CAPÍTULO 4

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Estaba de pie, inmerso en una oscuridad absoluta de la cual apenas y podía distinguir algo además de su propia nariz, mientras miraba a su alrededor podía escuchar susurros, voces lejas en diversas direcciones que sonaban como una suerte de eco fantasmal, empezó a impacientarse, su corazón latía con fuerza y su respiración acrecentaba a cada segundo a medida que un aura tenebrosa se alzaba a su alrededor, aquel sitio era de verdad abrumador. De pronto un juego de luces en el techo iluminaron el lugar, pronto descubrió que se encontraba en lo que parecía era un gimnasio, y no cualquiera, se trataba de la vieja cancha de la preparatoria, aquella en la cual durante años había tenido que soportar las burlas que los abusivos solían decirle cada que jugaban algún deporte o practicaban  alguna prueba física en la clase de educación física. Aquel gimnasio se hallaba decorado con una escenografía bastante peculiar, una que reconocía por alguna razón, había globos, mesas con manteles, serpentinas en el techo y demás adornos que complementaban las decoraciones del baile de graduación. Música sonaba en los parlantes, una suerte de vals que inició sereno y suave para poco a poco volverse terrorífico y bastante perturbador. Agitado miró a su alrededor, viendo a un montón de chicos bailando al son de aquel vals siniestro, como si se tratase de alguna clase de espectáculo sacado de alguna película de terror.

—¿Qué pasa? —preguntó Zoey, con quien bailaba y ni se había percatado. Llevaba un fantástico vestido amarillo que resaltaba su belleza y su extraña mirada sonriente. Sus ojos no eran como los recordaba, cálidos y compasivos, en su lugar eran helados y muy atemorizantes.

—Zoey, yo... —miró a su alrededor, ahí estaban todos sus amigos y conocidos bailando en perfecta concordancia con aquel macabro vals. Pronto las luces parpadearon  un poco para después apagarse de golpe, demoró algunos segundos, pero cuando la iluminación regresó, todo había cambiado. Todos estaban muertos, regados a través del suelo, cubiertos de sangre y heridas, mientras que aquella música seguía su ritmo, cada vez más perturbadora que antes. Aterrado, Alex contempló los cadáveres de sus amigos, así como el de Zoey, quien aún residía en sus brazos—. ¡No, Zoey! —pronto decenas de figuras espectrales y de ojos rojos se mostraron a su alrededor, eran los ninjas del Clan, ellos habían causado aquella masacre—. ¡No, no, no! ¡Basta! —clamó con desespero y terror.

—Tú causaste esto —enunció aquella siniestra visión de Milton de ojos carmesí, emergiendo de entre la oscuridad—. Tú los mataste.

—¡No, ya basta! ¡Detente por favor! —volvió a gritar, viendo sus manos manchadas de sangre.

—Están condenados —sonrió, mientras sangre brotaba desde su boca—. Tú los condenaste.

—¡NO! —gritó con todas sus fuerzas, dejando escapar un escabroso llanto en el proceso. Milton se lanzó a reír, así como todos en el gimnasio, Alex se cubrió la cara, y entonces la siniestra figura de Raiden apareció blandiendo una espada con la cual acabó por asesinarlo de un solo tajo.

Inmediatamente después de sentir aquella fría hoja partiendo su carne fue que despertó. Se incorporó de golpe y vio que se encontraba en un asiento reclinable, junto a él estaban todos sus amigos y familia, estaban en el interior del Banshee, recorriendo el cielo nebuloso a impresionante velocidad. Se puso de pie y avanzó hacia la cabina, Howard era el único que estaba ahí, aunque no conducía, el piloto automático estaba haciendo todo el trabajo. Miró entonces las nubes pintadas por el sol, pronto se sintió más aliviado, pero aquellas visiones regresaban cada que cerraba sus ojos, no podría dormir mucho después de eso.

—¿Problemas para dormir? —dijo entonces el Ingeniero, quien para ese entonces creía dormido.

—Sí, algo así.

—Te entiendo —se incorporó sobre su asiento a la par que Alex se sentaba junto a él—. Aun recuerdo las primeras semanas luego de volver de la guerra. Cada noche era un martirio, me había acostumbrado a dormir con un ojo abierto, sintiendo aquella sensación de que en cualquier momento todo se iría al diablo, y cuando volví a casa no fue diferente, me sentía abrumado, me ahogaba estar en mi propia cama, tan solo mirando al techo, recordando todo lo que había vivido antes, y cuando finalmente podía cerrar los ojos y tratar de dormir, las pesadillas llegaban, créeme nada de eso me ayudó mucho para dormir.

LOS PROTECTORES: Los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora