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LA RESIDENTE

Marinette

El doctor Graham entró en su despacho quince minutos después, y se detuvo en seco cuando sus ojos se encontraron con los míos.

—Todavía estás en mi maldita silla —constató.

—Exacto. —Me crucé de brazos—. Solo me levantaré cuando te disculpes por el comportamiento grosero y poco profesional que tuviste ayer.

—Si tienes que pedirle a alguien que se disculpe, entonces es probable que la persona en cuestión no lo lamente.

—Pues no. —Cogió el maletín y lo dejó sobre el escritorio, justo donde yo tenía los pies, apoyados sobre los libros. Murmuró
algunas palabras para sí mismo, aunque estaba casi segura de que le escuché decir: «Ojalá te hubieras corrido en mi boca esa noche…», pero no pondría la mano en el fuego—. ¿Ha ordenado los dosieres de los Yarbrough, doctora Dupain?

—No, no lo he hecho.

—¿No, no lo has hecho? —Arqueó una ceja—. ¿Al menos has empezado?

—Tampoco. —Me encogí de hombros—. Ayer, al salir del trabajo, me sentí muy angustiada, así que pensé que entenderías que no lo hiciera. Si no, puedo explicar amablemente esta situación a Recursos Humanos. —Abrió tanto los ojos que parecía que estaban a punto de caérsele de las cuencas—. Puedo ponerme con ellos hoy, si quieres —le dije sonriendo—. Pero, como puedes suponer, probablemente necesitaré más tiempo para terminar, ya que comenzaré un día tarde.

—Basta ya, doctora Dupain. —Rodeó el escritorio hacia donde yo estaba—. Te doy cinco segundos para decirme que has ordenado esos malditos archivos, porque te dije ayer lo importante que eran para mí.

Levanté la mano y conté hasta cinco con los dedos de uno en uno.

—¿Ahora que?

—Ahora les digo a todos mis socios que creo que debemos considerar despedirte, pero tengo la sensación de que solo estás jugando conmigo en este momento. ¿Dónde está el trabajo?

Me levanté de la silla y él se acercó inmediatamente a mí, haciendo que tuviera que apretar el trasero contra el borde de su escritorio.

—No me obligues preguntarte de nuevo… —dijo.

—Deja de intentar intimidarme y discúlpate para que podamos volver a como estábamos antes —dije—. Sé que estás molesto porque tienes el ego magullado, pero no voy a tolerar esa versión retorcida de acoso sexual.

—Ni siquiera te he comenzado a acosar sexualmente, doctora Dupain. —Se inclinó y sus labios casi rozaron los míos—. Cuando lo haga, lo sabrás. Créeme.

—¿Tienes una idea de lo que acabas de decir? —Tenía las bragas empapadas—. No creo que quisieras que sonara así.

—He querido que sonara justo así. —Su boca cubrió la mía al instante, y le rodeé el cuello con los brazos, arañándole la piel mientras él deslizaba una mano debajo de mi vestido.

Mientras controlaba mis labios con los suyos, deslizando su lengua cada vez más profundamente en mi boca, me apartó las bragas a un lado y frotó el pulgar contra mis pliegues empapados. Gimió cuando sintió lo mojada que estaba, y contuve el aliento al sentir cómo su polla se endurecía contra mi muslo. No tuve que bajar la vista para saber que era enorme, y el hecho de que la sintiera a través de los pantalones y la bata blanca que llevaba hizo que las mejillas se me pusieran de color rojo brillante.

—Desabróchame los pantalones —susurró contra mi boca—. Ahora.

No lo dudé. Moví las manos hacia la hebilla del cinturón, y me apresuré a liberarle la polla, pero antes de que pudiera empezar a tocársela, sonó su teléfono. Los dos nos quedamos congelados al instante, y luego nos separamos lentamente el uno del otro.

—Por favor, ordena los archivos de Yarbrough —susurró, todavía jadeando—. Y, para que conste, esto nunca ha sucedido, y no puede volver a ocurrir.

—Estoy de acuerdo en que nunca ha sucedido. —Me toqué los labios hinchados—. Y he dejado listos los archivos de Yarbrough. Te los entregaré cuando te disculpes por haber jugado ayer conmigo al doctor Jekyll y mister Hyde.

Por un segundo, pareció como si en realidad estuviera a punto de decir las palabras «Lo siento», pero se sentó detrás del escritorio y levantó el teléfono antes de que la llamada fuera al buzón de voz.

—Habla el Doctor Graham… —Mantuvo los ojos clavados en mí—. Sí… Sí. Bien, vale. Los firmaré de inmediato. —Colgó y luego sacó un regaliz de un jarrón—. Doctora Dupain, creo que tú y yo necesitamos redefinir cómo funciona esta relación jefe-empleada. Estás por debajo de mí. Estoy por encima de ti. Por lo tanto…

No le di la oportunidad de terminar esa línea de pensamiento. Abrí el cajón izquierdo de su escritorio y saqué los archivos Yarbrough, para dejarlos encima de su mesa.

—Tienes razón —le dije, cabreada porque fuera capaz de hacerme perder la razón—. Tenemos que redefinir cómo funciona esta relación jefe-empleada. Nos limitaremos a comunicarnos por correos electrónicos cuando no estemos sentados delante de un paciente.

Volví a mi lado de la oficina, pero no antes de tirar al suelo cada maldito jarrón con sus preciados regalices.

UN MÉDICO SEXY (Adaptación)Where stories live. Discover now