Hipócrita.

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#Lana

Se quedó allí a mi lado dormido de un momento a otro y yo no supe que hacer. Quería seguir sus pasos y cerrar mis ojos también para poder dormir y pensar en otra cosa que no fuese lo que acababa de pasar, pero me era imposible. Me tendí boca arriba en la cama y me quedé pensando en el beso que me había robado, mientras me tocaba los labios.

¿Será verdad todo lo que me dice? ¿Será que él me ve a mí como yo le veo a él?

Así estuve dándole vueltas hasta que me desperté horas más tarde. El sol ya había salido y la cama estaba vacía a mi lado. De no ser por el dolor de mis pies al pisar el suelo, hubiera pensado que todo había sido un sueño.

Sin embargo, supe que todos mis sueños y pensamientos durante esa noches tenían nombre y apellido cuando al entrar en el baño de la habitación, me vi al espejo con los ojos brillantes... más iluminados que nunca.

Me di un baño caliente con una sonrisa tonta en la cara, y cuando salí, decidí ponerme un vestido blanco de tirantes que me llegaba hasta los tobillos. También quise ponerme unas sandalias de esparto con un poco de tacón y dejarme el pelo suelto. No iría a ningún sitio, probablemente, pero a mí siempre me había gustado sentirme guapa. Incluso cuando un desconocido cachas e increíblemente atractivo, merodeaba por ahí.

- Buenos días, señorita - escucho a mis espaldas.

Es la sirvienta que nos atendió nada más llegar, por lo visto tiene orden de entrar a mi habitación cuando quiera. No sé si eso deba contentarme.

- Hola... - digo ante su cara plastificada de felicidad- ¿sabes donde está Simone?

- El señor está ocupado, señorita.

Por Dios, ¿esta mujer puede parar de sonreír?

- Es que quiero salir de la habitación, pero no quiero que se enfade conmigo.

- En ese caso, es mejor que se quede esperando hasta que el señor vuelva y le diga que pueda hacer.

Ya, claro. Cómo no. Mister arrogancia y doña estirada son aliados. Que equivocada está si se piensa que me va a retener.

- ¿Puedes por favor ir a avisarle de que quiero salir? - pregunto a buenas sentada en mi cama.

- Como le he dicho señorita, el señor está ocupado y eso significa que no puedo molestarlo ahora mismo.

- Claro... ummm, ¿me puedes traer por lo menos algo de desayuno, por favor? ¿Eso sí lo permite el señor?

Vaya, se le ha quitado la sonrisa de golpe.

- Por supuesto señorita, enseguida se lo traigo.

Hipócrita.

- ¡Gracias! - digo con la mejor de mis sonrisas antes de salir por la puerta y pasar por su lado.

- ¡Eh! ¡Señorita! ¡Eh! ¡¿A dónde se cree que va?! - grita despavorida tras mis pasos.

- Estás muy equivocada si piensas que soy la sumisa de nadie, yo he obedecido toda mi vida... y eso se ha acabado.

- Pero... ¡pero señorita!

Yo hago caso omiso a sus palabras mientras acelero el paso y deambulo por la casa como si fuera mía, encontrando nuevos rincones a cada paso. Es todo lujoso, mafioso y precioso. ¿Pero de verdad es necesario tanta excentricidad? ¿De verdad se necesita tantos metros cuadrados para una sola persona?

- ¿Dónde está el señor? - pregunto sin mirarla mientras camino decidida ignorando los gestos de impacto de todas las chicas del servicio.

- Eso no se lo puedo decir. Señorita tengo orden expresa de que esté en su cuarto, hágame caso por favor.

- Bien, pues sino me lo vas a decir, tendré que hacerlo a mi manera... ¡Simone! ¡Simoneeee!

- ¡Señorita!

Salgo por el ventanal de uno de los comedores hacia otro edificio contiguo que se une con la casa. Me sorprendo al ver lo increíble que es ese jardín por la mañana y todo lo que tiene esa casa, pero no me detengo a nada y sigo buscando al tipo que se duerme tras besarme y se despierta en otra cama.

- ¡Simone tengo hambre! ¡¿No me vas a dar ni de desayunar?!

- Señorita le he dicho que yo le preparo el desayuno, vayámonos.

- Estás empezando a caerme muy mal...

Entonces reconozco su figura a través de los cristales que rodean el edifico. Es un gimnasio, y Simone se encuentra corriendo en una cinta mientras otros dos hombres se encuentran hablando con él. Uno hace pesas y el otro me señala, bingo. Tengo lo que esperaba.

Ahí sale. Hecho toda una fiera.

- ¡¿Qué haces aquí?! - dice saliendo furioso del gimnasio mientras me apunta con el dedo.

Está guapísimo todo sudado con el pelo hacia atrás, una camiseta roja de tirantes anchos y la cara de mal humos. Se le marca la mandíbula perfectamente, y su ceño está tan fruncido que me dan ganas de masajearlo hasta que se relaje, pero mis ojos se detienen en el mismo sitio que ayer sin poder evitarlo.

- Tengo hambre -susurro ante su imponente figura. Me mira de arriba abajo antes de quedarse analizándome el semblante, y sonrío cuando le veo relajar los hombros al instante.

- Adél, ¿no le has dado el desayuno como te pedí? - le dice en tono amenazante.

- Señor, yo...

Yo dejo de escuchar las palabras de la tipa en cuanto veo que Simone no está atento a mi, y me fijo en los dos hombres que hay detrás nuestra riéndose a carcajadas de la situación. Verles tan contentos me hace sonreír, y en cuanto Simone se percata de ello, me toma de la mano y me saca de allí.

- Déjalo, ya me encargo yo de ella.

La chica se queda con la palabra en la boca y yo le hago el corte manga con el dedo corazón mientras dejo que Simone tire de mi. Sus amigos se ríen aún más cuando ven mi gesto, y yo aprovecho para sonreírles. Por algún motivo que desconozco, creo que me caen bien.

- ¿Simone a dónde vamos? - pregunto cuando veo que nos dirigimos por primera vez al ala este de la casa.

- A mi habitación.

IngénitoWhere stories live. Discover now