𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟔: 𝒍𝒂 𝒓𝒖𝒊𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒇𝒂𝒎𝒊𝒍𝒊𝒂

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Me gustaba imaginar que yo no estaba allí, que la escena que se estaba produciendo ocurría a través de una pantalla y que nada de eso me incumbía. Quizás, si directamente me apartaba de la situación, la sensación de sentir que no pertenecía a ese mundo sería menor, pero no lo era, no cuando pronunciaban mi nombre y debía coger de las manos a mi hermana y a mi padre. Me recorría un escalofrío por la espina dorsal que llegaba hasta mi cerebro y hacía que apretase los ojos mientras mi padre bendecía la mesa.

—Vamos a comer antes de que se enfríe —sentenció mi madre.

Las ensaladeras de comida comenzaron a pulular de mano a mano sobre la mesa, hasta que los cuatro acabamos con un poco de ensalada, puré y carne en el plato. Comer en esa casa me cerraba el estómago casi tanto que el recuerdo directo de mi pasado.

—¿Tú no comes o qué? —Me señaló mi padre con un gesto de desprecio, dándole un bocado a uno de los panecillos.

—Estoy cansada —respondí, revolviendo el puré de patatas con el tenedor para llevármelo a la boca.

—¿Cansada de qué? —Espetó él, lanzándole una mirada cómplice a mi hermana entre risas—. ¿Qué hiciste ayer? Si tuvieras un novio y te quedases en casa como tu hermana, no estarías tan cansada. Porque si fuese por trabajo, lo entendería...

—¿Es que no trabajo lo suficiente? —Fruncí el ceño, dejándome caer sobre la silla.

—Si te pasas el día en la máquina de café con Wilson —replicó la estúpida de mi hermana con ese tono de voz tan agudo que me daba ganas de vomitar.

—Solo sales de tu despacho cuando estamos en nuestro momento de descanso, ¿qué estás diciendo?

—Basta. No le hables así a tu hermana —me reprendió mi madre, dando un golpe encima de la mesa con los ojos tan abiertos que estaban al borde de las cuencas.

Comprendí desde bien pequeña que replicar, resistirse y responder no servía de nada. Tener razón en esa casa nunca me servía de nada. Mis primeras reacciones eran responder, enfadarme, lanzar la mesa por los aires y encerrarme, pero las consecuencias eran brutales. Entonces, después de varios ojos morados, comprendí que debía rebajar el tono.

Probé hablando desde la calma, sentada en mi silla y sin levantar la cabeza, pero mis padres se enfurecían igual o incluso más. Entendían que esa rebeldía adolescente había pasado a un plano aún más rebelde que se cargaba de ironía y sarcasmo y las consecuencias eran iguales.

Así que, a los dieciséis, dejé de responder. Aunque me temblase el labio superior y quisiera romper la mesa a puñetazos, seguía comiendo tranquilamente mientras mi madre y él me gritaban y mi hermana seguía comiendo con una parsimonia pasmosa.

—Lo único que te pedí cuando volviste de Nueva York es que fueses respetuosa y comieses una vez a la semana con la familia, como hemos hecho siempre.

—Dejé mi trabajo en Nueva York porque me necesitabas aquí. ¿Te recuerdo lo desesperado que me llamaste porque habían despedido a tu organizadora de eventos? —Mi padre apretó los puños a la vez que la mandíbula—. Esa fue la primera vez que me llamaste en dieciséis años.

—¿Te recuerdo yo a ti que me lo debías? —Los nervios agarrotaron mi garganta y la ansiedad se apoderaba de mí. Sentí que la presión en sangre bajaba hasta tal punto que pensé que iba a desmayarme—. Me jodiste la revista que construí durante años y ahora vas a saldar la deuda.

*

Las manos me habían temblado de esa manera muchas veces a lo largo de mi vida, pero hacía mucho tiempo que no miraba al pasado de esa manera tan cruel como lo hacía mirando a los ojos de mi padre. Volvía a tener las piernas flacas, a tener la mirada perdida en el horizonte y a temblar como si tuviese hipotermia.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora