𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟖: 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒍 𝒆𝒎𝒑𝒊𝒆𝒛𝒂...

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Esto no era el salón y no estaba en el sofá. Noah me había llevado en brazos hasta la habitación, donde la televisión estaba encendida, pero no acertaba a ver nada porque me dolían los ojos y tenía la vista aún borrosa.

"... Smitz. La policía ha encontrado alrededor de diez mil vídeos de contenido pornográficos donde aparecían niñas comprendidas entre ocho y quince años. Además, se encontraron correos electrónicos con Don Archer, el director de una de las mayores revistas del país, Los Ángeles Rising, en los que presuntamente el magnate ofrecía a una de sus hijas a Smitz para abusar de ellas a cambio de una cantidad de dinero que oscila entre los cuatro mil o cinco mil dólares. Según fuentes cercanas a la investigación, la hija que fue abusada por Smitz ya denunció a este en 2005, cuando los abusos eran constantes desde hacía dos años, como consta en los innumerables emails que Smitz y Archer se enviaban desde 2003. La policía investiga ahora otros emails de Don Archer que podrían estar relacionados con una trama de trata de menores con la que habría distribuido menores a otros magnates del país y las irregularidades que pudieron haberse dado en el cuerpo de policía al ignorar estas denuncias."

Y en pantalla la imagen de Roger Smitz. Camisa blanca, manos esposadas a la espalda y cabeza gacha mientras la policía lo metía en el coche con la prensa intentando meter el micrófono pululando alrededor como una jauría sedienta de audiencia a la que nunca le ha importado mi historia.

Esto era más grande que yo. Yo solo era una de tantas niñas con las que habían traficado y eso me hizo sentir desubicada. Mi padre no me odiaba. Mi padre traficaba con niñas y estaba segura de que nos tuvo para poder jugar con nosotras porque no era mi padre, era un enfermo sediento de dinero y sin escrúpulos ni empatía al que le daba igual destrozarme a mí, a Dafne o a cualquier niña que se encontrase en su camino al poder.

—El Talk show de la CBS ha mandado un comunicado pidiéndote perdón públicamente después de esto. La cadena no sabe si cerrar el programa.

Noah estaba alegre, me daba besos en la cara y yo estaba petrificada. No sabía reaccionar ante lo que estaba apareciendo delante de mí porque me parecía irreal, pero era real. Era tan real que al mirar mi móvil tenía unas cincuenta llamadas perdidas de diferentes números, unos doscientos mensajes sin contestar y notificaciones de redes sociales que no sabía que tenía instaladas en el teléfono.

—Cuando me dijo que le había destrozado el negocio al denunciar, no se refería a la revista, se refería a la red de trata de menores —musité, con la vista fija en la imagen de mi padre siendo increpado por los medios mientras atravesaba la marabunta de micrófonos esposado—. Los políticos y empresarios no se alejaron de él por ser socio de un supuesto pedófilo, sino porque podrían pillarlos.

—Piper dice que dentro de lo horrible que es, el caso no recae sobre ti. —Noah se sentó a mi lado en la cama, rodeándome con un brazo que cubría mis hombros—. No eres tú contra ellos, ellos ya están juzgados por todos.

Y Piper llevaba razón, como siempre. Esto ya no era mi denuncia contra ellos, yo ya no tenía nada que ver. Era un juicio social, eran miles de pruebas, miles de personas involucradas y yo solo era una más. Solo una más. Ya no estaba señalada, solo era una piedra del montón que iba a caer encima de Roger y Don hasta sepultar sus vidas y respiré de alivio por primera vez en treinta y cuatro años. Las lágrimas salieron solas con una sonrisa débil y victoriosa que había estado esperando años a salir. Era libre. La pena que me oprimía el pecho constantemente ya no estaba. No era venganza, era justicia, una justicia mejor de la que esperaba. Una justicia social en la que yo ya no era una mentirosa, en la que ellos ya no tenían el poder y se les señalaba al pasar.

Matt llamó, estaba histérico de alegría al ver las noticias. No me imaginaba las imágenes que debió ver para que se plantase en casa y ahora gritase así de alegría y me felicitase cuando ni siquiera me conocía.

Ese día llovía, pero para mí eran mis propias lágrimas de alegría. El salón estaba grisáceo, pero iluminado con la imagen de la CNN en repetición mostrando la imagen de esos dos entrando en el coche de policía.

—¡A MAMARLA HIJOS DE PUTA! —Gritaba Noah contra el televisor, descorchando una botella de champán por la terraza, lanzando el tapón de corcho por los aires y dejando caer la espuma en el suelo.

Se manchó la camiseta blanca del pijama al echarse un trago directamente de la botella a la boca y entró manchando el suelo del salón pringándolo de champán, pero en ese momento no me podía importar menos. Este era mi final feliz, ese con el que me acostaba pensando cuando tenía dieciséis años, ese que deseaba con veinte en Texas y ese por el que luché desde los veinticuatro y todo empezó cuando conocí a esta chica que se lavaba los dientes en la ducha, sudaba de abril a octubre, no sabe dividir por más de una cifra, no encuentra zapatos de su talla y tiene ansiedad social. Esa que se emocionaba porque el sitio nuevo de sushi tenía salsa kimchi y lloraba si veía vídeos sobre perros abandonados.

Eran las nueve de la mañana, pero bebimos champán y nos besamos como si fuesen las dos de la madrugada de un sábado después de llevar años sin vernos. De repente ya no me dio tanta pena esa imagen de la Olivia de seis años jugando con sus muñecas. Encontraría el amor, encontraría seguridad, encontraría una familia que la quiere y encontraría justicia por todo lo que la vida la había hecho pasar.

Todavía era temprano y, aunque estaba un poco sobrepasada por la situación, tenía que atender la llamada de mi abogada, la de Alicia Roland dándome las gracias por la noticia, la de la señora Langstrom que se había levantado con una gran alegría al ver las noticias, la de Ellen y las incesantes llamadas de la señora Wilson y mensajes de Abby.

Abby: No puedo decirte cuánto me alegro por ti.

Esperaba en lo más profundo de mi alma un mensaje de Dafne. Esperaba que, al ver que nuestro padre también trató de venderla a ella, se diese cuenta de lo que estaba pasando, pero no llegó ningún mensaje. Ni suyo ni de mi madre, pero no me dolió. Delante de mí Noah bebía el champán de la botella con la camiseta interior blanca de pijama mojada y me agarraba de la cara para besarme en mitad del frenesí que nos daba esa noticia.

Quedamos para comer en Nabu con Piper, Grace y Steve. Piper abrazó a Noah con un cariño inusual en ella. Noah se agachó para abrazarla y Piper le acarició el pelo mientras las dos reían cómplices y le daba suaves toques en la mejilla.

Steve me abrazó como siempre hacía, pero esta vez estaba más alegre de lo habitual e incluso se atrevió a darme un beso en la frente.

—No pensaba que este día iba a llegar —dijo Grace, moviendo su copa de vino blanco con una sonrisa que mostraba todos sus dientes.

—Lo has hecho muy bien —sentenció Piper, cogiendo con sus palillos el sashimi de pez mantequilla.

—No he hecho absolutamente nada, de eso podéis estar seguras —alcé una ceja, untando el sushi en wasabi—. Han sido Noah y uno de sus amigos, yo estaba ahí triste sin saber qué hacer. —Noah me dedicó una mirada dura, negando con el ceño fruncido—. ¿Ahora vas a decir que lo he hecho yo todo? —Me reí, masticando el rollo california negando con la cabeza.

—Es que lo hiciste muy bien manejando la situación mediática —replicó ella, enredando los dedos en sus rizos para apartarlos de su cara, reclinándose en su asiento con su vino en la mano—. Además, yo tampoco hice nada... Tenía un contacto.

—El caso es que ya puedes vivir tranquila sabiendo que esos dos van a tener lo que se merecen: la cárcel.



Nota: bien acaba c:

Solo quedan dos capítulos de esta novela y ya siento que las echo de menos.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora