| 09 |

178 16 0
                                    

EL MÉDICO

Félix

A la mañana siguiente subí a pie los dieciséis tramos de escaleras hasta la planta donde estaba mi despacho, pues necesitaba despejar la mente y encontrar la manera de disculparme con Marinette.

Bueno, solo iba a disculparme un poco por todo lo que le había dicho el día anterior. Todavía iba a obligarla a hacer más papeleo del necesario, porque necesitaba castigarla de alguna manera por echar a perder una amistad online perfecta. Pero no iba a evitar que asistiera a las sesiones conmigo.

Marinette tenía razón en una cosa: era necesario que practicara tanto como fuera posible, y no iba a impedírselo. Y no solo eso: en realidad me resultaba muy impresionante su forma de analizar las sesiones posteriores. Encontraba su perspicacia e intelecto muy refrescantes.

—¡Buenos días, doctor Graham! —me saludó Emily cuando llegué por las escaleras.

—Buenos días, Emily. ¿Algo de lo que necesite enterarme antes de encerrarme en mi despacho?

—La cita de las tres se ha cancelado, así que he trasladado la de las cinco a las cuatro. La doctora Tsuguri acaba de firmar el contrato de su nuevo libro, así que asegúrese de felicitarla. El doctor Anderson acaba de saber que su esposa está embarazada, así que lo mismo. Y necesitaré que firme los resultados de laboratorio que ha pedido cuando lleguen, alrededor del mediodía.

—Muchas gracias, Emily.

—De nada.

Fui a mi despacho y abrí la puerta. Luego encendí las luces y parpadeé varias veces para asegurarme de que lo que estaba viendo en ese momento era real.

Marinette estaba sentada detrás de mi escritorio. En mi silla. Con mis regalices.

Estaba reclinada hacia atrás en el respaldo con sus tacones rojos perfectamente colocados sobre un montón de libros, y parecía que había vuelto a poner todo el mobiliario como estaba cuando empezó la residencia. Me resultaba todavía más sexy que el día anterior: tenía los labios pintados de un rojo brillante y arqueaba una ceja mientras me miraba como si estuviera esperando que dijera algo.

No lo hice.

Encendí las luces y salí de mi despacho, seguro de que tenía que estar imaginando esa mierda.

«Y mejor será que lo esté imaginando…».

Había fantaseado con ella rodeándome la polla con aquella boca tentadora mientras estaba sentada detrás de mi escritorio hacía solo unas horas, así que pensé que esto era solo una vívida proyección de eso en el mundo real. Además, ¿por qué razón tendría que haber llegado al trabajo con cuatro horas de antelación?

Regresé al despacho y encendí las luces una vez más, pero Marinette todavía seguía allí, tan audaz y descarada como siempre.

—¿Puedo ayudarle en algo, doctor Graham? —dijo—. ¿Hay algún problema?

—Sabes muy bien que hay un problema. —Dejé el maletín en el suelo—. Pero ¿sabes qué?

—¿Qué? —Se cruzó de brazos.

—No voy a llamarte la atención por haberte sentado en ese escritorio hecho a medida por el que pagué una millonada, ni voy a reprenderte por redistribuir mi despacho sin mi permiso.

—Sentarse y mover los muebles no es un delito, doctor Graham.

Puse los ojos en blanco, pero me ceñí al tema en cuestión.

—Voy a apagar las luces de nuevo, y luego voy a dar un paseo de quince minutos. Quince. Minutos. En el momento en el que regrese, voy a encender las luces una vez más, y ¿sabes qué pasará entonces? No estarás sentada detrás de mi escritorio. No me sonreirás de esa manera, y tampoco tendrás un regaliz, que me has robado, en tu maldita boca.

Miré a su escritorio y vi que había vuelto a poner en él dos jarrones de regalices.

—Hablando de regalices —añadí—. Esos jarrones ya no son tuyos. Son solo para personas que aparecen cuando se supone que deben hacerlo.

Ella no dijo nada, solo me miró y dio otro mordisco al dulce.

—Tienes quince minutos, Marinette —dije, apagando las luces—. Y si no…

UN MÉDICO SEXY (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora