Capítulo 34 'Una noticia poco favorable'

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Tobías

De nuevo había pasado una mala noche. No dejaba de dar vueltas en la cama, pensando y extrañando a Aitana. Sentía una gran impotencia por no saber cómo encontrarla. Pasaba cada día frecuentando los lugares a los que solíamos ir, me unía a las búsquedas con los habitantes del pueblo, incluso, los padres de la primera chica desaparecida se habían unido a nosotros, ellos creían que había relación en el caso de Aitana y su hija. Yo ya no sabía qué creer, todo lo que me había dicho aquella chica que conocí en Montreal, había puesto en tela de juicio a Tucker —nada nuevo para mí—, pero desafortunadamente, el muy malnacido seguía caminando libremente, fingiendo una preocupación que estaba seguro que no sentía, aunque la realidad era que por más que sospechara de él, por más que indagara en su pasado, no tendría las pruebas que se requerían, aún así, no me daría por vencido. Aitana necesitaba de mí ... ella de mí y yo de ella porque una cosa sí era segura, yo no podría continuar con mi vida sin su vida.

Salí de la cama y fui directo al cuarto de baño para tomar una ducha. Necesitaba ir cómo cada día a la jefatura y presionar al alguacil Morgan para que me dijera si había algo nuevo en la investigación. También debía hablar con el señor Pevensie, merecía que le hablara con claridad y que de una vez por todas dejara de confiar en Tucker.

Luego de 15 minutos, ya me encontraba bajando las escaleras para salir de casa, sólo que mamá me interceptó en el camino.

—Cariño, el desayuno está listo, ¿podrías avisarle a tu hermana? Está en el jardín. Tu padre y yo debemos ir a casa de Nicolas y ya es tarde.
—No me quedaré al desayuno, voy de salida, mamá.
—Hijo, me preocupas. No te has alimentado muy bien en estos últimos días.
—Tranquila. Comeré algo afuera —suspiró.
—Sé que la estás pasando mal, pero debes tener fé —sus ojos se empañaron con lágrimas—. Aitana es una chica fuerte y sé que dónde quiera que esté, resistirá lo suficiente hasta que la policía la encuentre.

No le respondí, sobre todo porque no creía en la maldita policía, había pasado ya casi una semana de la desaparición de Aitana y esos buenos para nada no habían encontrado nada que pudiera ayudar a su caso.

—Todo estará bien, cariño —añadió al acariciar mi mejilla.
—Iré a buscar a Donna.

Sin decir más, salí de casa y mi vista rápidamente ubicó a mi hermana. Estaba sentada en una de las jardineras con la mirada baja. Me había parecido raro verla ahí, por lo regular, siempre estaba en su habitación, inmersa en sus asuntos.

—Ey —me acerqué—. ¿Intentas tomar el sol? Porque déjame informarte que no hay.
—Ya lo sé, bruto —se puso a la defensiva.
—Entonces, ¿qué haces aquí? —me senté a su lado.
—Nada.
—¿Nada? —elevé las cejas.
—¿No tienes a nadie más a quién molestar? —me miró con fastidio—. Es verdad, se me olvidaba que la única persona está desaparecida.

Me molesté inmediatamente. No era un tema con el cuál jugar.

—Tienes razón —me puse de pie—, y debería estar buscándola en vez de perder mi tiempo contigo —comencé a caminar.
—Lo siento —sus palabras y voz nostálgica me detuvieron—, es sólo que no sé cómo sobrellevar esto —la miré—. La friki de tu amiga ha logrado que esté preocupada por ella y no sé qué hacer —sonreí ligeramente antes de volver a sentarme a su lado.
—Creo que ya haces suficiente al unirte a las búsquedas.
—Por supuesto que no es suficiente —expresó con desesperación—. Su desaparición ha sido una locura y no puedo dejar de imaginarme que cosas horribles le están pasando por mi culpa.
—¿Tu culpa?
—Sí, mi culpa. Si tal vez yo no le hubiera dado mi auto aquel día, ella se hubiese quedado en casa y nada de esto estaría pasando.

La policía seguía sin encontrar el auto de Donna —vaya sorpresa—. Habían llegado a la conclusión de que tal vez Aitana había huido en él.

—Esto no es tu culpa, Donna.
—Ella no sé merecía esto —se encogió de hombros.
—Y yo que creí que la odiabas —bromeé intentando liberar la tensión.
—Yo jamás la odié —confesó al abrazar sus piernas.
—¿Aquí es cuando finjo que te creo?
—Tobías ... —me miró directo a los ojos—. Yo siempre la envidié —añadió sorprendiéndome.

Aitana al acechoWhere stories live. Discover now