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—Sinceramente creo que tenemos que sacarlos de aquí —suspiró Vasily—. Al menos a uno de ustedes.

Aodhan alzó una ceja.

Nos habíamos reunido con Salazar la noche anterior. Ni mi hermano ni yo participamos demasiado; solo contamos lo que sucedió casi cuarenta noches atrás, cuando Asdrúbal me había robado la llave, lo cual desató una oleada de especulaciones a las que nadie tenía respuestas.

¿Para qué quería Asdrúbal la llave?

¿Cómo funcionaban en realidad esos túneles de cristal, o adónde iban?

¿De dónde había salido ese renacido?

¿Por qué estaba en el palacio?

¿Qué estaba tramando el príncipe?

Según dijeron, y luego de una larga sesión de cavilaciones —o al menos tan larga como esas limitadas reuniones podían permitírselo—, comenzaba a quedar claro que Asdrúbal era el objetivo a mantener bajo vigilancia.

Ragnar podría haberse hecho con la corona de una forma sanguinaria, pero sin contar sus particulares métodos para obtener información o para deshacerse de quienes se oponían a él, era un rey tranquilo, en realidad, si se tomaba de forma ambigua el significado de la palabra. Había ganado su lugar y gobernado con base en el miedo, pero también parecía no buscar nada más allá: su fama ya era suficiente como para no tener que preocuparse.

Asdrúbal, por su parte, parecía hacer movimientos bajo el agua todo el tiempo, sin que nadie comprendiera qué demonios estaba planeando.

Eso era lo que más consternaba a todos los miembros de la Estrella de la Mañana, razón por la que sugirieron encontrar una forma de sacarnos de ahí a mi hermano y a mí, pues éramos la única conexión con los Morgenstern gracias a Miriam y, tal vez, el camino más rápido a encontrar la forma de derrocarlos.

Intentamos también ver si era posible que alguien, cualquier persona, cruzara por los túneles de cristal. Tal vez, había dicho Salazar, esa era una forma de encontrar su debilidad. Si podíamos llevar a alguien al otro lado...

No hicimos muchos experimentos, pues sabíamos cuán peligroso era. Solo dos muestras de sangre de un par de voluntarios sobre el espejo de bolsillo de una de las mujeres, pero ninguno tuvo el efecto que esperábamos. En ningún caso el cristal se había ondulado como hizo con la sangre de Vasily.

No habíamos llegado a nada esa noche, pues la reunión se disolvió con prisas, luego de que Salazar nos recomendara averiguar cómo había hecho Asdrúbal para cambiar las cosas en su reflejo de tal manera que cambiasen también la realidad sin mover un dedo.

Volvimos al palacio con la sensación de no haber conseguido nada más que una nueva serie de interrogantes, y solo hablamos sobre la posibilidad de sacar al menos a uno de nosotros del palacio.

—Sería lo mejor —dijo él—. No estarían bajo amenaza todo el tiempo, en especial luego de lo que sucedió en el andamio hace casi un mes.

—Pero necesitas ayuda para encontrar los textos —rebatió Aodhan.

—Y no vamos a dejar a Arlina sola ni desprotegida. Es lo mínimo que le debemos —secundé.

Vasily hizo una mueca, pero tampoco llegamos a una resolución esa noche.

—¿Y si ayudan a salir a Aodhan? —pregunté luego de haber pasado la madrugada pensando en ello. Mi hermano estuvo a punto de rezongar, pero me adelanté a su reclamo—: Tú ni siquiera deberías estar aquí, para empezar. Si tú puedes irte y ponerte a salvo, también estaré bien... creo.

Un palacio de espejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora