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Mi columna entera emitió una serie de chasquidos cuando enderecé la espalda mientras me frotaba el rostro, dándome cuenta demasiado tarde de que tenía una mancha de pintura en la mano.

—Qué guapo —se burló Arlina.

Habían pasado un par de decenas desde que conversáramos con Vasily en el techo; desde entonces, el muchacho solía acompañarnos un poco más de tiempo en el salón, y solía ayudarme con la limpieza de los materiales, en especial en los días que Arlina seguía con el tratamiento de mi hermano de forma clandestina. Nadie quería que se infectara y que terminase peor.

Arlina, por su parte, comenzó a unírsenos luego de la hora de la comida desde hacía cerca de cinco o seis días. Ella llevaba sus propios bastidores y estuches de pintura, similares al que Salazar me había regalado antes de que dejara el estudio, así que yo solo me acercaba para darle las indicaciones del día, o hacerle algunas correcciones mientras ella trabajaba, y luego volvía a mis propios asuntos.

En ese momento me encontraba terminando de preparar la pintura con la que trabajaría la base del mural, con todos los detalles del mapa tanto en tierra como en el mar, y una intrincada rosa de los vientos decorada con enredaderas y flores.

—Oh, déjame —reclamé, riendo entre dientes mientras me limpiaba las manos y me acercaba a ella para inspeccionar su trabajo.

Decidí comenzar por enseñarle a pintar naturaleza muerta, tal como me había enseñado Salazar. Objetos sencillos e inanimados, de preferencia de su gusto, que la mantuvieran ocupada durante algunos días mientras la ayudaba a mejorar su técnica.

Para su primer lienzo había llevado algunos libros viejos y completó su composición con algunos de mis pinceles —los que no iba a utilizar ese día—, así como un par de flores hechas de tela y una vela a medio consumir que ella decidió no encender.

—Terminé con el trazo inicial —comentó, quitándose algunas manchas de carboncillo de las manos—. ¿Quieres verlo?

—Claro —dije mientras me acercaba a donde tenía su caballete.

Pude oler su perfume como a frutas, incluso sobre el olor del solvente que seguía impregnado a mi nariz. Fue un aroma bienvenido y que me regaló cierto alivio.

—Luce bastante bien. Comienza con los colores de base y me avisas cuando termines, para venir a revisarlo otra vez —indiqué.

Arlina fingió un saludo militar y luego rio por lo bajo, buscando ya un pincel y su paleta.

Dioses, lucía tan bonita... llevaba un pañuelo blanco que le apartaba del rostro la mayoría de sus rizos dorados, y los que eran demasiado cortos para sostenerse ahí, caían enmarcando su rostro y dándole un aspecto casi soñador a sus ojos verdes. Sus labios tenían apenas un suave tono rosa y por un momento me pregunté cómo sería besarla.

Desvié la mirada antes de que el pensamiento me consumiera. No podía permitirme pensar en ella de esa forma; no cuando sabía que a Aodhan le gustaba y, aún más importante, que nuestras vidas estaban en juego. Si Asdrúbal llegaba siquiera a sospechar que alguno se involucraba con su prometida...

No es como que no lo sepa, dijo una vocecilla en el fondo de mi mente. Aodhan está casi seguro de que los vio besarse en el baile.

—¿Ya hay fecha para la boda? —me atreví a preguntar mientras me apartaba de ella. Noté que mi hermano me miraba de reojo, pero no dijo nada y subió para ayudarme a llevar las pinturas.

—Aún no. Están preocupados porque temen que haya otro ataque como el del baile —suspiró—. No es como que yo tenga mucha prisa, para ser honesta...

Un palacio de espejosWhere stories live. Discover now