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Seúl, Corea del Sur.
Septiembre, 01.
7:45 p. m.



El insoportable bullicio de las bocinas tenían desesperado a Jimin. El ruido estaba martillando su cabeza que, desde la cuatro de la tarde, había adquirido una jaqueca debido a que su insoportable jefe había perdido un documento, descargando su furia completa en él al ser una especie de secretario personal.

Lo trataba como a una lata que podía patear en cualquier momento.

Jimin no podía hacer nada para que el tráfico desapareciera o avanzara, a menos que el chofer tomara otro camino, pero eso haría su viaje más largo y tendría que caminar por calles silenciosas y oscuras.

—Supongo que podría relajarme un momento —dijo metiendo una de sus manos a sus bolsillos para buscar sus audífonos—. ¿En dónde están? Oh... ya recordé.

Sus preciados audífonos, que no había terminado de pagar, ya no existían desde la mañana cuando se le habían caído al inodoro. Mordiendo su labio inferior, sacó de su lonchera una bolsa de frituras para que su cerebro se concentrara en las papitas saladas y no en su terrible noche.

Su trabajo lo tenía agotado, explotado con horas extras sin pagar y un arrogante jefe que lo tenía en el suelo por ser superior pero no menos idiota. Estaba harto, pero no podía hacer nada, era la única empresa donde lo aceptaron sin tener un título o experiencia.

Su atención se desvió al cielo nocturno, despejado y abandonado; la luna no estaba presente esa noche y solamente las estrellas lo llenaban, pero muy apenas.

Cinco minutos después de pensar en cómo se sentirían las estrellas, el tráfico comenzó a avanzar, y en veinte minutos más ya estaba a una cuadra del edificio de su departamento.

Al llegar a la entrada, estaba el viejo portero escuchando música clásica y, en la recepción, su hija fumaba un cigarrillo electrónico mientras le entregaba a una mujer su correspondencia. El ascensor estaba fuera de servicio (como era de esperarse), por lo que Jimin tenía que subir cuatro pisos hasta el suyo, que quedaba en el quinto y último. 

No entendía cómo su vecino del frente subía con tanta facilidad las escaleras, él perdía el aliento apenas en el segundo escalón.

—Bien, aquí vamos de nuevo, mi Kiwi debe tener hambre.

Tomando suficiente aire antes de comenzar a subir, Jimin contó cada escalón como de costumbre. Sus ojos se cerraban cada cierto tiempo y tenía sed, pero había acabado con su jugo después de terminar la bolsa de frituras. Haciendo pequeños descansos para recobrar energía finalmente llegó a su piso, yendo hasta al lado derecho, pasando frente a las desgastadas puertas rojas de madera, oyendo los gritos de una anciana hacia sus gatos.

—¡Félix, Ares, Manchita, vengan a comer!

Jimin imitó con sus labios el diálogo que se sabía al derecho y al revés.

Estando a dos pasos de llegar a su departamento sacó sus llaves con un divertido llavero de payaso, sonriendo al escuchar los ladridos de su cachorro al otro lado. Al abrir la puerta, Kiwi lo recibió con pequeños saltitos, y Jimin lo cargó en brazos.

—Me extrañaste, ¿verdad? Lo siento, no quise tardar tanto.

Kiwi solo respondió dándole una lamida en la nariz.

—Tomaré eso como un "te perdono, humano".

Antes de cerrar la puerta, Jimin vió a su vecino entrando a su departamento con tres libros gruesos en brazos y una bolsa con bebidas energéticas colgando de su muñeca. 

Ambos cruzaron miradas, sonriendo mutuamente en un amable gesto.

—Jimin, buenas noches.

—Buenas noches, Yoongi.

Min Yoongi era el nombre de su vecino, un joven dos años mayor que él que iba a la universidad y que en ocasiones se topaban y conversaban, nada fuera de lo común.

Finalmente, Jimin cerró la puerta y con su cachorro en brazos fue directo a la cocina para alimentarse, sacando de su refrigerador un recipiente con kimchi que su madre le llevó la semana pasada y un jugo de manzana, en completo silencio, ya que no quería gastar en el recibo de la luz manteniendo la radio o televisión encendida para opacarlo.

Estuvo diez minutos sentado viendo a Kiwi pelear con una cucaracha antes de ir al baño.

Se quitó su pantalón y fue directamente a su cama, alzando la sábana roja que tanto amaba, y colocó debajo de su desgastada almohada una toalla para aumentarla. En la ventana de la habitación solo se podía ver un poco de niebla, y Jimin volvió a preguntarse a dónde habría ido la luna y sus estrellas que esa noche también habían decidido desaparecer después de esperar.

—Sabes, Kiwi, hay veces que pienso que la luna se va a otro universo y por eso no la vemos —soltó un suspiro—. En fin, espero que al menos en ese universo, si es que existo, yo sea feliz.

El cachorro llevó su hocico cerca de su mejilla para lamerla, haciendo que Jimin riera.

—¡Claro que tú me haces feliz, Kiwi!

El cachorro lo observó curioso, ladeando su cabeza ante las palabras de su dueño que no entendía realmente.

Cuando Jimin finalmente cayó dormido, el reloj de su habitación comenzó a temblar, con sus agujas apuntando hacia todos lados a la vez que las fotografías de sus recuerdos se borraban. Una resplandeciente luz lo rodeó completamente, tapando sus oídos para que no escuchara cómo su existencia era succionada de ese mundo, dejando en la memoria de todos los que lo conocieron alguna vez un nada.

Incluso para el cachorro, que ahora estaba en otro hogar durmiendo a los pies de un pequeño niño en alguna parte de Seúl.

Todo recuerdo que Park Jimin había dejado en la mente de las personas había sido reemplazado en un pequeño lapso, sus acciones incluso sería acreditadas a una nueva persona, mientras que él vagaba en la dulzura de sus sueños sin ser consciente de cómo el mundo se dividía para transportarlo con paciencia a lo que sería su nueva vida. 












YOUNIVERSE. ➸yoonminWhere stories live. Discover now