Capitulo 12.

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¡Hola a todas!
¿Cómo están? Espero que bien.
Aquí yo otra vez, con la siguiente parte.

Siento que me he tardado siglos en actualizar, pero el trabajo me ha estado pegando duro últimamente. La vida de adulo es asquerosa. No sé cuantos años tendŕan, pero ¡No crezcan!
Ok. Vamos a pararle a mi crisis existencial. Fue solo por un momento.

Hermosas personitas ¡Las amo con todo el corazón!
Muchas gracias por todo su apoyo. Por su votos y por sus increibles comentarios.
Cada vez que subo una parte nueva, estoy realmente ansiosa de leerlos. Ya les dije que me encanta hablar con ustedes, así que ¡¡Hablenme!! que yo estaré esperando para responderles.
¡Y les vuelvo a repetir que las amo! ¡¡Las amo!!

Espero que esto siga gustando. Tengo todo en mi cabeza, solo que tardó en poder escribir todo y llegar a la situaciones que quiero, así que será un poco lento, pero es para que los personajes y sus sentimientos puedan desarrollarse bien. Tengame paciencia. Aunque también entiendo que habrá capitulso que gustarán más que otros. De hecho, yo misma tengo mis propios capitulos preferidos. Así que paciencia. ¡Y no me abandonen!

Y lo diré las veces que yo quiera. ¡Las amo!

Hoy subiré 2 capitulos. ¿Por qué? Por que yo quiero. ajjajaja Y porque las amo, claro. Pude escibrir un montón así que espero que les guste.
Quiero saber todas sus opiniones al respecto.

Muchos saludos.
Se me cuidan.



Adam Whitehead restregaba su cabello con brusquedad, mientras caminaba de un extremo a otro en su propia habitación. Había escuchado como Lucerys le había pedido a alguien que viniera a buscarlo, y ahí por fin le tomó el peso real a lo que había hecho y todos los problemas que le acarrearía.

Después de que se terminara la llamada, se había armado de paciencia e intentó calmar al chico, quería que dejara de llorar y sacarlo de su cama para que se sentara en un sillón, a la espera de la persona a quién había llamado. Quería que aquella situación se viera un poco menos mala de lo que ya de por sí era. Pero ninguna de sus dulces palabras ni sus tan repetidas disculpas, lograron que Lucerys Velaryon saliera de debajo de las mantas. Decidió acercarse y apenas le rozó la cabeza con una mano, el cuerpo del muchacho respondió con un asustadizo respingo que lo hizo detenerse de inmediato y suspirar con frustración.

Se alejó de él con molestia y le habló duramente, como jamás lo había hecho desde que lo conocía. Le dijo que todo había empezado por su culpa, que el solito se había presentado en su casa con una propuesta a la que era imposible negarse. Le exigió que parara de llorar y que dejara de comportarse como si él le hubiera hecho algo malo. Que ya no era ningún niño y que tenía que asumir las consecuencias de sus actos.

Y cuando terminó de gritarle, se dio cuenta que eso era, precisamente, lo que estaba haciendo. Gritándole. Se golpeó la frente con su propia mano, arrepintiéndose. Sin embargo, notó que sus gritos detuvieron los sollozos de Lucerys, pero solo para ser reemplazados por una rabia mal contenida. Y de estar llorando desconsoladamente, protegido por las cobijas, pasó a una especie de trance que lo hizo defenderse con furia con lo que encontrara a la mano.

Se había puesto de pie sobre la cama y lo primero que le lanzó fue su propio celular, el que Adam fue incapaz de esquivar por la sorpresa y que le dio de lleno en el lado izquierdo de su frente, ocasionándole una herida que lo hizo sangrar. Después de eso, siguieron una variedad de cosas que Lucerys fue encontrando y que le lanzó con una puntería asombrosa, y solo se detuvo cuando su cuerpo se cansó. Tomó una manta, se envolvió con ella y se sentó en el suelo, en medio de la cama y el velador. Y ahí, encogido y asustado, volvió a lloriquear.

Adam no podía dejar de caminar. La herida de su frente punzaba pero había dejado de sangrar.

El timbre de su apartamento sonó repetidas veces, sin cesar.

Sangre y AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora