorar la casa, su cuarto y comprar las golosinas para Halloween. Incluso, ella misma escogió el vestuario que se pondría hoy: unas mallas de lycra negras con un tutú naranja, acompañadas de unas bailarinas saturadas de  lentejuelas plateadas. Un sombrero de bruja con un velo de tul y su calabaza repleta de dulces colgando del pliegue de su brazo, no podían faltar.

―Es hermoso. Casi que no te reconozco con todo ese maquillaje ―le digo. Roni no es muy buena con las artes manuales, pero una de las madres del colegio es experta. A juzgar por el buen resultado de la pintura que simula una calavera del Día de los Muertos en su carita hermosa, intuyo que le ha pedido auxilio a su amiga.

―Pero sigo siendo yo, Maui ―se señala, toda angustiada. Maui tiene cinco años y se llama así en honor a las islas de Hawái, el lugar donde celebramos nuestra luna de miel y la concebimos. No nos habíamos propuesto quedarnos embarazados tan pronto, pero dejamos que el destino juegue sus cartas.

Volvimos siendo un matrimonio más un diablillo en camino.

―¡Oh, sí! Claro que eres tú ―la subo al escritorio y le arreglo el molesto gorro de bruja.

Toc, toc ―Veronika es quien aparece en mi despacho. Dado su sobrepeso, camina cada vez más lento. Sus casi ocho meses de embarazo la tienen a maltraer. Náuseas desde que supimos que estaba esperando a este nuevo bebé, pies hinchados, ganas de orinar cada dos pasos...un embarazo de manual con el que lidia estoicamente. Porque así es Veronika, una luchadora incansable.

―Pasa mami. ―Invita Maui.

―Oh, Dios mío, esta chica me ha llevado a recorrer toda la ciudad en busca de caramelos y dulces ―dice mientras pongo a mi hija en mis caderas y saludo a mi esposa.

Mi adorada y preciosa esposa, Veronika Venturi.

Le doy un beso suave en la boca sin perder detalle de la cantidad de curvas que se marcan bajo este vestido negro de mangas largas, escote pico pronunciado y una abertura de lado que recorta su muslo. Abro los ojos y silbo en señal de aprobación.

―Me puse lo primero que encontré ―me guiña el ojo, haciéndose la tonta. Esta noche saldremos a cenar con el conocimiento de que el bebé llegará a nuestras vidas en pocas semanas más. Peyton y Kate se han ofrecido a cuidar a Maui y de ninguna manera le dijimos que no.

A punto de hacerle algún tipo de insinuación subida de tono al oído, la oficial Dina Yates aparece en mi oficina.

―¿A quién tenemos aquí?

―¡A Maui! ―mi niña se arroja a los brazos de mi compañera de trabajo, quien la recibe sin chistar ―. ¿Ya has visto a mi mami? Parece que este año se ha comido una calabaza de Halloween ―su risita me arranca una carcajada que, de seguro, será repudiada y castigada por la noche.

Roni me mira con los ojos entrecerrados, confirmando mi presunción.

―Creo que los muchachos tienen algunos dulces guardados. ¿Quieres que vayamos a pedirlos? ―la agente sabe cómo extorsionar a un niño.

―¡Sí! ―grita Maui elevando sus brazos, pero al instante mira a Roni con culpa ―. ¿Verdad que puedo, mami? ―¿Cómo negarse a esos ojos de perrito mojado?

―Sí, pero recuerda que no los comerás todos esta noche. Tus tías también prometieron tener dulces en su casa.

Maui se aleja feliz y probablemente, esta noche tenga un grave problema para dormir con todo el azúcar que comerá. Por fortuna, estará con mis ex-vecinas mientras su madre y yo disfrutaremos de una salida a solas y un poco de privacidad en la alcoba.

De no ser por un par de polvos rápidos en la ducha o cuando Maui está en el colegio, no hay modo de que tengamos una noche de pareja completa, ya que siempre aparece en la mitad de la noche para subirse a nuestra cama.

Cierro la puerta tras de mí y me enfoco en esta mujer que me deja sin aliento. Se está quitando los tacones usando el escritorio como apoyo y su inclinación deja su culo hacia arriba.

Le doy una bofetadita sin ruido en una de sus mejillas que la hace aullar y disfrutar.

―Ven aquí, te he echado de menos ―se cuelga a mi cuello y debe ponerse en puntas de pie para sortear la diferencia de alturas. Le acaricio la barriga llena de nuestro niño, el cual se mueve de un lado al otro. Se llamará Louis, como la ciudad en la que nos conocimos.

―Creo que él también quiere dulces. ―digo.

―Pero su mami quiere los trucos... ―aclara con doble sentido y como bien sabe, desde que la vi en ese bar alejado, ella fue mi debilidad y mi perdición.

Le daré los dulces, le mostraré mis trucos y todo lo que desee siempre.

Fin

"Soy tu venganza" CompletaWhere stories live. Discover now