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Desperté desnudo, solo y recordando muy apenas las cosas que habíamos hecho la noche anterior sobre la misma cama que ahora me cobijaba. Supe que no se encontraba a mi lado incluso antes de abrir los ojos, pues los colchones compartidos nunca eran tan fríos. La habitación bajo la luz de la mañana era muy distinta; igual de pulcra, pero ya no tenía ese aspecto de intimidad mágica que la había desbordado por la madrugada cuando entramos en ella entre tropezones y suspiros.

Me di un segundo antes de levantarme, enterré el rostro en su almohada e inhalé a profundidad solo para confirmar que aquello no fue una ilusión prefabricada por mi cabeza, por el otro yo. Pero no, ahí estaba su perfume, el aroma de su cabello, de su piel. Abracé la tela y el algodón como si se tratara de su torso, me permití perderme unos minutos más en las huellas de sus dedos que parecían todavía recorrerme la piel de la espalda con una lucidez inaudita.

Cuando me levanté, lo hice a regañadientes. A sabiendas de que no solo me deleitaba en su aroma, sino que postergaba el momento en que saliera en su búsqueda y tuviera que enfrentarme a verlo a los ojos, pues recordaba con una exactitud casi vergonzosa todas las cosas que dije, hice y pedí la noche anterior cuando aún estaba entre sus brazos, y guardaba la sospecha de que si yo lo tenía presente, Mich también. De cualquier forma resolví mi camino fuera de la cama, encontré mi ropa tirada en el suelo junto con la suya; y aunque una parte de mí hubiese deseado indagar en su armario para tomar su ropa y así, con suerte, rodearme de él por todo el tiempo que me resultase posible, terminé por ponerme la mía.

Seguí el sonido del aceite y el metal fuera de la habitación y de ahí por las escaleras hasta la cocina, donde me lo encontré con ropa deportiva y el cabello húmedo goteando sobre los hombros. Iba descalzo, por lo que el único sonido posible era el tenue andar de mis plantas desnudas en el suelo de madera, y a pesar de ello, en cuanto estuvimos en la misma habitación, Mich se giró para observarme, dedicándome una de esas sonrisas tan suyas que ya eran un común en mis días y no por eso me alegraban menos que al inicio.

—Despertaste. —Fue él el primero en hablar. Mientras me observaba, no soltó el mango del sartén con el que cocinaba un par de huevos—. Buenos días, tienes el sueño un poco pesado. Me metí a bañar, se me cayó un frasco de perfume, abrí el clóset, bajé a hacer el desayuno y tú seguías en tu quinto sueño.

Me encogí de hombros con un recién adquirido aire de timidez y una sola respuesta posible—: Estaba muy cansado.

Su contestación fue muy sencilla, de hecho llegó de su rostro mucho antes que de su voz, en forma de una sonrisa y mirada cómplices, que murmuraban muy bajito un "te entiendo" o "no hace falta que digas más".

A mi piel seguía adherida esa sensación de vulnerabilidad, que cosquilleaba cada vez que tenía su mirada sobre mí y me daba la impresión de que podía ver a través de la ropa, de la carne, de mí. Recrear no solo las formas de mi cuerpo con los recuerdos de la noche anterior, sino que era capaz de indagar en algo más profundo, algo que habitaba al interior de mi pecho y no estaba seguro de que quisiera dejarle ver. Ni a él ni a nadie. Y al mismo tiempo, no me sentía tan cohibido como creí que lo haría. O como me imaginé. De alguna manera le brindó una clase de poder sobre mí, pero no conté con que igualmente me llenaría de derechos. O con la creencia de tenerlos ahora que compartimos algo que pudo ser cualquier cosa, pero yo estaba seguro de que no lo era. Que significó más que un acostón casual, vaya. Y Mich lo reafirmó al prepararme el desayuno sin que yo lo pidiera, que no lo hubiera pedido, pero ese era un tema aparte. Así que me senté con toda la libertad del universo en la isla de su cocina, dejé que me sirviera un plato frente al suyo y un vaso repleto de jugo de naranja.

Desayunamos bajo la agradable calidez del sol de media mañana en un silencio tranquilo, apacible; lo agradecí, lo de la noche anterior lo había disfrutado mucho, pero no me sentía preparado aún para entrar en detalles al respecto. Por el momento, la cotidianeidad doméstica era más de lo que yo hubiese sabido cómo tomar de él.

Las páginas que dejamos en blanco Where stories live. Discover now