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Aodhan dejó la enfermería casi a la hora de la cena. Lucía agotado y adolorido, pero al menos podía apoyarse ya sobre su pierna para caminar.

Tal como Arlina dijo, cojeaba un poco luego de los procedimientos que tuvieron que hacer para ayudarlo, pero parecía no ser algo que fuese a darle demasiados problemas.

La muchacha también le indicó que debería volver al menos dos veces por decena para tratar de arreglar su mano, así que hice una nota mental para recordarme luego de arreglar todo de tal forma que pudiese acompañarlo. En esas citas, según explicó, revisaría el avance de su pierna y le daría los ejercicios y tratamientos adecuados para hacer que su mano volviese a trabajar con tanta normalidad como le fuese posible.

—Su alteza dijo que lo vio pintar con la mano derecha, así que espero que no sea un problema para poder trabajar —comentó ella mientras lo ayudaba a ponerse de pie y a acercarse a la puerta.

—Yo espero lo mismo —sonrió Aodhan—. Muchas gracias por todo, maestra Arlina. Ha sido un placer.

—El placer es mío, maese Aegon —aseguró la muchacha, haciendo una pequeña reverencia cuando me acerqué para reemplazarla y sujetar a mi hermano por un brazo—. Los veré en cinco días. Trate de no exigirle de más a su mano o a su pierna mientras tanto.

Tal como había anunciado antes, Vasily esperaba por nosotros en el corredor, así que no tuve oportunidad de hablar con Aodhan como me hubiese gustado. Luego de asegurarnos que ya había conseguido todo lo necesario para que estuviéramos cómodos, nos condujo en silencio hasta el comedor.

No pude sino alegrarme al ver que, poco a poco, Aodhan dejó de necesitar apoyarse en mí y, para cuando alcanzamos la puerta, si bien seguía cojeando un poco, ya avanzaba por su propio pie.

El lugar a donde Vasily nos llevó era una amplia habitación con una única mesa de madera circular con al menos doce sillas alrededor, también hechas de madera oscura, en parte forradas en cuero y decoradas con remaches metálicos. El rey y su hijo ya estaban sentados ahí y parecían discutir algo en voz baja mientras Asdrúbal jugueteaba con una de las manzanas que había robado del tazón en el centro de la mesa.

Aodhan y yo hicimos una reverencia apenas los ojos del rey se posaron en nosotros.

—Majestad. Le agradezco muchísimo por su atención —dijo mi hermano con una muy bien fingida solemnidad—. Sus curanderos han hecho maravillas.

Algunas veces tenía la impresión de que mi hermano hacía una mejor interpretación de mí que yo mismo. Él era el sensato, el optimista...

—Me alegra que haya funcionado, Sparhawk. ¿Qué hay de la mano? —inquirió señalándolo con un gesto de la barbilla, mientras tomaba una copa con su mano izquierda y daba un largo sorbo.

También es zurdo, pensé con una chispa de sorpresa. No lo había notado la primera vez que estuve en el palacio.

—Una de las curanderas cree que es posible que consiga volver a moverla con normalidad si sigo instrucciones precisas.

—No será un impedimento para trabajar, ¿o sí?

—En absoluto, su excelencia —aseguró mi hermano sin dudar.

Sí. Definitivamente, Aodhan tenía esa parte de prudencia que a mí me faltaba. Y un tanto de desvergüenza para mentir con tal convicción que era imposible dudar de que fuese verdad.

Aunque, pensándolo bien, técnicamente era verdad.

El rey asintió de forma ausente y gesticuló con la mano para invitarnos a tomar asiento al otro lado de la mesa, donde ya había un par de platos colocados para nosotros.

Un palacio de espejosDove le storie prendono vita. Scoprilo ora