PRÓLOGO

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Busan, Corea del sur.
2051.

La noche se había visto acompañada por una fuerte lluvia que empapaba cada sector de la zona costera de la ciudad de Busan. La gente se había refugiado en sus hogares, guareciéndose del frío y del constante vendaval que caía sin piedad como una poderosa metralla venida del cielo, dejando así las calles desprovistas de gente, el vapor poco a poco se alzaba por los callejones y en contraste con las luces de neón y la publicidad puesta en los altos y modernos edificios que conformaban aquella ciudad, hacían de aquel un verdadero espectáculo urbano, casi surreal.

Pero en la cede de los Laboratorios Haedong no tenían que preocuparse en lo absoluto por la lluvia. En aquella enorme edificación situada a orillas del mar, otrora albergaban más de dos mil trabajadores, pero en aquella noche tan solo algunos cientos se hallaban laborando, en su mayoría eran guardias de seguridad o miembros de intendencia, salvo por los que se encontraban en las zonas superiores, justo donde se encontraba el área de Ciencias Avanzadas, la zona más exclusiva y resguardada de todo el lugar. Un trueno azotó con fuerza e iluminó el paisaje por fuera de la ventana, sin embargo el guardia que rondaba por el pasillo no le tomó importancia, se sentía seguro, como si estuviera resguardado en un moderno castillo capaz de resistir hasta el más poderoso huracán.

Siguió su recorrido hasta que llegó a una máquina expendedora, ya era tarde y aún faltaba una buena parte del turno nocturno, así que se detuvo para comprar algunos dulces y una bebida que lo ayudaran para mantenerse despierto el resto de su jornada. Buscó en su bolsillo y metió unos cuantos wones para una bebida con cafeína, pero la máquina se atoró y la botella también. Confundido, frunció el ceño y molesto golpeó la máquina, la bebida no se movió, tomó el armatoste y empezó a agitarla con fuerza mientras soltaba algunos insultos entre dientes.

—Choi —le llamó entonces un sujeto de bata y lentes, pero el guardia no reaccionó, estaba mucho más concentrado en bajar su bebida—. ¡Choi-Ri!

—¡Oh! —soltó la máquina y se puso firme ante el científico—. Señor Ji-yoon.

—¿Qué haces?

—Lo siento, señor, es que la máquina se tragó mi billete.

El científico arqueó los ojos, y siguió con su trayecto hacia la puerta, pasó su tarjeta de identificación a través de la ranura electrónica y esta se abrió, pero antes de salir miró al hombre otra vez.

—Golpéala en el costado un par de veces.

El hombre miró la máquina y tal cual como el científico la había dicho, solo bastó con un par de golpes al costado para hacer que el mecanismo se destrabara y su bebida cayera. Choi-Ri sonrió.

—¡Gracias, señor Ji-yoon! —destapó su bebida y le dio un trago. En eso las luces de todo el lugar se apagaron, tardó unos segundos, pero cuando la energía volvió; el científico se hallaba tendido sobre el suelo, con une herida profunda en el pecho y con un enorme charco de sangre manchando todo a su alrededor.

El guardia soltó su bebida, miró el cadáver del hombre y volteó hacia arriba, las luces del lugar estaban parpadeando entre el rojo y el azul, el sistema de seguridad había detectado algo. Apurado se giró, y fue cuando una katana le atravesó el pecho. Abrió la boca y escupió sangre, miró entonces a su atacante: una silenciosa figura de traje negro y rojo cuyos ojos resplandecían con el color carmesí de la mismísima sangre. El ninja rojo giró su sable y de un tajo lo partió a la mitad, limpió su arma y la guardó en tras su espalda. Las luces parpadearon nuevamente y cuando el azul cambió a rojo; decenas de ninjas de trajes y ojos carmesí se plasmaron en el lugar, como si se tratara de una horda de espectros emergidos de entre las sombras.

LOS PROTECTORES: Los CondenadosWhere stories live. Discover now