Hasta que las horas se doblaron.

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#Lana
Se quedó durante horas esa noche sentado en esa casa de ricos en una isla de la que no tenía ni la más remota idea, mirando a la luna a mi lado y con la luz del salón encendida para que yo no lo pasara mal. Me contó una y miles de cosas sobre la gente que iba a su casa, que ahora de alguna forma también era la mía. También me contó cómo él nunca conoció otra cosa más que la Mafia Italiana. Nació siendo hijo de grandes traficantes, y moriría siendo mucho más temido y peligroso que cualquiera de sus descendientes.
También me contó sobre la marca de su muñeca, lo que yo creía un tatuaje. Y mientras la luna le iluminaba la cara y él miraba hacia el frente como si hubiera algo que observar, yo escuchaba atenta cada palabra que salía de sus carnosos labios. Esa noche, había descubierto lo mucho que me gustaba mirarle de perfil mientras me contaba una de las verdades más sinceras e impactantes que había escuchado en mis cortos dieciocho años.

- Los hombres bajan, se reúnen todos a mi alrededor mientras el que se une jura lealtad en el centro. Fabio, es quien se encarga de hacer los honores.

- ¿Qué honores? - pregunto tan horrorizada como entusiasmada por saber más.

- Pones tu brazo en una roca. No cualquier roca, una roca gravada a fuego con mi apellido. Fabio lee el juramento hacia la familia Viatello, el nuevo integrante lo repite, y un amigo de la casa que algún día te presentaré, posa la barra de hierro sobre tu piel.

- ¿Una barra de hierro? ¿Eso no es lo que se le hace a los caballos? ¿Marcar con fuego? - interrumpo mirándole fijamente.

Creo que en parte le debe sorprender el que no me aterre cuando le veo asentir con la cabeza, pero mi cabeza ha cuadrado segundos antes algunas imágenes como la del hombre que vi sujetándose la el brazo, él gritó desgarrador que escuché aquella noche, el símbolo que prevalece sobre la enorme escalera de mármol que separa las dos alas que dividen la mansión del hombre que tengo al lado.

- Yo tenía nueve años cuando me lo hicieron a mí.

- Una cruz con una sábana - susurro analizando su muñeca entre mis manos mientras él me mira fijamente.

- Una cruz de oro - concreta mirándome los labios.

- ¿Porqué?

- Porque la mafia es la cruz en la que nos clavamos. O en mi caso... en la que me clavaron.

- El oro es la recompensa- susurro encajando piezas inconscientemente.

- Está empezando a impresionarme tu agilidad mental, nena.

Me río por un instante mirándole a los ojos. Creo que sigo queriendo preguntarle miles de cosas, pero todo lo que hago es acercarme a él hasta abrir sus brazos y meterme en ellos. Le sorprendo de inmediato, pero no rechista ni por un nano segundo, todo lo que hace es levantarse poco a poco conmigo en brazos hasta dejarme de pie en el suelo a su lado y abrazarme por los hombros antes de darme un beso y tirar de mi.
Mi pecho vuelve a subir y bajar rápidamente al pensar en la poca luz que debe haber en el pasillo de antes, pero enseguida noto su brazo sobre mis hombros para andar a mi lado como si nada mientras me apretaba contra él.

- Cuando te portas así conmigo, me cuesta pensar que eres un mafioso - le susurro al oído mientras entramos en la habitación.

Las luces de la isla a través del balcón, me hacen llevar mis pensamientos hacia un lugar muy lejanos donde no quiero volver, pero el contacto de Simone me despierta de cualquier pesadilla.

- La sabana, que parece estar hecha de hilos de oro sobre la cruz - dice en mi oído refiriéndose al que ahora sabía que era el símbolo de la familia Viatello.

- Sí - susurro incitándole a seguir hablando mientras ambos miramos de pie la luz de la luna sobre el mar.

- Simboliza el pañuelo, la sabana que se lleva la inocencia de una mujer. La feminidad que acompaña y resguarda nuestra cruz. Mi cruz - dice susurrando antes de dejarme un beso en el cuello que me hace estremecerme.

- La tuya... ¿simboliza la inocencia de alguna mujer en concreto? - pregunto de la nada, pretendiendo que no note lo muy nerviosa que su contacto y sus palabras me están poniendo.

Para mi suerte, pienso que él se da cuenta de mí inocente pero patético acto de escapada, cuando le veo cogerme sutilmente de la mano y llevarme hasta la cama para tumbarme junto a él. Abrazados, con mi cabeza sobre su pecho y sus fuertes brazos rodeando mi cintura. La luna y la tenue luz de su mesilla es lo único que nos acompaña además del silencio y el sonido de su corazón bombeando bajo mi oído.

- Puede que haya estado con una y mil mujeres, Lana. Negártelo sería una estupidez.

¿Porqué me gusta tampoco la noticia?

- Pero sé a ciencia cierta, que tú inocencia será mía. Igual que sé que tarde o temprano serás entera para mí, en todo el sentido que pueda tener la palabra. Lo siento. Cuando estoy contigo y las cosas marchan casi sin quererlo, lo siento.

Sus palabras me calaron de tal forma, que algo en mí se rompió. En el buen sentido de la palabra. Y le besé. Le besé durante horas esa noche.

Le besé hasta que las horas se doblaron.

Le besé hasta que los labios me picaban de tanto besarlo.

Le besé hasta que él quiso acariciarme.

Nos besamos hasta fundirnos en uno.

Hasta dormirnos, nos besamos.

Y nunca pensé, que mi corazón pudiera tener esa vitalidad por un mafioso. Pero ahora sabía que si mañana me pusieran una bala en la frente o en el corazón, yo no tendría ningún miedo, porque ya habría vivido todo lo que se podía llegar a sentir en una sola noche.

IngénitoWhere stories live. Discover now