26

22 10 15
                                    

—No estás durmiendo.

Arlina acababa de volver de su tercera prueba de vestido y fue a sentarse a lo alto del andamio conmigo.

Había usado eso como excusa para retrasar la boda aún más, fingiendo que ningún vestido de los que habían llevado para ella podía satisfacer sus gustos, pero no sabíamos por cuánto tiempo le sería efectivo, en especial cuando no habíamos vuelto a tener noticias de nadie en la Estrella.

Quise creer que al menos alguien tendría la decencia de decirme si algo llegaba a suceder con mi hermano, así que eso solo podría significar que estaban bien. Tal vez solo era un intento vano por aplacar mi mente, pero me repetía de forma constante que era una buena señal.

Aunque también, si debía ser honesto, la forma más fácil de saber de él —usando la magia de los espejos— no me era muy atractiva debido a lo peligroso que podría ser si Asdrúbal o Ragnar llegaban a darse cuenta.

—Hago lo que puedo —suspiré mientras me limpiaba las manos.

—¿Qué te lo impide?

—Sabes qué es —respondí renuente, y obtuve una mirada lastimera por respuesta.

—Sí, lo sé —reconoció, acercándose—. Lo siento. Odio verte así. Es... difícil. Es muy difícil. Entiendo por lo que estás pasando, pero aun así me gustaría poder ayudarte. Así como tu pintura me ayuda a mí.

Los girasoles de su estudio.

Sonreí un poco, agradecido, y me incliné para besarla en los labios con extremo cuidado. No sabía en qué momento eso se había vuelto tan común entre nosotros, a pesar de ser algo prohibido.

Odiaba saber que terminaría por perderla, que nunca podríamos estar juntos y que yo no podía hacer nada para evitarlo. Fue entonces que tuve que admitir que sí, que Arlina me gustaba tanto como Aodhan había acusado, y era quizá la primera vez que me sentía capaz de hacer cualquier cosa por alguien, sin contar a mi hermano.

Arlina me sonrió y acarició mi mejilla con dulzura.

—Pide que te den tu tiempo de vacaciones. Necesitas descansar.

La miré con una pregunta silenciosa que no pude poner en palabras. Ni siquiera sabía qué era lo que quería preguntarle, pero al mismo tiempo todas las respuestas parecían estar escritas en sus pupilas, en su rostro, en sus labios. Asentí y noté una sonrisa boba aflorar a mi boca mientras me perdía en sus ojos.

—Ve a pedirlo ahora —dijo con un fingido tono autoritario—. Diles que es una orden de la princesa. O mejor aún, sé creativo y consigue algunos días sin decir que es mandato real —retó.

—Sí, mi señora —sonreí de nuevo sin dejar de mirarla.

Ella también sonrió complacida, estirando un poco la espalda en una pose pretenciosa, e incluso se removió un poco en su lugar casi como si se pavoneara.

—Y cuando te autoricen los días, pintor, quiero que acudas a mi habitación a la brevedad.

—Como usted ordene, princesa.

Su sonrisa se tornó un poco torcida, haciéndome pensar que ella tenía un plan que yo no estaba entendiendo, así que solo asentí de forma maquinal.

—Anda, ve. Te veo allá más tarde, si estás de humor —añadió con tono suave, dejando de lado su broma y haciéndome saber que en serio se preocupaba por mí y que de verdad quería que me detuviera—. Puedes entrar por el pasadizo del estudio para que nadie te moleste.

—¿No es demasiado arriesgado? —murmuré—. No quiero que tú o yo tengamos problemas con Asdrúbal o Ragnar.

Arlina negó con la cabeza.

Un palacio de espejosWhere stories live. Discover now