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Son las nueve de la mañana y ya hay diez personas haciendo fila al aire libre para atenderse conmigo

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Son las nueve de la mañana y ya hay diez personas haciendo fila al aire libre para atenderse conmigo. Preparo una gran olla de café, la vierto en un termo y lleno los vasos desechables que Rusty gentilmente me obsequió el día anterior a mi escape de su cantina con un dudoso estado etílico.

Vaya vergüenza.

Agradezco que el remolque no quedara muy lejos y tuviera los reflejos suficientes para ir en dirección recta y no morir atropellada en el intento.

El aire fresco me despertó lo suficiente como para saber hacia qué lado caminar.

A cada próximo paciente le convido un poco de bebida caliente.

Las temperaturas son bajas a esta altura del año puesto que estamos en noviembre, pero la calidez de estas personas me hace olvidar que debo chequear el sistema de calefacción de mi vehículo.

Como cada mañana de estos últimos meses, dispongo sobre mi mesa de trabajo los instrumentos básicos para la atención.

Mi metodología es simple y efectiva: hago una breve epicrisis de cada paciente y los conduzco hacia mi remolque dentro del cual monté un pequeño vestuario/ consultorio con los elementos principales de análisis y mi camilla ginecológica.

Me sorprende no haber tenido aún la visita de mujeres embarazadas; quizás tendría que hacer énfasis o hacer correr la voz de que esa es mi especialidad.

Hacia el mediodía, la cantidad de gente se reduce considerablemente.

Para cuando finalizo este primer grupo y obtengo un tiempo libre, comienzo con el ritual de extender mis brazos, mis piernas y bostezar sin temor a las miradas reprobatorias.

La vista hacia el parque Jellystone es fantástica, aunque la cercanía a un cementerio no es del todo alentadora. Sin embargo, soy consciente de que debería temer más a los vivos que a los muertos.

Me desperezo, roto mi cintura de un lado al otro hasta que un batir de palmas me saca del ensimismo. Paso por delante de mi remolque y lo veo.

A él.

Al hombre que ayer me quitó el aliento e hizo cenizas mis bragas de abuelita.

Al hombre que evidentemente, no fue parte de un sueño.

Al hombre que hizo que mi corazón latiera erráticamente.

Sobria, distingo que es todavía más bello de los que mis ojos vidriosos y mi cerebro torpe recordaban.

Froto mis manos, aunque el calor de la futura proximidad enciende cada célula de mi cuerpo.

Conforme me acerco al sujeto que ayer fue testigo de mi bochornoso accionar, confirmo que mi memoria no le hacía justicia en absoluto. De cabello rubio ceniza, con algunas hebras más claras y otras grises sobre los parietales y unos ojos que definitivamente son de un celeste metálico, es un completo Adonis.

"Soy tu venganza" CompletaWhere stories live. Discover now